192. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La unción de Betania


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)

192.- LA UNCIÓN DE BETANIA

TEXTOS

Mateo 26,6-13

Encontrándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, se acercó a él una mujer que tenía un frasco de alabastro, con perfume muy caro. Y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba en la mesa. Al ver esto, los discípulos se indignaron y dijeron: "¿Para qué este despilfarro? Se podía haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres. Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre. Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro, dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya."

Marcos 14, 3-9

Estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que tenía un frasco de alabastro con perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su cabeza.

Había algunos que se decían entre sí indignados: "¿Para qué este despil­farro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de tres­cientos denarios y habérselo dado a los pobres." Y refunfuñaban contra ella. Pero Jesús dijo: "Dejadla. ¿Por qué la molestáis? Ha hecho una obra buena conmigo. Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis hacerles bien cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ha he­cho lo que ha podido. Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.

Yo os aseguro: dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya."

Juan 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde se encontraba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le ofrecie­ron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se lle­nó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que le había de entregar: "¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?" No decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: "Dejadla, que lo guarde para él día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis."

Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de en­tre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

INTRODUCCIÓN

La mayoría de autores cree que la narración más clara y más detallada es la que nos presenta San Juan. Por él conocemos que fue María, la herma­na de Lázaro, la que ungió al Señor; y que fue principalmente Judas Iscariote el que debió de instigar las murmuraciones contra aquella mu­jer. Por otra parte, encontramos también a Lázaro, a quien el Señor había resucitado, participando del banquete que le había ofrecido al Señor, Simón el leproso; y también conocemos que vinieron de Jerusalén mu­chos judíos al enterarse que Jesús estaba en Betania, pero su principal motivación era ver a Lázaro.

Juan nos describe también la motivación verdadera que tenía Judas Iscariote para increpar a María; y se nos dice el vicio principal que tenía, que era la codicia, que le llevaba a robar de la bolsa común que tenían los apóstoles. También, concluye su narración con la decisión que toma­ron los sumos sacerdotes de dar muerte a Lázaro, que era causa de que muchos creyesen en Jesús.

Mateo y Marcos colocan la escena de la unción en Betania, después de la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén. Juan, en cambio, la pone an­tes de esa entrada triunfal del Señor. Exactamente nos dice: "Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania", y a continuación de la escena de la unción, nos narra la entrada triunfal del Señor a Jerusalén. Debió ser la víspera de su entrada triunfal cuando tuvo lugar esta escena. Además, re­sulta muy difícil situarla después, porque una vez que el Señor entró en Jerusalén, conocemos que los días siguientes, hasta el Jueves Santo, los pasó en el templo enseñando; y solamente por las noches volvía a Betania para descansar en casa de sus amigos, o pasaba la noche con sus discípulos al aire libre en algún huerto o sitio apacible en las cercanías de Jerusalén.

Mateo y Marcos nos aclaran que fue un tal Simón el leproso el que había invitado al Señor. Pero tenemos certeza que Simón había sido curado de la lepra; de otra manera hubiera sido imposible que diese un banquete en su casa. Es probable que hubiese sido curado por el Señor, y en agradeci­miento le invita a su casa a participar en un banquete. Simón había de ser persona conocida y que tenía buenos amigos; la familia de Lázaro, Marta y María era una de sus amistades, y por eso los encontramos parti­cipando del banquete. La misma Marta es la que ayuda a servir la mesa.

Finalmente digamos que esta unción no se identifica de ninguna manera con la otra unción que encontramos en el Evangelio, la unción de la mu­jer pecadora que nos narra Lucas (Cfr. Lc 7,36-49). Todas las circunstan­cias son completamente distintas y el diálogo de Jesús con la pecadora es de naturaleza muy diferente a la alabanza que hace Jesús a María de Betania; Y no hay ninguna razón para identificar a María, la hermana de Lázaro, con la mujer pecadora. Para la meditación seguiremos principal­mente la narración de Juan.

MEDITACIÓN

1) María unge al Señor

Conocemos por los Evangelios el aprecio, estima y veneración que sentía María por Jesús, y cómo disfrutaba ella estando a sus pies y escuchando sus palabras (Cfr. Lc 10,38-42). Y este aprecio y veneración se habían convertido en una fe profunda en Cristo como Hijo de Dios y verdadero Mesías, cuando oyó de sus mismos labios su autorrevelación: "Yo soy la Resurrección y la Vida."

