P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita
Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones
Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo
IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA
DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA
(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)
JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN
198.- CONTROVERSIA
SOBRE LA AUTORIDAD DE JESÚS
TEXTOS
Mateo 21,23-27
Llegado al Templo, mientras enseñaba se le
acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: "¿Con
qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?" Jesús les
respondió: "También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a
ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de
dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?" Ellos discurrían entre sí:
"Si decimos: 'Del cielo', nos dirá: 'entonces ¿por qué no les creísteis?'
Y si decimos: 'De los hombres', tenemos miedo a la gente, porque todos tienen a
Juan por profeta." Respondieron, pues, a Jesús: "No sabemos." Y
él entonces replicó: "Tampoco yo os digo con qué autoridad hago
esto."
Marcos 11,27-33
Vuelven a
Jerusalén y, mientras andaba por el Templo, se le acercaron los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le dicen: "¿Con qué autoridad
haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?" Jesús les
contestó: "Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué
autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme."
Ellos discurrían entre sí: "Si decimos: 'Del cielo', dirá: 'entonces, ¿por
qué no le creísteis?' Pero ¿vamos a decir: `de los hombres?'." Tenían
miedo a la gente; es que todos tenían a Juan por un verdadero profeta.
Responden, pues, a Jesús: "No sabemos." Jesús entonces les replica:
"Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto."
Lucas 20,1-8
Un día enseñaba al
pueblo en el Templo y anunciaba la Buena Nueva; se acercaron los sumos
sacerdotes, los escribas junto con los ancianos, y le preguntaron: "Dinos
¿con qué autoridad haces esto o quién es el que te ha dado tal autoridad?"
El respondió: "También yo os voy a preguntar una cosa. Decídme: El
Bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?" Ellos discurrían
entre sí: "Si decimos: 'Del cielo', dirá: ‘¿por qué no le creísteis?' Pero
si decimos: 'De los hombres', todo el pueblo nos apedreará, porque están
convencidos de que Juan era un profeta." Respondieron, pues, que no
sabían de donde era. Jesús entonces les replicó: "Tampoco yo os digo con
qué autoridad hago esto."
INTRODUCCIÓN
El Señor habría
llegado muy temprano al Templo donde la gente ya le estaba esperando para
escuchar su divina palabra. San Lucas, un poco más adelante, nos dirá:
"Todo el pueblo madrugaba para ir donde él y escucharle en el Templo."
El día anterior
Jesús había expulsado a los mercaderes del Templo y también había estado
enseñando en el Templo. Y ahora de nuevo, rodeado de gran cantidad de gente,
seguía sus predicaciones sobre la Buena Nueva, es decir, sobre la llegada del Reino
de Dios. Todo esto motivaba más y más la cólera de los jefes judíos. Deciden
poner en un aprieto al Señor delante de su numeroso público manifestándole que
nadie, sin autoridad de los sumos sacerdotes, podía enseñar en el Templo; por
eso se acercan a él para preguntarle con qué autoridad lo hace. Sospechaban que
el Señor no podría dar ninguna respuesta satisfactoria y quedaría así
desautorizado ante todos los judíos. La respuesta del Señor responde a su
infinita sabiduría y será él quien deje confundidos a los que le preguntan.
Parece que los que
pusieron la pregunta al Señor fueron enviados por el Sanedrín. Los tres
evangelistas nos dicen que eran sumos sacerdotes, escribas y fariseos, y
ancianos: Estos eran los que constituían el Sanedrín.
MEDITACIÓN
1) La respuesta del Señor
El Señor no
responde directamente a la pregunta que le proponen, sino que responde con otra
pregunta que deja perplejos a sus adversarios.
El Señor conocía
que no había sinceridad en su pregunta, que no era el deseo de conocer de dónde
provenía la autoridad que el Señor mostraba, sino el deseo de ponerle una
trampa, para que cualquiera que fuera su respuesta pudiera ser acusado por
ellos.
El Señor nunca se
comunica con corazones hipócritas. Cuando la intención que hay en el corazón
del hombre no es sincera y limpia, ese corazón queda cerrado para recibir las
gracias del Señor.
