90. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Discurso apostólico de Cristo: Amor supremo a Cristo


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


E. ULTERIOR MINISTERIO EN GALILEA: HASTA LA FIESTA DE PENTECOSTES

(Hasta fines de mayo del Año 29)


DISCURSO APOSTÓLICO DE CRISTO

90.- AMOR SUPREMO A CRISTO

TEXTOS

Mateo 10, 37-39

"El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí. El que encuentra su vida, la per­derá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará."

Mateo 16, 24-25

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará."

Marcos 8, 34-35

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará."

Lucas 9, 23-24

"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará."

Lucas 14, 25-27

Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo:

"Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío."

INTRODUCCIÓN

Mateo pone esta enseñanza de Jesús, al final de su discurso apostólico, y la repite al hablar de las condiciones para seguir a Jesús. En este último con­texto la traen Marcos y Lucas.

Hay que aclarar el sentido de la palabra "odia" que sale en el texto de Lucas. Significa solamente "amar menos", "postergar". De ninguna mane­ra tiene el sentido que damos a esa palabra en el lenguaje castellano. El amor a los padres, hijos, familia, es uno de los mandamientos de la Ley de Dios. Lo que se nos enseña es que aun ese amor santo a la familia está su­bordinado al amor de Cristo.

Y por "amor" hay que entender no un amor sensible, emocional, que de ordi­nario existe entre los miembros de una familia, y puede faltar en el amor a Dios. Ese amor a Dios, sensible y emocional, es una gracia suya. Aquí se habla de un "amor apreciativo de voluntad". Es un amor de estima, de valo­ración y de seguimiento fiel a los mandamientos de Dios, por encima de cual­quier otra valoración y por encima de cualquier otra voluntad que sea obstá­culo para cumplir con la voluntad de Dios.

MEDITACIÓN

1) Amor supremo a Cristo

Cristo, aun teniendo la más profunda humildad y sencillez, y a pesar de mos­trarse como una persona que nunca busca su propio interés, no puede, sin embargo, ocultar lo que constituye la verdadera salvación del hombre. Y esta salvación consiste en amarle a él sobre todas las cosas; estimar, valorar a Cristo por encima de cualquier otro valor humano, es parte fundamental de nuestra fe. Si creemos en él como el Hijo de Dios encarnado, sabemos que su dignidad, grandeza e infinitud es igual a la del Padre, y que merece toda nuestra adoración y máximo respeto; y al mismo tiempo, cumplir sus manda­mientos, sus enseñanzas es el único camino de salvación. Cada persona tiene su jerarquía de valores, y de acuerdo a esos valores actúa su voluntad. No solamente el apóstol sino cualquier cristiano, debe considerar a Cristo como el valor supremo de su vida, a infinitud de distancia de cualquier otro valor humano, por santo y bueno que sea. Y, consiguientemente, lo que debe mo­ver su voluntad es el amor a Cristo y desear siempre cumplir con su sacratísima voluntad. Cuando la voluntad de cualquier otra persona se inter­ponga en medio como obstáculo para cumplir la voluntad de Cristo, hemos de elegir siempre la voluntad del Señor, aunque esa otra persona sea la persona más querida para nosotros. Notemos la profundidad que encierran las pala­bras del Señor. En ellas se nos revela como verdadero Dios, pues sólo Dios puede exigir el amor a él por encima de todo otro amor. Y este es el primer mandamiento de la Ley de Dios Al exigir Cristo este amor supremo y el sa­crificio total de cualquier otro amor que contradiga al suyo, Cristo se está confesando como verdadero Dios.

2) Tomar la cruz

El Señor habla muy claro sobre las exigencias para seguirle a él. El camino de Cristo fue un camino de cruz desde su nacimiento hasta el calvario, y quien, de verdad quiere seguirle tiene que acompañarle en ese camino de cruz.

Sólo entenderemos el sentido de las palabras "tomar la cruz", "cargar con la cruz", "llevar la cruz", si contemplamos al Señor a través de toda su vida y de manera especial en su sacratísima Pasión. Jesús jamás se rebeló contra su Padre y aceptó con gran humildad y generosidad todos los dolores y sufri­mientos que su Padre, en su Divina Providencia, permitió que padeciese. La misma actitud debe tener el cristiano a lo largo de su vida: una aceptación plena de la voluntad de Dios y un vivir en entrega generosa de sacrificio a esa voluntad, uniendo sus sacrificios al sacrificio de Cristo y ofreciéndolos, como Cristo, por la redención del mundo.

En concreto, ¿qué simboliza la cruz?:

Todo sacrificio necesario para cumplir siempre la voluntad de Dios.

Todo sacrificio que provenga de las circunstancias externas que me rodean. Todo sacrificio que suponga aceptar la enfermedad, el dolor, la muerte.

Todo sacrificio que provenga de las persecuciones o incomprensiones del mundo. Nunca condescender con sus criterios.

Todo sacrificio voluntario en satisfacción de mis pecados y de los de todo el mundo.

Todo sacrificio necesario para realizar el ideal del apostolado.

Todo sacrificio que entre en la Providencia de Dios para conmigo.

3) Perder la vida - Ganar la vida

No hay ninguna contradicción en las palabras del Señor. Y lo podemos com­prende muy fácilmente, si sabemos que el Señor se está refiriendo a dos vi­das diferentes. Una es la vida de pecado la vida del que vive esclavizado del mundo y a sus propias concupiscencias y pasiones, la vida alejada de Dios. La otra vida, es la vida de gracia, la vida de hijos de Dios, la vida según el Espíritu. Ambas vidas son opuestas y no pueden coexistir al mismo tiempo. La vida del hombre alejado de Dios, mientras esté en este mundo, es una vida que lleva a la condenación; y después de la muerte esa vida se extingue y no queda más que la muerte eterna. La persona seguirá viviendo, pero con una vida llena de tormentos y pesares. En realidad, ha perdido la verdadera vida. Por el contrario, el que vive la vida de gracia y vive bajo las mociones del Espíritu, pierde, sí, todos los atractivos que pueda tener la vida mundana y de pecados, pero consigue la salvación eterna y con ella la plenitud de vida gozosa y feliz.

Lo que Cristo, pues, nos enseña en esta paradoja, es que es necesario que perdamos esta vida terrena de pecado para ganar la vida de eterna bienaventuranza en el cielo. Pero el Señor dice: "El que pierda su vida por mí, la encontrará." Tiene mucha importancia lo que dice el Señor:"por mí". No basta cualquier motivo para desterrar de uno la vida de pecado, para ma­tar esa vida que lleva a la condenación; las inclinaciones a esa vida de peca­do son tan fuertes, que hace falta una motivación profundísima para conse­guir perder esa vida. Y esa motivación no es otra que el mismo Cristo: cono­cer a Cristo cada día con mayor profundidad, enamorarse de su persona como hermano nuestro Redentor, sentir su presencia y su compañía que nos enseña, nos alienta y nos da fortaleza en nuestro difícil caminar. Quien tenga trato íntimo con el Señor y le ame con sinceridad, no tendrá dificultad en per­der la falsa vida que brinda el mundo y ganar la verdadera vida que nos trae el mismo Cristo.




Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.





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