105. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La culpa moral de la incredulidad de los judíos


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


III.- FIESTA DE PENTECOSTÉS EN JERUSALÉN

DISCURSO DE AUTOREVELACIÓN

105.- LA CULPA MORAL DE LA INCREDULIDAD DE LOS JUDIOS

TEXTOS

Juan 6,41-47

"No recibo de los hombres gloria. Ya se yo que no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a éste le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene de solo Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vues­tro acusador es Moisés, en quien habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?"

Juan 7, 15-24

Los judíos, asombrados, decían: "¿Cómo entiende de letras sin haber estu­diado?" Jesús les respondió: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. El que quiera cumplir su voluntad, verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia glo­ria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz, no hay impostura en él. ¿No es Moisés el que os dio la Ley? Y ninguno de voso­tros cumple la Ley. ¿Por qué queréis matarme?".

Respondió la gente: "Tienes un demonio, ¿quién quiere matarte?" Jesús les respondió: "Una sola obra he hecho y todos os maravilláis. Moisés os dio la circuncisión (no que provenga de Moisés, sino de los patriarcas), y vo­sotros circuncidáis a uno en sábado. Se circuncida a un hombre en sábado, para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿y os irritáis contra mí porque he cu­rado totalmente a un hombre en sábado? No juzguéis según las aparien­cias. Juzgad con juicio recto".

INTRODUCCIÓN

En la introducción al cap. 5 de San Juan ya indicamos las razones por las que añadimos al final de ese capítulo los versículos 15-24 del capítulo 7. Ha habido una transpolarización en el texto. En estos versículos se nos ha­bla de la reacción de los oyentes al discurso de Jesús y se hace mención del milagro realizado por Jesús en día Sábado, el milagro de la curación del tullido. Y el contenido de estos versículos tiene relaciones internas y objetivas con el cap. 5, sobre todo, con los versículos 41-47.

MEDITACIÓN

1) El orgullo de los fariseos es la razón de su increencia

Jesús termina su discurso con una acusación grave contra los judíos, con­tra los fariseos y escribas. Es la acusación que repetirá el Señor en otros enfrentamientos con los fariseos (Cfr. Mt cap. 23). Los fariseos y escribas en realidad no se interesan por la verdadera gloria de Dios; solo buscan su propia gloria humana, el ser alabados y glorificados por los hombres. Y aún en las obras estrictamente religiosas, como son la oración, el ayuno y las obras de caridad, sólo buscan el aplauso del pueblo (Cfr. Mt 6, 1-6; 6, 16-18). Por eso, en su corazón no existe el verdadero amor a Dios.

Y esta es la causa del rechazo a Cristo. Admitir a Cristo suponía para ellos pasar a segundo término en la estima del pueblo, perder muchos de sus in­tereses personales, y corregir una serie de vicios en su conducta que tanto criticaba el Señor. Todo esto era la causa más profunda de su rechazo a Cristo. La gloria de Dios se manifestaba claramente en la persona y obras de Cristo, pero a ellos no les interesaba la gloria de Dios, sino su propia gloria; por lo tanto, dentro de su sicología de pecado, era lógico que no aceptasen al Enviado de Dios, y más aún, que quisieran terminar con él. Les era un personaje molesto.

Cristo, por el contrario, se manifestaba siempre como el Enviado del Pa­dre, que sólo busca su gloria, y cumplir su voluntad. Jamás Cristo buscó su propia gloria, y mucho menos antepuso su gloria a la gloria de su Pa­dre. Ya sólo este ejemplo de Cristo debía haber abierto los ojos de los fari­seos y escribas para ir a él, creer en él. Jesús prueba, con sus obras y su misma doctrina, que viene de parte de su Padre; que no habla por su cuen­ta, sino que habla sólo la doctrina que es de Dios; y todo aquel que busque de verdad la gloria de Dios y cumplir su voluntad conocerá necesariamen­te que Cristo es el que comunica y enseña esa doctrina de su Padre.

