146. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús cura a un ciego de nacimiento: Encuentro de Jesús con el ciego curado


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


V. JESÚS EN JERUSALÉN

(Fines de Septiembre - comienzos de Octubre, año 29)

JESÚS CURA A UN CIEGO DE NACIMIENTO

146.- ENCUENTRO DE JESUS CON EL CIEGO CURADO

TEXTO

Juan 9,35-41

Jesús se enteró de que le habían echado fuera, y, encontrándose con él, le dijo: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Y quién es Se­ñor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Le has visto; el que está hablan­do contigo ése es." El entonces dijo: "Creo, Señor". Y se postró ante él.

Y dijo Jesús: "He venido a este mundo para un juicio: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos."

Algunos fariseos que estaban con él lo oyeron y le dijeron: " ¿Es que tam­bién nosotros somos ciegos?" Jesús les respondió: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos", vuestro pecado permanece."

INTRODUCCIÓN

Jesucristo nunca deja sin recompensa a los que le confiesan delante de los hombres, y más cuando esa confesión supone tener que ser objeto de despre­cio y de persecución. Y el Señor, intencionadamente, sale al encuentro del ciego que tan valientemente le había defendido en medio de sus enemigos. Y se enfrentará de nuevo con los fariseos para recriminarles su gran pecado.

MEDITACIÓN

1) Premio que concede Cristo al ciego

El premio que le concede es todavía superior al gran beneficio que le ha hecho devolviéndole la vista. El le había iluminado los ojos del cuerpo; ahora le va a iluminar los ojos del alma. Es cierto que el ciego había mos­trado su fe en el Señor, pero esa fe llegaba solamente a reconocerle como profeta. El Señor quiere conducirle a la fe plena en su persona, que su fe se profundice y pueda reconocerle como el verdadero Mesías, de origen divino, enviado por el Padre.

En otras meditaciones hemos explicado el sentido del título mesiánico de "Hijo del hombre" que con mucha frecuencia Cristo se da a sí mismo. El texto implicaba no sólo que era el Mesías, sino que venía del cielo, que traía su origen del mismo Dios, que era de origen divino. Era una forma, algo velada, por la cual Cristo se proclamaba verdadero hombre y al mis­mo tiempo verdadero Hijo de Dios. Tal era el sentido de la profecía de Daniel sobre el Mesías (Cfr. Dn 7,13-14).

El Señor, pues, le pregunta al ciego: "¿Tú crees en el Hijo del hombre?" El ciego está dispuesto a aceptar todo lo que le enseñe Cristo, por eso, le responde: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Y Jesucristo se revela a sí mismo como el "Hijo del hombre." Sin duda alguna, en aquel momento el ciego recibiría una iluminación interior y cooperando a esa gracia, res­ponde sin vacilación alguna: "Creo, Señor".

Maravillosa recompensa de Cristo. ¿Qué le importarían ahora al ciego las injurias de los fariseos y haber sido excomulgado de la comunidad judía? El había visto al verdadero Mesías, al Hijo de Dios enviado por el Padre. Este encuentro con el Señor y esta nueva fe que brotó en su alma, serían ya para siempre la causa de su mayor alegría y felicidad.

Y así debería ser para todos los cristianos. Por encima de todas las ale­grías debía primar la inconmensurable alegría del haber conocido a Cristo y de creer plenamente en él.

2) Jesús acusa a los fariseos de su pecado

Jesús que es todo beneficencia y bondad para con el pobre ciego, se mues­tra muy duro con los fariseos, y pronuncia la sentencia clara de condena­ción para ellos: "Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos."

El sentido de esta frase queda largamente explicado en la meditación 70. No hay que entenderla en el sentido de que Cristo haya venido al mundo para dejar ciegos espiritualmente a los judíos y a otros muchos hombres, ceguera que les llevará a su propia condenación. El sentido es que, en rea­lidad, Cristo será rechazado por muchos, con plena culpabilidad y respon­sabilidad moral; y al rechazarlo quedan privados de la Luz de Dios, que­dan ciegos en su corazón y en su alma, con las consecuencias trágicas de no conseguir la salvación.

Cristo no ha venido para condenar el mundo, sino para salvarlo (Cfr. Jn 3,17). Pero la venida de Cristo encierra un "juicio", es decir, quien le co­nozca no puede quedar indiferente ante él; o le acepta y cree en él y en su doctrina, o le rechaza. No hay posibilidad de indiferencia, una vez que Cristo ha sido conocido. Y así quedan los hombres divididos en dos gran­des grupos, el grupo de aquellos que acogen a Cristo y le siguen en fe sin­cera y en obras de acuerdo al Evangelio; y el grupo de los que le rechazan, niegan la fe, y su conducta está completamente al margen del mensaje evangélico.

Y ¿por qué dice el Señor que los que ven no verán, y los que no ven em­pezaran a ver? Jesucristo se está refiriendo concretamente a los fariseos. Ellos tenían la verdadera revelación de Dios en las Escrituras, ellos forma­ban parte del Pueblo Elegido, ellos tenían ojos para ver, para comprender la llegada del Mesías y reconocer a Cristo. Sin embargo, ellos que "veían", por sus hipocresías, sus pecados y su maldad, voluntariamente se hicieron ciegos y no quisieron aceptar al Señor. Por eso el Señor añadirá: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: 'vemos', vues­tro pecado permanece." En verdad los fariseos, que se gloriaban de "ver", de conocer a Dios y su Ley, se convirtieron en ciegos totales por su culpa, y por eso "su pecado permanece".

Y la sentencia del Señor tiene también aplicación a todos aquellos que autosuficientes, llenos de soberbia, y con mucha frecuencia dominados por sus pasiones, creen saberlo todo, conocerlo todo, y afirmar que no necesi­tan de Dios y estiman que la religión es propia de los ignorantes. Ellos también creen que "ven", pero son totalmente ciegos; y esa ceguera culpa­ble merece los mismos reproches que la ceguera de los fariseos.

En cambio, la gente con corazón humilde, "los pobres de espíritu", como dirá el Señor en las Bienaventuranzas; la gente que reconoce su nada de­lante de Dios y sabe que son totalmente ciegos para poder entender las co­sas de Dios si no son iluminados por él y le piden con fe y confianza que abra sus ojos del alma; toda esa gente es la que a través de los siglos reci­birá el don del Padre para creer en su Hijo y aceptar todo el Evangelio. Se reconocieron "ciegos" ante Dios, y, al igual que el ciego de nacimiento del pasaje que venimos meditando, recibirán el milagro de la iluminación inte­rior y empezarán a "ver", a creer y aceptar, con profundo agradecimiento, la revelación que Dios hace al mundo a través de su Hijo. Y felices los que reciben este don de Dios y "ven".



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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