117. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Condiciones para ser discípulo de Cristo



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IV. JESÚS REGRESA A GALILEA Y MARCHA A TIERRAS DE PAGANOS PASA DE NUEVO POR GALILEA

PASA DE NUEVO POR GALILEA

(Junio - Setiembre, año 29)


117.- CONDICIONES PARA SER DISCIPULO DE CRISTO

TEXTOS

Mateo 16, 24-28

Entonces dijo Jesús a sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino."

Marcos 8,34-9,1

Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: "Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá: pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ga­nar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos án­geles."

Les decía también: "Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios."

Lucas 9, 23-27

Decía a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame. Porque quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria, en la de su Pa­dre y en la de los santos ángeles. Pues de verdad os digo que hay algunos, de los aquí presentes, que no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios."

INTRODUCCIÓN

Acababa el Señor de anunciarles su Pasión y su Muerte, y acababa tam­bién de reprender a Pedro porque le quería disuadir de ese camino de hu­millación y dolor. Pedro no conocía los designios de Dios.

A continuación del anuncio de su Pasión, el Señor exhorta a todos a se­guirle a él participando en su cruz. No se puede ser discípulo de Cristo si no es cargando con la cruz de cada día.

El Señor nos da a entender que su Cruz no solamente es objeto de adora­ción, de agradecimiento y amor por parte de los cristianos, sino que ade­más es algo que han de apropiarse los cristianos, puesto que para seguir a Cristo hace falta tomar la propia cruz, que no es sino participación en la suya.

Notemos que esta exhortación del Señor se dirige a todos los que quieran ser sus discípulos, no sólo a los apóstoles. Se refiere, pues, a todos los cristianos. Claramente nos lo indican Marcos y Lucas. Marcos nos dice: "Llamando a la gente, a la vez que a sus discípulos, les dijo..." Y Lucas: "Decía a todos..."

San Mateo, al final de su Discurso Apostólico, nos pone la misma exhorta­ción de Cristo a llevar su cruz y a perder la vida por él, (Mateo 10,27-39). En la meditación 90 meditamos estas palabras del Señor y consideramos también los textos paralelos de Marcos y Lucas. Nos remitimos a esa me­ditación como complemento de lo que consideremos en esta meditación.

MEDITACIÓN

1) "Si alguno quiere venir en pos de mí..."

"Ir en pos de Jesús" significa ser su discípulo; pero las palabras del Señor encierran un matiz muy profundo y de gran consuelo para todos los cristia­nos. Nos dice "en pos de mí", es decir, que él irá siempre el primero abriéndonos el camino, que nos acompañará siempre y nunca estaremos solos.

La manera que tiene Cristo de exhortar es siempre de invitación; no coac­ciona a nadie. Invita a que le sigan. Pero no quiere engañar a los que le han de seguir; desde el comienzo les indica claramente que se trata de un seguimiento que necesariamente supone sacrificio, cruz. El que acepte su invitación tiene que aceptar participar de su cruz, de esa cruz que él ha anunciado a sus apóstoles anteriormente.

2) "Niéguese a sí mismo"

Es el punto fundamental en el seguimiento a Cristo.

¿Qué significa "negarse a sí mismo"? No es otra cosa que morir a sí mis­mo, morir al propio egoísmo y a todas las pasiones que brotan de ese egoísmo. El mayor enemigo de nosotros mismos es el propio "yo". Negar ese "yo" es la condición necesaria para ser verdadero discípulo de Cristo.

Es la renuncia a todo lo que vaya en contra de la voluntad de Dios, a ejem­plo de Cristo que manifestó en varias ocasiones que él había venido para cumplir la voluntad de su Padre que le había enviado. Es de tal manera re­nunciar a mi "yo" que sea capaz de vivir identificado con el Señor; que mis pensamientos, juicios, sentimientos, voluntad y obras sean como los del Señor. Es lo que San Pablo nos indica diciendo: "Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo el que vive en mí" (Gal 2, 20)

3) "Y tome su cruz de cada día" (Cfr. med. 90, n. 2)

Lo que exige el Señor es un cambio radical de actitud ante el sufrimiento, ante el dolor. El sufrimiento humano es un gran misterio y el hombre tien­de a rebelarse contra él. El Señor no explica teóricamente este misterio; pero sí da una solución real y práctica al asumir él ese sufrimiento humano en un grado máximo, y darle un sentido de expiación de los pecados, un sentido redentor.

