P. Adolfo Franco, jesuita.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-19)
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»
Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron: «No.»
Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»
Palabra del Señor
Pedro le manifiesta su amor a Cristo y Cristo encomienda su iglesia a Pedro.
Esta hermosa página del Evangelio de San Juan, encierra muchas enseñanzas, pero además es bastante peculiar. Y es que se añadió, después que se había puesto ya un final al Evangelio. Se ve que el autor de este capítulo 21 del Evangelio de San Juan, consideraba que la enseñanza que se encerraba en esta aparición del Señor era especialmente importante.
Lo que se narra es una escena en que un grupo de apóstoles salen a pescar y por indicaciones de Jesús resucitado (que se les aparece a la orilla del lago de Genesaret) terminan haciendo una pesca milagrosa; una pesca milagrosa una vez más. Pero hay algunos aspectos muy especiales en esta pesca y en esta escena. Se trata de una página muy particular en que se quiere poner de relieve el papel especial de San Pedro.
La figura de San Pedro destaca mucho en todo el pasaje: él es el que tiene la iniciativa de salir a pescar; él es que se tira al mar cuando sabe que es el Señor el que está en la orilla esperándoles; él también va a buscar la red y la arrastra hasta la orilla. Y sobre todo él tiene un largo coloquio privado con Jesús, que lo confirma en su puesto de Pastor de la Iglesia, y en que le anuncia la muerte de que va a morir.
Parecería que este pasaje viene a hacer de nexo entre la presencia de Jesús en este mundo (aunque ahora ya resucitado) y el nacimiento de la Iglesia. Diríamos que es una escena en que aparece Jesús trasmitiéndoles toda su misión a Pedro, y con él a los apóstoles.
Es una escena llena de rasgos hermosos: nos presentan a Jesús asando un pescado sin duda para sus apóstoles, y pidiéndoles que le traigan de los peces que ellos acaban de pescar. Un detalle especialmente humano de Jesús resucitado, con los suyos. Primero les ha preguntado cómo ha ido la pesca y cuando se entera (ya lo sabía) que no han pescado nada, les dice dónde están los peces. Y de nuevo se hace una pesca especialmente abundante.
Pero mientras los demás apóstoles están comiendo el pescado asado, Jesús se retira un poco con Pedro. Y le hace la triple pregunta de si lo ama; seguramente para borrar con esto definitivamente el sabor amargo que debía tener Pedro después de la triple negación. Pero no es una simple confesión de amistad. Pues a cada respuesta afirmativa de Pedro, sigue un encargo pastoral: ya que me amas, apacienta mis ovejas. O sea demuéstrame ese amor, cuidando mi Iglesia. Es un asunto de amor, pero de un amor que se muestre en las obras.
Las obras, “apacentar sus ovejas” son la verdadera respuesta que Jesús espera de Pedro. Jesús había hablado muchas veces de la oración estéril, y sin sustento: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre. El que me ama, guardará mis mandamientos. Y en la carta de Santiago se habla también de la fe sin obras, que es una fe muerta. Y sobre todo San Juan en su primera carta, en que afirma: El que dice que ama a Dios a quien no ve, y no ama a su prójimo a quien sí ve, es un mentiroso.
Después de esta triple afirmación con que Pedro reitera su amor a Jesús. Este le anuncia la prueba más grande que Pedro le dará de su amor: Jesús le anuncia que más adelante entregaría su vida por El con valentía; ya no volverá el miedo que tuvo la noche de la triple negación. Cuando seas mayor otro te ceñirá y te llevará donde no quieres. Y con esto le decía de qué forma glorificaría a Dios. Así se está planteando la estructura de la Iglesia que nacerá poco tiempo después. Todo debe basarse en el amor a Jesús, sin eso no hay Iglesia. El que más se destaca en la Iglesia debe ser el que más sirva a sus hermanos. La dedicación a los hermanos es asunto fundamental en la pertenencia a la Iglesia. Y finalmente la capacidad de dar la vida por el Señor, como máxima obra de servicio a Jesús y a su Iglesia.
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