Y Jesús, poco después de proclamarse como Resurrección y Vida para todos los hombres, había realizado el milagro de resucitar a Lázaro, her­mano de María. El milagro de la resurrección de su hermano motivó en ella un amor ilimitado de agradecimiento al Señor. (Cfr. Jn 11,1-43) Lo que hace María con su unción a Jesús no era sino manifestar esa fe y ese amor que le tenía con un gesto de gran delicadeza y ternura. Era costum­bre, dentro de las normas de la hospitalidad judía, honrar a los huéspedes ilustres con agua perfumada. María no se contenta con ofrecer al Señor cualquier perfume; escoge un perfume riquísimo de nardo puro; lleva un frasco lleno de ese perfume y lo derrama sobre la cabeza y pies del Se­ñor. Para María, Jesús merecía eso y mucho más; era una mera muestra del amor que ardía en su corazón hacia su persona. María sentía la nece­sidad de manifestar exteriormente a Jesús lo que había dentro de su cora­zón; María no busca nada para ella, no presenta ninguna petición al Se­ñor. Ella sólo busca exteriorizar su fe y su amor al Señor delante de to­dos los que participaban en el banquete. Proclamar públicamente su fe y amor puro y santo a aquel que era el Hijo de Dios, Resurrección y Vida para todos los que creyesen en él.

2) Reacción ante la unción de María

Mateo y Marcos nos dicen que algunos de los discípulos quedaron escan­dalizados ante esa acción de María, pues evidentemente el costo de tal perfume era muy caro. Se nos dice que valía trescientos denarios y cono­cemos que un denario era el jornal o salario mínimo de un obrero por día de trabajo. Juan nos señala que fue Judas Iscariote el que comenzó las críticas contra María y le seguirían otros discípulos. No sabemos si estos discípulos eran los otros apóstoles o algunos de los que iban en la comi­tiva del Señor, que eran también discípulos suyos, aunque no apóstoles.

La motivación que se da para el escándalo y la indignación podría pare­cer justificada. ¿No hubiera sido mejor vender ese perfume y con ese di­nero socorrer a los pobres? Pero Juan nos dice que para quien comenzó las críticas, para Judas Iscariote, no era esa la verdadera motivación. El mismo Juan con palabras muy crudas nos señala el motivo verdadero que tuvo Judas para criticar a María: "No decía esto porque le preocupa­ran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella."

¡Qué contraste entre el amor ardiente de María hacia Cristo y la actitud de Judas que, dominado por el vicio de la codicia, ya había determinado en su corazón vender al Señor por treinta monedas, traicionarle y entregarle a los soldados romanos! Es el contraste que existe entre el amor y el odio, entre la generosidad y la sórdida avaricia. De los otros discípulos, que se unieron a las críticas de Judas, no podemos decir que no fuera sin­cera su motivación por los pobres; pero lo que sí aparece claro es que ninguno compren­dió ni supo valorar el gran amor de María hacia Jesús, ni tampoco comprendieron que lo que se hace con todo amor por Jesús nunca puede llamarse despilfarro. Esta es la lección que el Señor les va a dar en su respuesta.

3) Respuesta de Jesús

Sería muy natural que María quedase algo desconcertada ante las críticas que le hacían; de todas maneras, es muy posible que no le afectasen de­masiado, pues había conseguido lo que pretendía, mostrar su amor al Se­ñor. Jesús siente un profundo agradecimiento a María y sale en su defen­sa.

Jesús considera que es una "obra buena" lo que María ha hecho con él, una obra digna de alabanza.

Nadie como Cristo había predicado a favor de los pobres y nadie se ha­bía preocupado tanto por ellos, por los pobres, los enfer­mos, los minusválidos. Y en su doctrina las exigencias con respecto a los pobres son tales, que, quien pudiendo socorrerles, no lo hiciese, no sería digno de la salvación eterna (Cfr. Mt 25,31-46). De tal manera se identificaba con los pobres que consideraba como hecho a su misma persona todo cuanto se hiciese por ellos (Ibid.).

Pero el Señor nos muestra aquí que también son buenas y dignas de ala­banza las obras que se hagan para mostrar la venera­ción y el respeto de­bidos a su persona. Y podemos decir que Cristo aquí aprueba en general la generosidad que los cristianos deben tener para todo lo referente al culto de Dios, generosidad que debe brotar de la actitud de adoración y amor al mismo Dios y a su misma Humanidad Santísima.

El Señor descubre además un sentido misterioso y profético en la acción de María. Declara abiertamente su pronta muerte: "A mí no siempre me tendréis." Y considera la acción de María como si el perfume que ha de­rramado sobre él fuese símbolo de los perfumes y ungüentos olorosos con que se ungían los cadáveres antes de su enterramiento. María, sin sa­berlo ella, había ofrecido a Cristo el obsequio de su respeto y amor ante su muerte: "Se ha adelantado a perfumar mi cuerpo para la sepultura".

María, al derramar el frasco de ungüento sobre el Señor, no buscaba nada para ella, como dijimos arriba. Pero el Señor no se deja vencer en generosidad y le hace una promesa-profecía que la engrandecerá a los ojos de todo el mundo: "Dondequiera que se proclame esta Buena Nueva (el Evangelio), en el mundo entero se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya." Cristo promete que en todas partes donde se anuncie el Evangelio será recordada esta acción de María y será alabada por todos los cristianos. Promesa-profecía que hoy vemos cumplida a través de los siglos. María siempre será ejemplo de amor y generosidad para con Cristo.

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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.










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