88. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Discurso apostólico del Señor: "No temáis a los que matan el cuerpo"


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


E. ULTERIOR MINISTERIO EN GALILEA: HASTA LA FIESTA DE PENTECOSTES

(Hasta fines de mayo del Año 29)


DISCURSO APOSTÓLICO DEL SEÑOR

88.- "NO TEMÁIS A LOS QUE MATAN EL CUERPO"

TEXTOS

Mateo 10, 26-33

"No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscu­ridad, decidlo vosotros a plena luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vo­sotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. Por tanto, aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos".

Marcos 4, 22-23

"Nada hay oculto si no es para que sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para que venga a ser descubierto. ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!"

Lucas 12, 2-9

"Nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a plena luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados. Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos. "Os digo: por todo el que se declare por mí ante los hombres, tam­bién el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios".

Lucas 8, 17

"Nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto".

INTRODUCCIÓN

"No temáis" es frase repetida por el Señor en varias ocasiones. En este contexto el Señor se refiere a que no tengan miedo ni a las persecuciones ni al mismo martirio.

El proverbio: "no hay nada oculto que no haya de saberse" se interpreta en Mateo y en Marcos en el sentido de que los apóstoles deben predicar todas las enseñanzas de Cristo, sin ocultar ninguna. En Lucas, más bien, parece in­dicar que los discípulos deben saber que, por más prudencia que tengan en su predicación, siempre les sobrevendrán persecuciones públicas.

MEDITACIÓN

Todo el pasaje es una exhortación del Señor a mantener siempre una actitud de valentía ante las situaciones adversas de la persecución, que en muchos casos llevará hasta la muerte, el martirio.

En la introducción hemos indicado la interpretación de las palabras del Señor al aplicar el refrán "No hay nada encubierto ni oculto que no haya de saber­se" a la valentía con que los apóstoles deben predicar con toda fidelidad to­das las enseñanzas de Cristo, sin callar ninguna verdad revelada, por dura que ésta pueda parecer a los ojos del mundo y sea hasta causa de persecu­ción y de muerte. Por eso añade el Señor: "Lo que yo os digo en la oscuri­dad, decidlo vosotros a plena luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma".

Para infundir esta valentía y fortaleza a los apóstoles el Señor habla de la Providencia de su Padre Dios. No hay nada que pueda suceder que no caiga debajo de la Providencia Divina. Ni siquiera la venta de dos pajarillos o la caída de un cabello de la cabeza pueden suceder sin el conocimiento y permi­so de Dios. ¡Cuánto más todo lo referente a la vida de sus apóstoles!

Con estos ejemplos, quiere el Señor crear en el alma de sus apóstoles una actitud de total abandono y plena confianza en la Providencia de Dios, que siempre será una Providencia llena de amor para con los suyos. Dios nunca los va a abandonar a sus fuerzas; Dios estará siempre con ellos, cuidándolos, y buscando para ellos su verdadero bien y lo que les conduzca a la verdadera felicidad.

Lo más que pueden hacer los hombres, y esto bajo la Providencia de Dios y con su voluntad permisiva, es "matar los cuerpos". Y si Dios permite que hagan eso con los apóstoles, esa muerte será verdadero martirio que traerá una corona de gloria inmarcesible para los que lo padecen. No es que Dios quiera las persecuciones y el martirio, que suponen pecados gravísimos, pero sí lo permite. Ahora bien, si lo permite Dios, es para bien de aquellos que han de sufrir esas persecuciones y ese martirio. Como permitió el martirio de su Hijo crucificado para darle la corona de gloria infinita como Redentor de to­dos los hombres. Es lo que nos dirá la revelación de la Palabra de Dios por medio de San Pablo: "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman". (Rom 8,28) Por eso, a través de toda la historia, la Iglesia ha considerado siempre el martirio como una gran gracia de Dios, un don inapreciable. Esto lo han comprendido muy bien todos los mártires y otros muchos que tuvieron el deseo de derramar su sangre por Cristo.

Por el contrario, el Señor, sí habla de un temor que siempre se ha de tener: temor a los que pueden dañar el alma, temor a las cosas que pueden matar la vida del alma. Sólo el pecado y lo que conduce al pecado es digno de ser te­mido. Y la razón de ese temor es que la muerte espiritual del alma lleva al hombre entero a su perdición, al infierno.

Y el Señor añade otra razón de consuelo para el apóstol: "El que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos". Aquellos que son capaces de confesar a Cristo en medio de las persecuciones y en medio del sufrimiento del martirio, tienen la espe­ranza cierta de que Cristo les confesará a ellos delante de su Padre Celestial y ante el mundo entero. Será entonces la plena glorificación eterna del mártir y del perseguido.

Seguir a Cristo puede exigir grandes sacrificios, pero las promesas de Cristo superan infinitamente esos sacrificios. "En efecto, la leve tribulación de un momento, nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eter­na". (2 Cor 4,17)



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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