118. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La Transfiguración


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IV. JESÚS REGRESA A GALILEA Y MARCHA A TIERRAS DE PAGANOS PASA DE NUEVO POR GALILEA

PASA DE NUEVO POR GALILEA

(Junio - Setiembre, año 29)


118.- LA TRANSFIGURACIÓN

TEXTOS

Mateo 17, 1-8

Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Enton­ces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

Señor, es bueno estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías." Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió, y salió de la nube una voz que decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle." Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándo­se a ellos, les tocó y dijo: "Levantaos, no tengáis miedo." Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Marcos 9, 2-8

Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lle­va, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfi­gu­ró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que nin­gún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de este modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pe­dro y dice a Jesús: "Rabbí, es bueno estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías"; -era que no sabía lo que decía, pues estaban espantados-. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y se oyó una voz desde la nube: "Este es mi Hijo amado, escuchadle." Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a na­die más que a Jesús solo con ellos.

Lucas 9, 28-36

Unos ocho días después de estas palabras, tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago y subió al monte a orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos varones, que eran Moisés y Elías; los cuales apare­cían en gloria y hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jeru­salén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permane­cían despiertos y vieron su gloria y a los dos varones que estaban con él. Y al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, es bueno estarnos aquí, vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo éstas cosas cuando vino una nube y los cubrió con su sombra, y al entrar en la nube, se llenaron de te­mor. Se oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi Hijo, mi elegi­do; escuchadle." Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que ha­bían visto.

INTRODUCCIÓN

Los apóstoles habían quedado desconcertados con el anuncio de la Pasión y su corazón estaba con tentaciones de desánimo y abatimiento. Jesús quiere ayudarles en su fe y quitar de su corazón la tristeza que tenían, y para eso, les va a mostrar un destello de su gloria, de su divinidad. Esa gloria y divinidad que habitaba en el cuerpo de Cristo, pero que estaba es­condida a los ojos de los hombres. La revelación de su gloria y divinidad es lo que se nos manifiesta en la Transfiguración.

Se nos habla de un monte alto a donde el Señor fue a orar con sus discípu­los, y tres de ellos, escogidos por el Señor, recibirán la gracia extraordina­ria de contemplar su gloria. Las tradiciones más antiguas sitúan el lugar de la escena de la Transfiguración en el Monte Tabor que se alza en el extre­mo nordeste de la gran llanura de Esdrelón, a unos 10 Kms. de Nazaret. El monte Tabor tiene 526 metros de altura sobre el nivel del mar, pero como se presenta aislado por todas partes, su altura hace mayor impresión y corresponde a lo que nos dicen los Evangelistas de un "monte alto".

Ninguna indicación dan los Evangelistas del itinerario que siguió Jesús desde Cesarea de Filipo al Tabor. La distancia era de unos 70 Kms. Lo que sí puntualizan los Evangelistas es que la Transfiguración del Señor fue "seis días después" (Mt y Mc), "como ocho días después" (Lc). Este "después" se refiere al anuncio que Cristo había hecho de su Pasión. El unir así ambos episodios, el del anuncio de la Pasión y el de la Transfiguración, sin duda se debe a que los Evangelistas veían una íntima relación entre ellos.

MEDITACIÓN

1) Oración de Jesús

Nos dice Lucas que subió Jesús al monte a orar; sería ya el atardecer. En otros pasajes ya hemos considerado la costumbre que tenía Jesús de reti­rarse por las noches a hacer oración. En esta ocasión llevó consigo a tres de sus apóstoles, a los que Cristo había señalado siempre con su especial predilección, Pedro, Juan y Santiago.

Lucas también nos dice que "Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño." Una manera de indicarnos que mientras Jesús oraba ellos dormita­ban; sólo el resplandor, en la noche, de la gloria de Cristo, los despertará.

Estamos en otro momento transcendental del ministerio apostólico de Cristo. La confesión de Pedro en su divinidad será confirmada mediante la revelación de su gloria. Y al igual que en su Bautismo, en la elección de los apóstoles, en la confesión de Pedro, y en todo momento de especial importancia para su obra redentora, el Señor se prepara con la oración a su Padre. Oración de Cristo siempre centrada en el cumplimiento de la volun­tad de su Padre, en el cumplimiento de su misión redentora (Cfr. med.20).

2) La transfiguración

El resplandor de la gloria de Cristo despierta a los tres apóstoles y al abrir sus ojos contemplan a Jesús transfigurado. Nos hablan del rostro del Se­ñor, resplandeciente como el sol, y sus vestidos con la blancura de una luz vivísima, "blancura fulgurante".

