Lecturas: Ez 33,7-9; S. 94; Ro 13,8-10; Mt 18,15-20
No deber más que el amor
Homilía por el P.José R. Martínez Galdeano, S.J.
Comentamos el domingo pasado el principio general de la vida moral cristiana, que Pablo resume en hacer de la vida un culto a Dios, renovando la mente y buscando hacer siempre la voluntad de Dios.
A continuación concreta lo dicho en normas a tener en cuenta en las asambleas cristianas, antecesoras de nuestras eucaristías, y en lo que respecta al comportamiento como ciudadanos.
Una observación: Pablo no ha estado nunca en Roma, no es fundador de aquella comunidad, no la conoce en su concreción. Por eso no se refiere a problemas especiales de los creyentes de Roma; son comunes a otras comunidades; hoy ocurran cosas análogas en los grupos parroquiales. Luego toca la actitud respecto a las autoridades civiles. También era un problema común. Pablo escribe durante su tercer viaje apostólico, desde Corinto y probablemente hacia el año 57; en las comunidades de entonces hay fieles de origen judío y de origen pagano y pudieron darse posturas conflictivas por su postura ante la autoridad romana. En la de Roma se sabe ya de cristianos en buenos puestos de la administración del estado, otros eran esclavos o de clases bajas, otros eran de raza judía, con relaciones complicadas respecto al estado romano, pagano e idólatra. Sin embargo no han comenzado las persecuciones y Pablo ha tenido hasta ahora con los funcionarios estatales encuentros más bien positivos. Ciertamente aquellas autoridades paganas no eran precisamente santas. Sin embargo hay que respetarlas.
Termina con la perícopa que hemos escuchado y vamos a comentar. Viene a ser un resumen de lo anterior y norma general de la conducta moral cristiana: “A nadie le deban nada más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”. Conocemos esta doctrina por el Evangelio. Aparece tantas veces. El amor es el alma de los mandamientos cristianos. No nos salgamos del mandamiento del amor, y del amor al prójimo. Sorprende que a Jesús no se le oye hablar del amor a Dios hasta muy avanzado el evangelio, en aquella respuesta al escriba: “¿Cuál es el primer mandamiento?”. Jesús responde: Lo escrito en la Ley: amarás a Dios con todo el corazón. Pero añade en seguida: El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se resumen la ley y los profetas” (v. Mt 22,36-40). Es lo mismo que con fórmulas variadas repite San Juan en su carta: “Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Nosotros amemos, porque Él –Dios– nos amó primero. Si alguno dice: amo a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso. Pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,7-8.19-20).
Creer en Dios es creer en su amor y su misericordia para conmigo. El que cree en Dios, en Dios amor para Él, que ha enviado a su Hijo para salvarle, que le añadirá todo lo que sea necesario para lograrlo, se ve invitado llevado por el amor, que se abre y responde, del hijo al Padre. Y amar al Padre es amar a los hermanos. En resumen todo viene a reducirse al amor a los hermanos.
Habla del amor como de un “deber”: “A nadie le deban nada más que amor”. Amar para un cristiano no es moralmente libre, es una obligación; más aún es una obligación. Además no hay otra obligación: “Porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”. Basta con amar. Los demás mandamientos no son otra cosa que formas distintas de practicar el amor: “De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás» y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». La prueba es clarísima. ¿Quién no ve que esas acciones no son un mal causado al esposo o esposa legítimos, a la víctima del asesinato o robo, un mal deseado para el que es envidiado?. Porque, así concluye: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”.
Pero los mandatos negativos (“no cometerás adulterio, etc.) no agotan las obligaciones del amor (al que como virtud se designa como “caridad”). En las parábolas sobre el juicio final y el buen samaritano se habla de acciones positivas y como obligatorias: “Tuve hambre y me dieron de comer, etc” (Mt 25,35ss). En el acto de contrición al comienzo de la eucaristía pedimos perdón por pecados “de omisión”. Se trata de obras buenas que hemos dejado de hacer, normalmente obras de caridad, oportunidades de hacer el bien que hemos tenido “al paso”.
El sacramento de la penitencia es una gran arma para corregir nuestros defectos morales. Cuando vayan a confesar, es bueno que se pregunten no sólo por el mal, grande o pequeño, que hayan hecho o deseado para el prójimo. Pregúntense también si han hecho el bien al prójimo.
El amor es algo activo. El amor se adelanta a las obras, crea las ocasiones de expresarse. En la naturaleza la expresión mejor del amor la encontramos en el amor de la madre. La madre, amando al hijo, busca el bien del hijo, se alegra de su bien, le preocupa su daño. La madre no espera a que el hijo pida, se adelanta a mostrarle su cariño con sus besos, su compañía, el alimento que necesita, sus caricias y su sonrisa. En la madre el cariño actúa de continuo, no a ratos ni por intermitencias.
Cuando vayamos a confesar, examinemos cómo ha sido de fuerte y de constante nuestro amor al prójimo. A ese prójimo al que en general no tenemos que buscar: en la familia, la vecindad, el trabajo, el colegio o la universidad, la parroquia, la calle, el taxi o el microbús, y tanto etcétera. Se trata de un amor que hay que mostrar en obras, palabras y pensamientos. Se trata de una capacidad de amar que hay que defender ante tanto virus, tanta maledicencia. Se trata de un amor que hay que pedirlo a Dios como un don, porque así es; es un don que manifiesta que somos de veras seguidores de Jesús. Se trata de un amor que perdona setenta veces siete, que avisa con delicadeza de un pecado, como hemos visto en el texto del evangelio de hoy. Se trata de un amor que refleja nuestro amor a Dios, la seguridad de que Él nos ama; que no desaparece por el mal que se nos haga sino que vence el mal a base de bien. Que Dios conceda a todos este amor. Pidamos con frecuencia, pidiendo la intercesión de María, que nos sea concedido.
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