Matrimonios: Hacia el Tercer Milenio, 3º Parte



P. Vicente Gallo, S.J.


3. Desafíos del futuro


El Año Santo, que se celebró, no era solamente para cerrar un milenio, sino que era para comenzar otro con sus enormes desafíos. Fue para contemplar el Rostro de Cristo no sólo Salvador de un tiempo ya pasado, sino encontrando a quien da sentido a nuestro seguir luchando, y para hallar la luz necesaria en nuestro caminar. Hemos sido llamados a ser esa Iglesia que tiene que seguir salvando en este Tercer Milenio: al mundo de hoy, a las familias y a los que, al casarse en ese mundo de hoy, emprenden la aventura de un milenio nuevo. Aquellas experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, porque el anterior lo hallamos en buena parte insuficiente o fracasado. Todo el entusiasmo experimentado en los actos celebratorios del Año Santo, debe empujarnos a emplear las ilusiones en ellos ya experimentadas, y para encontrar siempre las nuevas iniciativas que se necesitan.

Dícese que en una playa en la que muchos se ahogaban cada año, hubo quienes tuvieron la iniciativa de crear una Estación de Salvataje. El entusiasmo de los comienzos hizo que la obra fuese de una ayuda muy eficaz. Pero con las necesidades que parecían siempre mayores, aquello se organizó mucho, y mejoró tanto sus instalaciones, que pronto se convirtió en lo contrario a lo que se deseaba, se convirtió en un floreciente Club. Estaban en él tan bien instalados sus componentes, que nadie se dedicaba a arriesgar esfuerzos y peligros para salvar a los que día tras día naufragaban o perecían por falta de quien los ayudase. Muchas veces se intentó volver a lo que la cosa era en sus comienzos; pero fatalmente siempre se cayó en lo mismo: terminar en ser un nuevo Club. Al final, la playa estaba hermosa, llena de Clubes cada cuál mejor. Pero los náufragos seguían ahogándose abandonados.

Es, acaso, lo que siempre sucedió en la Iglesia y en sus Asociaciones, entusiastas en sus comienzos e ineficaces al pasar cierto tiempo. Quizás son casi todas las Asociaciones en las que hemos encontrado organizada a la Iglesia al final del segundo milenio. Estemos muy atentos para no caer en lo mismo, no ya decenios después del Año Santo, sino en el mismo primer decenio, tan acostumbrados como estamos a hacerlo siempre así.

“Quien pone la mano en el arado y vuelve su vista atrás, no sirve para el Reino de Dios” (Lc 9, 62). Estas palabras de Jesús se han convertido en una frase de veras lapidaria y de aplicación indiscutible para quienes opten por seguir a Jesús y su causa. La tarea que nos dejó encomendada a quienes nos hagamos “discípulos suyos” es ingente. Se trata de entender eso que se llamaba “el Reino de Dios” como la misión que Jesús vino a realizar en este mundo. Y aceptar que, el unirse a él, es asumir la tarea de implantar y extender ese Reino de Cristo en todo el mundo, en la historia humana, en el nuevo milenio ahora. No se nos permite tomarnos algún momento para mirar atrás ni para retirar la mano de la tarea; sólo se nos da el tiempo de vivir para continuar esa empresa de Jesús, esa “labranza” en la Viña del Señor, en la que es mucho el trabajo que nos está esperando.

El Jubileo del Año Santo terminó ya en su día. Pero queda para todos nosotros la tarea de hacer la reprogramación post jubilar de lo que venimos llamando “pastoral”, un trabajo que más bien aparece como un programa de trabajo que no está pastoreando a nadie, ni está implantado el Reino de Dios en nuestro mundo. Cada día parece más claro que el materialismo craso y la indiferencia están ganando la partida, aun entre quienes antes eran “cristianos militantes”. Seguramente es, en buena parte, porque nuestra labor no solamente ha de ser “con la ayuda de Dios”, sino que debe ser obra de Dios por medio nuestro; y no estamos haciendo que sea Dios quien obre, sino nosotros con “nuestro ingenioso trabajo” muy estudiado y programado.

