P. Mark Link, jesuita.
Día cuatro
“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo; el hombre que lo descubre lo vuelve a esconder, y de tanta alegría, vende todo lo que tiene para comprar ese campo”
Mateo 13; 44
En una revista
apareció la historia de dos chicas estudiantes que pertenecían a un club de
natación. Cada mañana se levantaban a las 5.30 y se apuraban para practicar en
la piscina del club. Ahí nadaban un par de horas, luego se duchaban, comían
algo e iban directamente al colegio.
Después del colegio
volvían a la piscina por dos horas más. Luego, marchaban a su casa, hacían las
tareas, leían algo, y cansados se iban a la cama. A la mañana siguiente sonaba
la alarma a las 5.30 y empezaba todo de nuevo. Cuando le preguntaron a una de ellas
por qué se sacrificaba tanto aceptando esa rutina todos los días, dijo: Mi meta es pertenecer al equipo olímpico. Si
ir a fiestas es un obstáculo para alcanzarla, entonces renuncio a ellas. Lo que
debo hacer es trabajar mucho. Mientras más nade, mejor. Para lograrlo tengo que
sacrificarse.
Esta historia nos deja con una pregunta: Si estas chicas están dispuestas a sacrificarse para llegar a las olimpiadas, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar nosotros para cumplir el plan de Dios y hacer de este un mundo mejor?
¿Cómo responderías esta pregunta? Habla con Dios sobre tu respuesta.
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Referencia bibliográfica: Desafío. P. Mark Link, jesuita. Ejercicios Espirituales de San Ignacio
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