Con el Señor se encuentran dos grandes personajes del Antiguo Testa­mento: Moisés y Elías. Ambos eran los dos represen­tan­tes más importan­tes del Antiguo Testamento. Moisés representaba la Ley y Elías represen­taba todas las profecías. Al aparecer junto a Cristo en esta revelación de su gloria, se nos quiere dar a entender que Jesucristo es quien da cumpli­miento a todas las profecías del Antiguo Testamento y que él es verdade­ramente el gran Legislador de la Nueva Ley del Evangelio. Todo el Anti­guo Testamento se encamina a Cristo y tiene su pleno sentido y realización en la persona de Cristo.

Jesucristo transfigurado, junto a Moisés y Elías, se muestra en la plenitud de su Gloria Divina, como el Hijo de Dios, el Gran Profeta y el Gran Le­gislador. Y esa gloria, que estaba escondida en su cuerpo mortal y que de­bería seguir estándolo hasta el día de la Resurrección, se muestra ahora a los apóstoles, aquellos que debían un día contemplar también su agonía en el Huerto de los Olivos.

Y era tal la belleza, el atractivo, la felicidad que despedía la manifestación de su gloria y divinidad, que los tres apóstoles quedaron como en un éxta­sis profundo. Y Pedro, que nunca puede ocultar lo que siente, al verse in­vadido por el gozo anticipado de la bienaventuranza en el cielo, se dirige al Señor para rogarle que no termine nunca esa experiencia, que él hará tres tabernáculos para el Señor y para Moisés y Elías. Que permanezcan allí siempre.

San Pedro no podrá olvidar jamás esa experiencia de la gloria de Cristo, y muchos años después escribirá: "No hemos hablado fábulas o teorías in­ventadas al enseñarles sobre el poder y la vuelta de Cristo, nuestro Señor, al contrario, les hablamos porque nosotros contemplamos su majestad, cuando recibió de Dios Padre gloria y honra, y desde la magnífica gloria llegó sobre él esta palabra tan singular: Este es mi Hijo muy querido, en quien me complazco. Esta voz enviada del cielo la oímos nosotros mismos cuando estábamos con él en el cerro santo." (2 Ped 1, 16-18)

3) Conversación de Moisés y Elías con Jesús

Los Evangelistas nos dicen que Moisés y Elías conversaban con el Señor; pero es Lucas quien nos dice la materia de esa conversación: estaban ha­blando acerca de la partida de Jesús que había de realizarse en Jerusalén; es decir, hablaban acerca de la muerte del Señor, de su partida de este mundo. Del misterio de su crucifixión.

Jesús quería hacer comprender a sus discípulos que en los designios de su Padre estaban estrechamente enlazados, en su persona, gloria y oprobio, triunfo y humillación. El mismo Jesús dirá después de resucitado: "¿No era necesario que estas cosas padeciese el Mesías, y así entrase en su glo­ria?" (Lc 24,26)

Era la enseñanza que no podían aprender sus apóstoles. La gloria de Cris­to, en cuanto Hijo de Dios encarnado, fue morir por los hombres, amar a los hombres hasta la cumbre del Calvario. Y por tanto, era lógico, que en el momento en que Cristo deja manifestar su gloria divina, quiera que ésta se manifieste con el trasfondo de su Pasión y de su Muerte.

La Transfiguración es un gran misterio de nuestra fe que debe afianzar la fe y confortar a todos los cristianos en sus tribulaciones. No hay gloria propia ni participación en la gloria de Cristo sino a través del misterio de la cruz.

4) "Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco; escuchadle."

Estas palabras del Padre son el sello de confirmación a su Hijo y a su mi­sión redentora. Y son las palabras divinas que deben escuchar todos los hombres.

Oír a Cristo, en el sentido que se da siempre en el Evangelio, es decir, aceptarle a él como el verdadero Hijo de Dios, aceptar sus enseñanzas, aceptar su misterio en la cruz, es aceptar nuestra propia salvación.

Y en el camino de la fe, de la vida moral, de la esperanza y del amor, no hay otro maestro. Sólo Cristo, proclamado por el Padre, es el único que es y será siempre la verdadera luz que ilumina a todos los hombres. Cual­quier otra voz que escuchemos será voz que nos engaña, voz que nos aparta de la verdad y de la vida. Infinitas voces tiene el mundo que nos predican continuamente todo lo contrario de lo que la voz de Cristo nos enseña. Si hacemos caso a las voces del mundo, a los gritos de nuestras pasiones, no podemos ser discípulos de Cristo y no podemos obtener la salvación. Sólo en Cristo está la verdad, la vida, la salvación. Cristo, nues­tro único Maestro.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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