P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
3.2. LA VENIDA DEL HIJO
Se da por supuesto que el término "la venida del Hijo" no es que él viniera por su cuenta a
realizar una misión salvífica, habría que hablar más bien "del envío del Hijo por el Padre".
Expliquemos el significado de la acción de "enviar" cuando se trata de la
"misión" (envío) de una persona divina. Para hablar de la misión del
Hijo por su Padre se emplean en el N T dos verbos griegos "apostellein" y "pempein".
El primero es muy frecuente y viene a ser el término técnico para significar
una misión de sentido religioso, como el envío de ángeles o profetas, Mt 13,
41, y en particular el de los "apóstoles",
Mt 3, 14. También se aplica a Jesucristo, Mc 9, 37; Mt 10, 40. S. Juan lo
reserva exclusivamente para enunciar la misión del Hijo, Jn 3, 17, y lo emplea
en el titulo propio de "Cristo como
el enviado". Jn 9, 7.
3.2.1. Concepto de
"misión"
"Envío"
o “Misión", de una persona
divina implica, primero, su origen intratrinitario de otra persona divina y su
nueva relación con un término externo al mismo Dios, o sea, con una criatura.
En efecto, toda "misión"
incluye, una persona que envía (el Padre), un enviado (el Hijo) y un
destinatario que se supone se halla a distancia, de modo que es menester "enviar" a alguien que le
transmita el mensaje. El enviado, para desempeñar su cometido, tendrá por
fuerza que "salir" en busca
del destinatario.
Por eso Cristo habla de
"su salida de junto al Padre", Jn 8, 42. Esto, por supuesto, no
hay que entenderlo en un sentido cuantitativo-local, sino
cualitativo-existencial: "salir de
junto al Padre", significa comenzar un modo de existir distinto del
modo de existir "en el seno del
Padre", Jn 1, 3.18. Este modo nuevo de existir podemos, sí, concebirlo
como un alejamiento o distanciación de junto al Padre; porque es un modo de
existencia, no sólo distinto, sino también inferior, pues estaba desprovisto de
aquella "gloria" connatural
al modo de existencia junto al Padre, antes de que el mundo fuese, Jn 17, 5.
Pero no caigamos en error.
El misterio de la Encarnación consiste en la paradoja de que
el Hijo "sale de junto al
Padre" para venir a este mundo, y sin embargo, permanece siempre "en el seno del Padre". Por
un lado, no puede negarse aquel alejamiento, pero por otro lado tampoco puede
acentuarse excesivamente y que vaya en detrimento de esta permanencia porque,
si es verdad que el Hijo se hizo hombre, también es verdad que nunca dejó de
ser Hijo de Dios.
Y es que ésta es una misión única en el género de misión: es
la misión por excelencia, en la que el "Enviador"
(el Padre), por antonomasia, envía al "Enviado"
(el Hijo), por antonomasia, Jn 7, 28; 8, 26; 9, 7; por eso no impone una
separación, aunque sólo sea transitoria, sino que, por el contrario, requiere
la unión jamás interrumpida entre el Enviador y el Enviado.
Por eso en la encarnación, el Hijo, al hacerse hombre, "sale" del Padre y, al mismo
tiempo, "permanece" en el Padre: su "misión", es un continuo "salir", que es simultáneamente un ininterrumpido "estar al lado". Jesucristo
decía: "No estoy solo, porque el
Padre está conmigo", Jn 16, 32;
"el Padre está en mí, y yo estoy en el Padre", Jn l0, 38; 17, 21.
La consecuencia es que el Padre se manifiesta en Jesucristo: "el Padre, que permanece en mí, es
quien hace las obras", Jn 14, 10-11; hasta el punto, de que "quien me ve a mí, ve al Padre",
Jn 14, 9. Y por eso, Jesucristo vive de la vida del Padre, y así puede El: “dar la vida a los que creen en El".
Jn 5, 26; 6, 57.
3.2.2 El signo de la misión por el Padre
El signo de la paternidad sobre Jesucristo, quiso el Padre
manifestarla en Cristo, no tendrá padre según la carne: "dijo el ángel a María,... el poder del Altísimo te cubrirá con
su sombra, y por eso el niño que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios".
Lc 1, 35. Por eso, Dios - Padre, dador de vida, se muestra aquí como
verdaderamente "Padre" dando a su Hijo, no sólo la vida divina y
eterna en el seno de la divinidad, sino
también la vida temporal y humana pero de un modo totalmente singular y único,
esencialmente "de arriba". Jn. 3. 31; 8, 23. La Paternidad de Dios
respecto de Jesucristo en cuanto hombre no es más que la actuación de una
paternidad absoluta y plena.
3.2.3. La actitud filial de
Jesús
Realmente Jesucristo es el verdadero Hijo de Dios. Nos
muestra al máximo su filiación divina. Señalemos cuatro rasgos fundamentales en
que se manifiesta la filiación de Jesús respecto al Padre.
- La confesión de que todo lo que tiene es recibido del Padre. En efecto, el Padre, Jn 3, 35; 13, 3.
