197. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La higuera estéril


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


JESÚS ENTRA EN EL TEMPLO DE JERUSALÉN

197.- LA HIGUERA ESTERIL

TEXTOS

Mateo 21,18-22

Al amanecer, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre, y viendo una hi­guera junto al camino, se acercó a ella, pero no encontró en ella más que hojas. Entonces dice a la higuera: "¡Que nunca jamás brote fruto de ti!" Y al momento se secó la higuera. Al verlo los discípulos se maravillaron y decían: "¿Cómo al momento quedó seca la higuera?" Jesús les respon­dió: "yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si decís a este monte: 'Quítate y arrójate al mar', así se hará. Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis."

Marcos 11,12-14; 11,20-26

Al día siguiente, cuando salieron de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella, no en­contró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces dijo a la higuera: "¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!" Y sus discípulos oyeron esto.

Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: "¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca." Jesús les respondió: "Tened fe en Dios, Yo os aseguro que quien diga a este monte: 'Quítate y arrójate al mar y no vacile en su co­razón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá, por eso os digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cie­los, os perdone vuestras ofensas."


INTRODUCCIÓN

Estos pasajes han sido motivo de muchas discusiones y de vacilaciones en su interpretación. Parece que la actitud de Jesús maldiciendo una hi­guera porque no daba frutos, y más todavía conociendo que no era tiem­po de que los higos estuviesen maduros, es una actitud incongruente con la manera de proceder del Señor.

Es una dificultad que nace de no comprender el mensaje de Cristo. Cris­to lo que hace es una parábola en acción, como hacían frecuentemente los profetas del Antiguo Testamento (Cfr. por ejemplo Jerem. 13,1-11; Ezeq. 12,1-16). No interesa saber si realmen­te Jesucristo tenía hambre; tampoco saber que no era tiem­po de que las higueras diesen frutos. Lo que interesa es conocer lo que Cristo quiso enseñarnos por medio de esta parábola en acción. La higuera representa al pueblo judío, de manera es­pecial representado en sus jefes, los sacerdotes, los escribas, los fariseos.

También es frecuente en la Biblia comparar al Pueblo de Dios con una plantación, sea un árbol, sea una viña, sea una higuera. Y cuando se trata del Pueblo de Dios, éste en todo tiempo debe dar frutos de conversión, de fidelidad en el servicio al Señor. No debe haber tiempo estéril para el que sigue a Cristo. Por lo tanto la maldición del Señor a la higuera sólo podrá entenderse como el castigo que está reservado al pueblo judío por su obstinación en negar a Cristo.

Y el Señor aprovecha la admiración que causa a los apóstoles que la hi­guera se secase después de la maldición para repetir su exhortación a la oración, a una oración llena de fe y confianza.

La escena de la maldición de la higuera tiene lugar al día siguiente de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Como vimos anteriormente, al atar­decer de ese primer Domingo de Ramos de la historia, Cristo volvió a Betania. Al día siguiente, muy temprano, parte de nuevo para la Ciudad Santa y en el camino, al pasar cerca de una higuera, tiene lugar la escena.

Según Mateo, el efecto de las palabras del Señor fue inmediato. Al ins­tante se secó la higuera. Según San Marcos al otro día, al pasar por el mismo sitio, fue cuando los apóstoles vieron que la higuera se había se­cado.


MEDITACIÓN

1) La maldición de la higuera

El Señor estaba para terminar su vida pública. Había hecho todo lo posi­ble para traer la salvación al pueblo judío, que consistía en que le aceptasen a él y aceptasen el Reino que él venía a instaurar en la tierra. Y estaba ya muy próximo el rechazo definitivo del pueblo judío que, en las personas de sus autoridades, le condenaría a morir en la cruz.

La maldición a la higuera no significa otra cosa que la condenación del pueblo judío; de manera muy especial de sus jefes, sacerdotes, escribas y fariseos, porque habían sido completamente estériles en cuanto a la fe y a las obras buenas de conversión. Y una planta estéril, seca desde la raíz, no sirve para nada; hay que arrancarla y echarla al fuego, como dirá el Señor en otra oportunidad: "Todo árbol que no da un buen fruto, es cor­tado y arrojado al fuego." (Mt 7,19)

Para el pueblo judío se acababa el tiempo oportuno de dar frutos. Queda­ría estéril. Su suerte estaba echada; quedaría arrancado de la plantación de Dios, lo que suponía la ruina y destrucción humana como pueblo y el castigo de la condenación.

Las palabras del Señor que se dirigen directamente al pueblo judío tienen también una proyección para todos los hombres de todos los tiempos. Cada persona humana es como una plantación de Dios que tiene que dar frutos de fe y de buenas obras. Y el tiempo de dar frutos es limitado: Du­rante nuestra existencia en esta tierra. Después de la muerte ya no hay lu­gar ni al arrepentimiento ni a las buenas obras meritorias de salvación. Terrible la tragedia del hombre que al morir se presenta ante Dios con una vida completamente estéril en frutos de vida eterna. Sobre él caerán las palabras de condenación que, por ser palabras de Dios, tendrán una eficacia inmediata.

2) Enseñanzas sobre la oración

El Señor repite aquí, casi con las mismas palabras, las mismas enseñan­zas sobre la oración que había pronunciado en otras ocasiones. El Señor trata de la eficacia de la oración hecha con fe profunda y con una con­fianza que no entraña ninguna duda. Y nos habla del poder de la oración para alcanzar aun aquello que parece imposible. Y recordando la oración del Padre Nuestro que había enseñando a sus apóstoles, vuelve a indicar que para que nuestra oración sea escuchada es necesario primero haberse reconciliado con todos los hermanos.

La explicación detallada sobre el valor de la oración cristiana, las condi­ciones que se requieren para que nuestra oración sea siempre escuchada, las encontramos en la meditación 49, donde considerarnos los principa­les textos del Señor sobre la oración. Nos remitimos a esa meditación.

El Señor nos habla en el pasaje de la higuera de una fe que tiene poder para hacer incluso milagros. Les pone a los discípulos el ejemplo de tras­ladar o arrojar montañas al mar. No se trata de hacer milagros espectacu­lares por el solo deseo de hacer milagros. Es una comparación que pone el Señor para indicar que, cuando se trate de la gloria de Dios y del bien de los hombres, sus discípulos tendrán el poder, concedido por el mismo Señor, de hacer milagros. Se trata de una "fe carismática", de un don es­pecial del Señor que concede, según sus designios, a los que él quiere.

Y esa "fe carismática" se la concedió a los apóstoles. A través de la his­toria de la Iglesia, encontramos que siempre ha habido personas santas que han gozado de este don del Señor.

Una aclaración más teológica y profunda sobre lo que es la "fe carismática" la expusimos al meditar otras palabras similares del Señor: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este sicomoro: `Arráncate y plántate en el mar' y os obedecería." (Lc 17,6) (Cfr. Medi­tación 120)


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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.






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