Tremenda acusación contra los judíos; pero que en cierto sentido tiene realidad concreta también a lo largo de la historia. Cuántos ha habido que han intentado luchar contra Cristo, hacer que su mismo nombre desapare­ciese de la sociedad, quitar la fe del pueblo; la razón verdadera no eran di­ficultades teóricas, raciocinios especulativos, sino el corazón soberbio y apegado a todos los honores de la tierra, y de ordinario, una vida muy ale­jada de los mandamientos de Dios. Para ellos, Cristo y su enseñanza eran incompatibles con sus valores y su modo de vida.

Es lo que El Señor dijo a Nicodemo: "Y la condenación está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas". (Jn 3, 19).

2) Moisés mismo será quien les acuse

Los judíos se gloriaban de Moisés, el intermediario entre Yahvé y su pue­blo, que les había dado la Ley. Y esperaban en él como en un abogado in­tercesor ante Yahvé, ahora y en el día del juicio.

Jesús les dice que esa esperanza es completamente ilusoria. No sólo no será su abogado intercesor, sino que será quien les acuse delante de Dios. Y esta acusación se basará en dos motivos principales; primero, que Moisés es testigo de Jesús a través de sus escritos; en ellos se ha referido muy concretamente al futuro Mesías y Profeta (Cfr. Dt 18, 15.18). Los judíos atribuían a Moisés todo el Pentateuco y todo él no es sino una prome­sa del futuro Mesías. Al no aceptar ahora al Prometido por Moisés, merecen toda su acusación.

Y, en segundo lugar, Jesús les acusa de que confían en Moisés, pero no cumplen con su Ley, con los mandamientos que él comunicó de parte de Yahvé al pueblo de Israel. En otras oportunidades, el Señor desarrollará esta acusación contra los escribas y fariseos, deteniéndose en casos muy concretos. De nuevo citamos el cap. 23 de San Mateo donde encontramos las principales acusaciones de Jesús contra ellos. Y una prueba más de que no cumplen con la Ley de Moisés es que siendo él inocente, sin haber cometido nada malo, ningún delito, pretenden matarlo; y, se sobrentiende, violentamente y sin un juicio correcto.

El Evangelista añade aquí una observación sobre la multitud de los oyen­tes. La acusación de Jesús de que pretenden matarlo, es inconcebible para ellos; no conocían las maquinaciones homicidas de los fariseos. De ahí, que la expresión "tienes un demonio", podría significar solamente: "estás loco".

3) "No juzguéis según las apariencias"

¿En qué se basa el juicio que los fariseos dan de Jesús? En aspectos exter­nos y superficiales.

Conocen que Jesús es un hombre de origen humilde, de un pueblo llama­do Nazaret, totalmente desconocido en toda la Historia del pueblo de Is­rael; no ha hecho estudios especiales, y consiguientemente, es un ignoran­te. ¿Cómo es posible que se ponga a enseñar a otros? ¿Cómo podían acep­tar lecciones de ignorantes, ellos que eran los doctos en el estudio de las Escrituras?

Y juzgan también a Cristo por el hecho de haber realizado un milagro en día Sábado, sin ponerse a pensar en profundidad, que nadie puede realizar esos milagros, si Dios no está con él.

Jesús viene a decirles lo absurdo de su juicio. Ya ha indicado anteriormen­te que la credibilidad de su doctrina, de que Dios está con él, es el testimo­nio que el Padre da de su Hijo a través de sus obras y de la misma Escritu­ra. Jesús no pretende defender su credibilidad por los estudios que ha rea­lizado, sino simplemente El mismo, sus obras y su misma doctrina certifi­can que el Padre le ha enviado.

En cuanto a la transgresión del Sábado, les hace ver que su juicio es tam­bién equivocado. La circuncisión estaba permitida en día sábado. Si el acto de circuncidar estaba permitido en ese día, ¿por qué no se va a permi­tir el acto de caridad de hacer bien, de sanar a un enfermo? En vez de condenar a Cristo deberían reconocer en su persona al enviado de Dios, que realiza tales prodigios.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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