- Su doctrina es la que de su Padre ha aprendido, Jn 7, 16; 8, 26, 15, 15.
- Sus milagros son los que su Padre le ha capacitado para hacer, Jn 7, 36; 17, 4.
- Y de su Padre ha recibido también el poder de juzgar y de dar vida, Jn 5, 22. 26; 17, 2 Todo esto se lo da su Padre, precisamente porque es su Padre y lo ama, Jn 3, 35, y Jesús lo recibe todo con agradecimiento y busca en todo la gloria del Padre, Jn 7, 18; 12, 28; 14, 31; 17,1.
Esta actitud filial de Jesús, receptiva lleva consigo un
respeto hacia el Padre. Es el respeto que nos inculca al hablarnos de nuestro
Padre, "el que está en los
cielos", Mt 6, 9. De este respeto se deriva la obediencia, virtud
connatural del buen hijo. Jesús nos da ejemplo perfectísimo de obediencia
filial, en su sumisión a la voluntad del Padre, "Padre no se haga mi voluntad sino la tuya". Lc 22, 42.
Sabemos con cuanta frecuencia habla de la voluntad de su Padre y que todos
deben de cumplir Mt 6, 10; 7, 21; 12, 50. Voluntad de Dios que El debe de
cumplir y llevar a cabo, aunque le cueste la vida; porque la voluntad de su
Padre es para él una obligación ineludible, es "un mandato". Jn 10, 18; 12, 49; 15, 10. Por ello "se hizo obediente hasta la muerte y
muerte de cruz", Filp 2, 8.
3.2.4. Filiación única de
Jesús
La filiación de Jesús respecto a Dios Padre hay que
calificarla de única en cuanto es de un género sin igual, superior a toda
filiación que se pueda manejar o atribuir cualquier hombre.
En primer lugar la filiación única de Jesús se distingue
cuidadosamente de la nuestra designando a ambas con términos diferentes. Así,
S. Jn. sólo llama Hijo a Jesús, Jn 1, 34; 3, 18; 5, 25; nosotros en cambio
somos "ahijados", así dice
1 Jn 3, 1-2 : "nos llamamos y en
realidad somos ahijados de Dios".
Por eso Jesús es el Hijo, el "unigénito", que
refuerza la idea de filiación única y exclusiva, Jn 1, 14; 3, 16; 1 Jn 4, 9.
Esto significa igualdad de naturaleza con el Padre (consubstancialidad), es la
gloria que Jesucristo poseía "junto
al Padre, aun antes de que el mundo fuese creado", una gloria que se
funda en el amor eterno del Padre a su Hijo unigénito (El Espíritu Santo), Jn
17, 5. 24. Por esta relación filial única con Dios es por lo que Jesús habla
continuamente de "mi Padre",
o sencillamente "el Padre".
Mt 7, 21; 10, 32-33; así a Jesucristo le compete en forma absoluta el apelativo
de "el Hijo", Mt 11, 27; Lc
10, 22. Así pues la unicidad de la filiación de Jesús resalta más cuando la
contrapone a nuestra filiación adoptiva, así S. Pablo puede decir: "Dios Padre, envió a su Hijo... con el
fin de conferirnos la filiación adoptiva; y porque sois hijos (adoptivos), Dios
ha enviado a nuestros corazones él Espíritu de su Hijo", Gal 4, 4-6; Rom
8, 9. 14-17.
3.2.5. La trascendencia
divina de la filiación de Jesús
La unicidad de la filiación de Jesús implica una
trascendencia que hay que calificar de estrictamente divina. Jesús es "el
Hijo Unigénito", por lo tanto, igual al Padre en su divinidad
(consubstancial), en otras palabras: Jesucristo es Dios-Hijo. Este es el dato
de la revelación, esta es la fe de los apóstoles y de la Iglesia. Por eso a
Jesucristo se le confieren títulos divinos, como el de Kyrios, o el Señor, que
es uno de los títulos que hemos visto en uno de los apartados del capítulo
anterior. S. Pablo es el que más pone de relieve este titulo y así propone la
fórmula: "si con tus labios
confiesas que Jesús es Señor... te salvarás". Rom 10, 9. El apóstol
Tomás en el día de la aparición dice la expresión actualizada cada día: "Señor mío y Dios mío". Jn 20,
28-29. Así pues, con este titulo de Señor, se significa verdaderamente la
divinidad de Jesucristo y hay que advertir que la atribución de este titulo a
Jesucristo no es casual o accidental, sino consciente e insistente, y así Pablo
llega a decir que éste: "es el
nombre superior a todo nombre", Filp 2, 9; y por lo tanto manifiesta
la esencia divina verdadera de Jesucristo nuestro Señor.
3.2.6. ¿Por qué se encarna
precisamente el Hijo?
Hemos estudiado cómo
el Padre envía al Hijo y éste es el "enviado". Ahora nos preguntamos:
¿Por qué fue precisamente el Hijo el que se hizo hombre?