El cristiano debe aceptar todo lo que haya en su vida de sacrificio, desde el sacrificio necesario para cumplir los mandamientos de Dios hasta todos los sacrificios que supongan el dolor, la enfermedad, la misma muerte; aceptar todo lo que Dios permita en su vida de contrariedad, de sufrimien­to moral y físico. Y aceptarlo sin rebeldías, sin quejas, y mucho menos ca­yendo en la tentación de creer que Dios no me ama, que Dios no escucha mi oración cuando le pido que quite de mí ese sufrimiento y parece que no me escucha. El sufrimiento nunca es señal del abandono de Dios. A nadie amó tanto el Padre como a su Hijo, y, sin embargo, su Providencia permi­tió que muriese en una cruz y en medio de las mayores humillaciones. Y jamás el hombre tendrá que sufrir lo que sufrió el Señor.

La aceptación de la cruz debe ser de todo corazón, uniendo nuestros sufri­mientos a los de Cristo y dándoles también el valor redentor que Cristo les dio. Es una gran gracia del Señor hacernos participar de su cruz redentora. Es un gran misterio de nuestra fe cristiana que ilumina todo dolor y sufri­miento humano.

San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, es quien mejor nos enseña la actitud que el cristiano debe tener, ante el dolor y sufrimiento. Cuando Pa­blo habla de la cruz de Cristo en su vida, de sus sufrimientos y de sus tri­bulaciones, emplea estos verbos: gloriarse, complacerse, alegrarse, conso­larse, llenarse de gracia.

"No quiero gloriarme de nada sino de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Se­ñor. Por él el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo." (Gal 6,14)

"Con todo gusto me complaceré en mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y por eso me alegro (me complazco) cuando me tocan enfermedades, humillaciones, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo." (2 Cor 12, 10)

"Al presente me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes. Así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su cuerpo que es la Iglesia." (Col 1, 24)

"A vosotros se os ha dado la gracia de que por Cristo... no sólo creáis en él, sino que también padezcáis por él." (Philp 1, 29)

"Así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo, nuestro consuelo." (2 Cor 1, 5)

4) ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?"

El Señor ha dicho antes: "Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda la vida por mí, ese la salvará." Sobre el sentido de estas pala­bras de Cristo, cfr. med. 90, n. 3.

Aquí haremos un breve comentario a la pregunta que el Señor hace a to­dos los hombres: "¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?"

Aun suponiendo que el hombre llegase a ser dueño del mundo entero, en definitiva, ¿de qué le aprovechará? Esa ganancia, ese poderío, es temporal, efímero y lleva a la perdición. El único valor absoluto e imperecedero del hombre es la vida eterna a la que está destinado. El precio por esa vida su­pera todas las posibilidades naturales del hombre. Ni con el mundo entero se puede comprar.

La enseñanza de Cristo es muy clara. El hombre debe poner como el valor supremo en la jerarquía de valores su servicio a Dios, no al mundo. Debe posponer todo lo humano y terreno a Cristo y su Evangelio. Porque en este servicio a Dios y en esa fidelidad a Cristo y a su Evangelio está la salva­ción eterna, la realización plena del hombre en su destino de gloria y bienaventuranza. En la vida eterna el hombre tiene todos los tesoros que pueda desear, y tesoros que nunca pueden perderse. Lo más absurdo que puede haber en la conducta humana es perder conscientemente esos valo­res imperecederos, por otros valores materiales y efímeros.

5) "Quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergon­zará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles."