Tenemos que reconocer, por ejemplo, que no se hace suficiente oración: no solamente de súplica, sino principalmente de unirnos con Dios y hacernos miembros válidos para Cristo en su Cuerpo. Se organizan hasta Talleres de Oración; pero no se aprende a orar como Jesús enseñó, pidiendo su Espíritu en esa oración con insistencia tal que Dios termine escuchándonos siquiera por la persistencia de nuestra súplica (Lc 11, 5-13). En el rezo normal del Rosario, repitiendo tantas veces de manera cansina y aburrida la misma plegaria sin saber si se está pidiendo algo o no se pide nada. Si cada “denario” se rezase pidiendo algo importante y urgente, no resultaría aburrido ni ineficaz. No cinco “denarios”, sino los veinte que Juan Pablo II ha fijado para ese rezo. Cinco, pidiendo por países y problemas del mundo; cinco, por diversos países y situaciones de la Iglesia; cinco, por los problemas de nuestra Iglesia particular (o Asociación); y cinco, por nuestra propia familia, la armonía y el verdadero amor en ella, las serias necesidades materiales y espirituales de la misma, pidiendo por los miembros de la familia que aún viven y también por los que ya murieron.

Nuestro tiempo es de muy grandes desafíos que nos exigen mirar siempre hacia delante. La globalización, ya felizmente inevitable, la economía de libre competencia en el mercado, el progreso de nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos que continuamente se están logrando, todos son tan ambivalentes que no se llega a saber si son mayores los beneficios que nos traen o son mayores los males que nos acarrean; en lo material y en lo espiritual, en las personas y en las sociedades.

En consecuencia, nuestra pastoral, como desconcertada por tantas y tan enormes urgencias que nos salen al paso, fácilmente se pierde en un “activismo” estéril y agotador. Caemos fácilmente en un “hacer por hacer”, olvidando que debemos buscar antes “el ser” que “el hacer”, y antes “la calidad” que “la cantidad” de lo que hacemos y nos deja contentos. Se trata de servir nada menos que a Dios.

Siempre debemos recordar el reproche que Jesús hizo a Martha empeñosa en dejar satisfecho al Señor que se ha dignado venir a comer a su casa. Su hermana María la está dejando sola con la tarea, sentada a los pies de Jesús y escuchando sus palabras. ¿Podría estar contento Jesús como huésped con la rica comida que le iban a dar, si mientras tanto le dejaban solo, sin darle siquiera conversación, ni escuchando siquiera sus palabras de Maestro? Por eso le dice a Martha, cuando pide que su hermana se ponga a ayudarla: “Martha, Martha, te afanas en muchas cosas, mientras sólo una es necesaria”, tenerme a mí contento; “María ha escogido la mejor parte, y no se la voy a quitar” (Lc 10, 38-42).

Nunca olvidemos que nuestra tarea en la pastoral debe ser la de Cristo y su Reino; solamente esa. No se admita “cualquier cosa”, ni “de cualquier modo”, para que Cristo pueda considerarse bien servido y nuestra labor pueda recibir, como elogio suyo, esta sentencia final: “Bien, siervo bueno y fiel..., entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25, 21 y 23).

Lleguemos como conclusión a entender que, ante los retos que se presentan al inicio aún de un nuevo milenio, las parejas unidas como Matrimonio en el Cuerpo de Cristo, para vivir su Amor como en ningún otro lugar se ha de vivir mejor y más como testimonio de Jesús, deben admitir que su “espiritualidad” se ha de repensar preguntándose el uno al otro y dialogar mucho ambos sobre ello.



Para reflexionar:

¿Cómo veo que tú y yo hemos de renovar nuestra relación de pareja, nuestra familia cristiana, y nuestra labor de apostolado que nos puede corresponder en la Iglesia? ¿Qué reprogramación hemos de hacer en nuestros trabajos al respecto?



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.



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