Los teólogos, siguiendo a Sto. Tomás, han creído descubrir
algunas razones teológicas llamadas de "congruencia" o de
conveniencia. Y son más o menos las siguientes:
1º.- Si el fin de la encarnación incluye, en la situación
actual de la humanidad caída en el pecado, la restauración de la imagen y
semejanza de Dios; destruida en el hombre por el pecado, y también el
restablecimiento cósmico de la creación perturbado por la culpa del hombre,
¿quién mejor podía encargarse de esta obra que el Verbo (el Hijo), imagen
consubstancial y reflejo de la majestad de Dios que había sido mediador de la
creación, Hebr 1, 1-2?
2º.- Una segunda razón: Si el fin último de la encarnación y
redención es la concesión de la adopción filial y de la herencia celeste a los
hombres, ¿Quién era más conveniente que se hiciese hombre sino el Hijo
unigénito y heredero consubstancial del Padre - Gal 4. 4. 6?
Veamos ahora por qué el Padre no era conveniente que se
encarnarse. Veíamos en el Tratado: "de Deo Trino", que la propiedad
personal del Padre es su "innascibilidad" o imposibilidad de nacer
intratrinitariamente. El Padre es el ser "fuente y origen de toda
divinidad", Denz 490. 525. El
Padre es "principio sin principio", "aquella luz inaccesible que ningún hombre ha visto ni puede
ver", 1 Tim 6, 16. Es evidente que estas características no pueden
manifestarse en una encarnación del Padre; porque por ella nacería el
"innascible"; tendría principio en el tiempo el "principio sin
principio"; se convertiría en medio hacia nuestra salvación el que es su
fin último; se haría visible y accesible durante esta vida terrena aquel cuya
contemplación constituye el término de todas las cosas.
No olvidemos que la encarnación comporta una serie de
elementos y ninguno de ellos se adapta a las propiedades personales del Padre,
e inversamente ninguna de las características peculiares del Padre puede
manifestarse y expandirse convenientemente por medio de una encarnación.
¿Qué decir de la encarnación posible del Espíritu Santo?
Veíamos en el mismo tratado de Deo Trino que la característica personal del
Espíritu Santo, es la de unir al Padre y al Hijo en un abrazo de amor mutuo: él
es, personalmente, el Amor con que el Padre ama al Hijo y el Hijo corresponde
al amor del Padre. Su actividad propia es de carácter íntimo y
"espiritual" como lo indica su mismo nombre. El es el "Espíritu
vivificador". Su presencia, pues, es de tipo íntimo, vital y espiritual.
Su oficio no es el de objetivar, sino el de subjetivar e interiorizar la unión
del Padre y del Hijo. Y como última consecuencia, la presencia del Espíritu
Santo en el mundo no será visible y tangible, externa y objetivable, humano
corpórea, sino íntima, invisible, interiorizante, subjetivante y espiritual.
Además sin la encarnación del Hijo su acción sería inútil, porque no podría manifestarnos e interiorizarnos en
nosotros el amor del Padre y del Hijo. En conclusión, tampoco el Espíritu Santo
puede hacerse hombre.
Finalmente ¿por qué sí puede encarnarse el Hijo? El Hijo
tiene propiedades intratrinitarias que le hacen apto para encarnarse. El Hijo
procede, por generación, del Padre, "nace" del Padre. Es Palabra o
expresión de la substancia del Padre, es Sabiduría del Padre, y así es
ejemplar, modelo o instrumento de las obras del Padre. Por lo mismo, el Hijo
tiene en su personalidad divina aptitud para ser enviado por el Padre, para
nacer con una nueva natividad (según la carne), obrada por el Padre, puede
hablarnos del Padre. Se hace modelo
captable e imitable al que hayamos de imitar y configurar, de modo que
participemos de su propia filiación divina, reproduciendo en nosotros la imagen
del Hijo que es Imagen del Padre, Jn 1, 18; Rom 8, 29.
El Hijo fue mediador en la creación, muy especialmente en la
creación de la criatura humana, hecha a
"su imagen y semejanza", Gen 1, 26, de manera que ya "en el principio", él era "vida y luz de los hombres",
Jn l, l-4. Posee, pues, desde su eternidad una inmediación peculiar con
nosotros, que le hace apto, por razón de su característica intra-trinitaria, a
ponerse en relación directa con los hombres, a mediar entre Dios-Padre y
nosotros, criaturas a imagen de Dios-Padre a través del Hijo-Imagen.
El resultado final de estas consideraciones teológicas,
basadas en los datos revelados, es que solamente el Hijo tiene en su propiedad
personal divina la capacidad, o tendencia, de manifestarse objetiva y visiblemente,
es decir, humanamente y por ello: solamente el Hijo podía encarnarse.
Estas especulaciones parecería simples elucubraciones
teológicas si no tuviesen un alcance enorme para nuestra vida cristiana;
precisamente nos hacen entender en alguna medida la importancia del dogma
trinitario y de su revelación. No fue un lujo de parte de Dios el darnos a
conocer la intimidad de su vida trinitaria; sino que al revelárnosla mediante
la encarnación del Hijo, no sólo nos reveló lo que Dios es en sí, sino también lo
que es para nosotros y todo ello de una forma libre, gratuita y amorosa.
Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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