El Señor exige de sus discípulos que manifiesten siempre su fe en él, sin avergonzarse nunca. Y esta exigencia es bajo pena de condenación, pues Cristo en el día del Juicio, cuando venga rodeado de sus ángeles y en el resplandor de su gloria, como Redentor y Juez de toda la humanidad, se avergonzará también de él, le negará ante su Padre, lo que significa la con­denación eterna. Cristo en ese día del Juicio "pagará a cada uno según su conducta".

¿Qué significa "avergonzarse de Cristo"?

En primer lugar puede referirse a la confesión heroica que han dado todos los mártires en defensa de su fe y en su proclamación del amor a Cristo por encima de su propia vida. Ellos no se avergonzaron del Señor y prefi­rieron la muerte a negar a Cristo.

También significa la aceptación de Cristo y su mensaje de manera pública en las circunstancias ordinarias de la vida. Y existen muchas maneras de faltar a esta obligación y avergonzarse de Cristo delante de los demás, de­lante del mundo.

Hay muchos cristianos que confiesan a Cristo en el templo y en circuns­tancias que son favorables para esa confesión pública, pero que práctica­mente lo niegan ante la posible burla que otros puedan hacer de ellos; lo niegan ante la posible pérdida de intereses personales si son fieles a las en­señanzas de Cristo; prácticamente lo niegan en su vida profesional, en su vida de relaciones humanas. No se trata de que se dé el peligro de una per­secución violenta contra ellos, sino se trata de situaciones muy concretas en el mundo de hoy. El cristiano auténtico es un hombre molesto para el mundo y para los que siguen los criterios del mundo. Con frecuencia se in­tenta marginarlo y despreciarlo. Y por cobardía ante esa realidad se cae en la tentación de "avergonzarse de Cristo". Por condescendencia con el mundo y con los amigos del mundo se cometen muchos actos que en reali­dad no son otra cosa sino "avergonzarse de Cristo".

La mayor gloria del cristiano verdadero debe ser confesar siempre a Cris­to, en nuestras conversaciones, en nuestra manera de actuar en nuestras diversiones, en el trabajo, en todas las circunstancias de la vida. Y si por causa de ello somos despreciados e injuriados, en vez de acobardarnos, deberíamos sentir una profunda alegría, como se nos dice de los apóstoles cuando salían de la prisión después de haber sido azotados y humillados por el Señor: "Ellos (los apóstoles) marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre (de Cristo)". (Hech. 5, 41)

El premio de esta valiente actitud de confesar siempre a Cristo, será el premio infinito de ser reconocidos por Cristo en el día del Juicio, delante de su Padre y de sus ángeles, y de oír de sus labios la sentencia definitiva de la vida eterna.

6) "De verdad os digo: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino."

En Mateo y Lucas la exhortación del Señor termina con la sentencia que hemos transcrito. Son varias las interpretaciones las que hay con respecto a estas palabras del Señor.

Bastantes autores creen que el Señor se refiere a la próxima escena de su Transfiguración. Ahí el Señor aparecerá revestido de su gloria divina y será contemplada por Pedro, Juan y Santiago.

Otros creen que el Señor se refiere al hecho de su resurrec­ción. Cierta­mente, los apóstoles vieron el Reino identificado con Jesús resucitado y glorioso. Y cuando vayan por el mundo predi­can­­do la llegada del Reino, el centro de esa predicación será Jesús resucitado.

Existe otra opinión que relaciona este texto con la frase del Señor, en que muestra que al final de los tiempos vendrá como Juez para "pagar a cada uno según su conducta". Y "venir en su Reino" se interpreta como la veni­da de Cristo Juez glorioso. Y, consiguientemente, creen que la sentencia de Cristo de que "algunos de los presentes no verán la muerte hasta que venga el Hijo del hombre en su Reino", se refiere a la destrucción de Jeru­salén el año 70, que fue considerada como un símbolo y anticipo del Juicio Universal.

Sea cualquiera la interpretación que se dé, lo que realmente es más impor­tante en la enseñanza de Cristo, es el anuncio del triunfo y de la gloria de­finitiva de Cristo, y que en ese triunfo le acompañarán los que en la tierra le han confesado siempre y nunca se han avergonzado de él.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




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