El Señor había
manifestado en multitud de ocasiones a los fariseos quién era él y cuál era su
misión. Con sus milagros, su predicación, sus testimonios de autorrevelación,
les había declarado que él era el verdadero Mesías, el enviado del Padre, el
Hijo de Dios. Nunca le habían aceptado y sus palabras y obras habían sido
siempre ocasión para que en sus adversarios creciese el odio a muerte hacia su
persona. ¿Para qué iba de nuevo a declararles quién era él y con qué autoridad
predicaba en el Templo?
El Señor opta por
no responderles y les devuelve la pregunta con otra pregunta que les compromete
a ellos. Les pregunta qué pensaban de Juan Bautista, de su predicación, del
bautismo de conversión que realizaba. No podían responder que el Bautista era
un impostor, que no venía de parte de Dios, pues el pueblo entero que rodeaba a
Jesús había creído en el Bautista como en un profeta y se indignaría contra
ellos, y hasta podría llegar a una agresión, como nos indica San Lucas. Por
otra parte, era imposible que confesasen al Bautista como gran profeta. Si
hacían esta confesión se condenaban a sí mismos, pues el Bautista era quien con
mayor claridad había dado testimonio en favor de Jesús, el que había de venir,
el que bautizaría en agua y en Espíritu. Si decían aceptar al Bautista tenían
necesariamente que aceptar a Jesús.
Los adversarios
del Señor, sacerdotes, escribas, fariseos, ancianos, se ven sorprendidos por la
pregunta del Señor. Comentan entre ellos, consideran el pro y el contra de
cualquier respuesta que le diesen y deciden contestarle con un tajante:
"No sabemos." Ante la gente que los escuchaba quedarían
desprestigiados y el Señor mostraría un cierto desprecio hacia ellos, y les
dice, tajantemente también él, que no quiere contestar a su pregunta. Los
adversarios del Señor se retirarían avergonzados, como tantas veces les había
sucedido cuando le habían hecho preguntas muy malintencionadas.
2) Cerrarse a la verdad
En este pasaje, como en tantos otros que ya
hemos considerado, se pone de manifiesto un principio muy verdadero: Quien no
quiere encontrar la verdad, quien se opone a ella, aunque se le presente tan diáfana
como la luz del sol, no la aceptará, la negará, contra la evidencia misma.
Este es el caso de
todos los adversarios de Jesús, fueran sacerdotes, fariseo§ o ancianos,
miembros del Sanedrín.
Las pruebas que el
Señor daba sobre su persona y su misión estaban avaladas con tales argumentos,
que sólo quienes estuviesen cegados por prejuicios y pusiesen por encima de
todo sus propios intereses egoístas y viviesen enraizados en las pasiones del
orgullo, de la codicia y de la hipocresía, podían negarlas. Tenían a la vista
además la aceptación que el pueblo sencillo demostraba a Jesús, el entusiasmo
que mostraba por su doctrina, el testimonio que daba de todos sus milagros; la
reacción de estos adversarios será no la de reflexionar y pensar que ellos
podían estar equivocados, sino la de profundo desprecio hacia toda aquella
gente, a la que llamaban pecadora.
Ellos mismos se
habían cerrado de tal manera a la verdad de Cristo, que ya no había posibilidad
de que pudiesen recibir la luz de la fe y con ella la posibilidad de su
salvación. Y por ser ellos los jefes del pueblo judío, trajeron sobre este
pueblo la ruina y la destrucción y sobre ellos la propia condenación.
Como ya hemos
explicado varias veces, ellos cometieron el pecado contra el Espíritu Santo
que no tiene posibilidad de perdón. (Cfr. Medit. 66)
Terrible
advertencia para todos aquellos que prefieran su verdad a la verdad de Dios, y
que por su culpa y con plena responsabilidad no lleguen hasta el conocimiento y
aceptación de Cristo. La plena sinceridad en la busca de la Verdad será siempre
premiada con el encuentro con la Verdad. Dios jamás deja de iluminar el
corazón de cualquier hombre que sinceramente, superados sus prejuicios y su
vida de pecado, quiera encontrarle.
...
Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.
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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.
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