104. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Credibilidad de Jesús, basada en el testimonio de su Padre Dios

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


III.- FIESTA DE PENTECOSTÉS EN JERUSALÉN

DISCURSO DE "AUTOREVELACION"

104.- CREDIBILIDAD DE JESÚS, BASADA EN EL TESTIMONIO DE SU PADRE DIOS

TEXTO

Juan 5, 31-40

"Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería válido. Otro es el que da testimonio de mí, y yo sé que es válido el testimonio que da de mí. Vosotros mandasteis enviados donde Juan, y él dio testimonio de la verdad. No es que yo busque testimonio de un hombre, sino que digo esto para que os salvéis. El era la lámpara que arde y alumbra y vosotros qui­sisteis recrearos un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan; porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me ha enviado, es el que ha dado testimo­nio de mí. Vosotros no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro, ni habita su Palabra en vosotros, porque no creéis al que El ha en­viado. Investigad las Escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí; y vosotros no queréis venir a mí para tener vida".

INTRODUCCIÓN

La segunda parte del discurso de autorevelación es la explicación de por qué los judíos deben creer en el testimonio de Jesús. En la primera parte ha hecho afirmaciones profundísimas que lo equiparan al mismo Dios: era natural que Cristo quisiese manifestar los motivos que tenían para aceptar sus afirmaciones, motivos que debían ser evidentes para quienes no tuvie­sen el corazón cerrado por tantos prejuicios y tanta envidia, y odio hacia el Señor. Las pretensiones de Jesús superaban todo posible raciocinio huma­no. El Señor legitima esas pretensiones. Es el mismo Dios, su Padre, quien avala plenamente su testimonio.

MEDITACIÓN

1) "Las mismas obras que yo hago dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado"

Jesús conocía muy bien un axioma admitido en toda jurisprudencia huma­na y en el sentir común de todas las personas. El autotestimonio no tiene valor, mientras no haya otras pruebas que lo confirmen.

Jesús, pues, afirma que es "Otro" quien va a salir fiador de su testimonio. Ese otro podía ser referido a Juan Bautista, pues fueron muchas veces las que el Bautista dio testimonio a favor de él y una vez a los emisarios en­viados por las autoridades de Jerusalén (Jn 1,19-28). Jesús enaltece la fi­gura del Bautista llamándole "lámpara que arde y alumbra", y acepta su testimonio; pero ese "otro" no se refería a Juan Bautista, como podrían pensar los judíos. Juan fue un hombre extraordinario, el precursor del Mesías; pero no era más que un hombre. Por eso el Señor busca otro testi­monio de mayor valor. Ese "otro" se refiere a su mismo Padre Dios.

Y Dios da testimonio a favor del Hijo mediante las obras que realiza el mismo Hijo. Cristo considera esas obras como "obras que le ha encargado el Padre realizar".

Jesucristo con mucha frecuencia para probar su misión mesiánica, su mi­sión divina, hace referencia a sus obras que realiza. (Cfr. , Jn 10,25.32.37­38; 14,10-11; 15,24). Tales obras se identifican de manera especial con to­dos los milagros y señales extraordinarias que viene realizando a través de todo su ministerio apostólico. Milagros y señales que han sido presencia­dos por los mismos judíos, que nunca negaron la autenticidad de los mila­gros del Señor, pero que por su actitud obstinada de increencia y de agre­sividad hacia el Señor, de nada les vale para comprender que Jesús es el Enviado del Padre.

Los milagros de Jesús, innumerables y que prueban un dominio absoluto sobre la naturaleza, la enfermedad, la muerte y el mismo demonio, son una prueba evidente de que Dios está con Jesús, de que el poder de Dios habi­ta en Jesús, de que Jesús es el Enviado del Padre.

Si los judíos esperan una particular teofanía de Yahvé, como la que tuvo Moisés en el Sinaí, están equivocados. Ellos ni han visto, ni han oído a Dios; ni Dios se va a manifestar a ellos como se manifestó a Moisés. Dios se está manifestando a ellos a través del Hijo, mediante las obras que el Hijo lleva a cabo.

2) "investigad las Escrituras... ellas dan testimonio de mí"

Nuevo testimonio que da el Padre a favor del Hijo. Son las mismas Escri­turas que los judíos tiene y que dicen creer en ellas y tener en ellas la vida eterna. Pues esas Escrituras, dice el Señor, si las conocieseis rectamente, ellas dan también testimonio de mí. Dios es el autor de las Escrituras, por lo tanto es Dios mismo quien está dando testimonio de su Hijo. Y toda la Escritura sólo puede comprenderse y aceptarse en cuanto ella nos conduce a Cristo y todas sus promesas se ven realizadas en Cristo. Es lo que San Pablo dirá a los Gálatas, que la Ley, las Escrituras, han sido nuestro peda­gogo para llegar a Cristo. (Cf. Gal 3,23-24).

Jesucristo no se refiere a un pasaje especial de las Escrituras, aunque co­noce que hay muchos lugares concretos, sobre todo en los profetas y en los Salmos, que se refieren de una manera explícita a él. Más bien, lo que indica el Señor es que el conjunto de toda la Escritura tiene su perfecto sentido y su plena realización aceptando a Cristo como el Enviado del Pa­dre, como el verdadero Mesías, y viendo en él cumplidas todas las prome­sas del Antiguo Testamento. Y al no admitirle a El, la palabra de Dios no habita en ellos: "Ni habita su Palabra en vosotros". Ellos se gloriaban de poseer la Palabra de Dios, en realidad no la poseen, aunque tengan las Es­crituras, pues no saben interpretarlas ni reconocer en ellas el mensaje fundamental que el Padre ha querido enseñarles. Es así como rechazan también a su Padre Dios y su palabra. Las palabras de Cristo tienen espe­cial profundidad: Cristo sabe que él mismo es la Palabra del Padre, y por eso esa Palabra de Dios "no habita en ellos", porque no creen en él.

Termina Jesús enseñándoles la contradicción en que viven. Dicen amar las Escrituras, porque en ellas van a encontrar la vida eterna; y Cristo, que es quien verdaderamente trae la vida eterna a todos los hombres y cumple así las promesas de la Escritura, es rechazado por ellos. "Ir a Cristo" y "no querer ir a Cristo" es lo mismo que tener fe en Cristo, acogerle y seguirle o, por el contrario, rechazarle. Al rechazarle a él están rechazando la vida eterna que dicen estar buscando.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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