DOMINGO XXI
Del Tiempo Ordinario
Mateo 16, 13-20
¿Cómo responde nuestra vida y nuestras obras a la pregunta de Jesús, quién dices tú que es Él?
En este momento de la vida de Jesús, los
apóstoles ya han estado bastante tiempo con Él. Y se ha dado a conocer a las
multitudes con sus milagros y sus predicaciones en diversas regiones de Israel.
Jesús hace una pregunta a sus discípulos ¿quién dice la gente que soy yo? Una
pregunta muy importante. No se trata de curiosidad, sino de ver hasta qué punto
ha llegado el mensaje que predica. Porque unos lo veían como un simple
bienhechor que resolvía los problemas con sus milagros, otros lo veían con
agrado por sus palabras hermosas, pero también había quienes lo veían con
disgusto, como un peligro, como un pecador inclusive. Tantas formas diferentes
como veían a Jesús sus contemporáneos en ese momento y en la actualidad.
Y Jesús les dirige entonces la pregunta a
sus discípulos y nos la dirige a nosotros ¿Y vosotros quién decís que soy yo?
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo... y ahora soy yo mismo el interpelado
por esta pregunta que es fundamental: Jesús se dirige a mí y me la pregunta en
forma más insistente ¿tú de veras sabes quién soy yo?
Es claro que nadie podrá responder
correctamente a esa pregunta, si no lo conoce. Además se trata de un
conocimiento diferente a los otros conocimientos. ¿Podemos llegar a conocerlo?
¿Estaremos alguna vez en capacidad de responderle a la pregunta que El nos
hace?
Si nos fijamos bien, en nuestra vida ha
habido momentos en que hemos conocido de forma especial a Jesús, y poco a poco
esos conocimientos se han ido juntando para ir formando su imagen en nuestro
corazón. Porque, y esto es claro, a esa pregunta de Jesús solo se responde con
el corazón.
Quizá la primera experiencia del
conocimiento de Jesús, fue esa noche víspera de nuestra Primera Comunión.
Estábamos en el umbral de la niñez (a punto de salir de ella) y todo nuestro
candor se convirtió en una ilusión pura: al día siguiente recibiríamos por
primera vez al amigo Jesús: estar con Él era en ese momento lo más importante
de nuestra vida. Y así esa podría ser una respuesta (aunque incompleta) a la
pregunta de Jesús: Señor, tú fuiste la mayor ilusión de mi niñez.
Pero hay más y mucho más. Seguramente hemos
tenido clases sobre la vida de Jesús y de su misterio, clases de biblia y
teología. Lecturas que nos han enardecido. Todo eso se ha ido acumulando para
ayudar a formar también esa respuesta. Pero lo principal son esas experiencias
hondas, que nos han acercado al conocimiento interior. Alguna vez en especial
hemos sentido el peso de nuestro pecado, nos hemos sentido sucios y
desalentados. Quién me devolviera la ilusión y me permitiera volver a comenzar
y en ese momento apareció Él a través de una confesión honda y suplicante; y
salimos de ese perdón con la sensación de que Él nos había abrazado y que
empezábamos de nuevo a estrenar la vida. Y también podríamos responder a la
pregunta, diciendo: Tú Jesús fuiste el que me devolvió la dignidad perdida y me
hiciste vivir de nuevo con ilusión.
¿Quién dices tú que soy yo? Jesús nos
pregunta y nuestra experiencia de vida le va contestando, etapa por etapa. ¿Y
cuántos otros momentos en que lo hemos visto? En la intimidad del silencio, en
la oración, cuando toda nuestra vida quiere convertirse en adoración a nuestro
“único Amor” su imagen se va completando en nuestro corazón. Y en algunos
momentos nuestra única respuesta a su pregunta es mirarlo con los ojos cerrados
sabiendo que Él es capaz de leer en
nuestro centro mismo la respuesta para la cual no encontramos palabras
suficientes. Y terminaríamos diciéndole pobremente: JESÚS TÚ ERES TODO.
Qué pregunta tan sorprendente ¿quién dices
tú que soy yo? La pregunta central, a la cual vale la pena dedicarle toda la
vida.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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