159. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Los primeros asientos

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


VI. DESPUÉS DE LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS, HASTA LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN

ACTIVIDAD DE JESÚS EN JUDEA Y PEREA

(Mediados de Octubre a Diciembre, año 29)

159.- LOS PRIMEROS ASIENTOS

TEXTO

Lucas 14,7-11

Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una pa­rábola: "Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Dejo el sitio a éste"; y en­tonces vayas a ocupar avergon­za­do el último puesto. Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo sube más arriba y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado."

INTRODUCCION

Señor observaba cómo los invitados con él en casa del Fariseo busca­ban los puestos distinguidos. Conocida era la vanidad de los fariseos y escribas que en todas partes buscaban siempre ocupar los primeros puestos. Esta acusación la hace el Señor en repetidas ocasiones: "Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje y quieren ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas, y los primeros estos en los banquetes." (Lc 20,46) "Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres..., van buscando los primeros asientos en los banquetes y los primeros puestos en las sinagogas." (Mt 23,5-6).

Él Señor aprovecha esa conducta llena de vanidad de los escribas y fari­os, para dar una lección de humildad.

MEDITACIÓN

El Señor, en primer lugar, hace ver a los fariseos y escribas que esa vanidad, aun en el plano de las relaciones humanas, puede ser causa para ellos mismos de ser humillados y avergonzados delante de los demás. El que se deja llevar de la vanidad, y su manera de obrar está motivada por el deseo de mostrar su superioridad sobre los demás, acaba siendo despreciado por todos.

Pero el Señor a continuación pronuncia una sentencia que es fundamental para todo el que quiera ser su discípulo. Ya no se trata de las consecuen­cias de la vanidad y soberbia dentro de las relaciones humanas. Se trata de la profunda humildad cristiana, primero y ante todo en relación con Dios, y, como consecuencia, en relación con los hombres.

En el Antiguo y Nuevo Testamento encontramos frecuen­temen­te revela­ciones de Dios que nos repetirán que toda vanidad, soberbia, orgullo, es el gran obstáculo para recibir las gracias y bendiciones de Dios.

"Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (Prov. 3,34; Sant. 4,6; 1 Ped 5,5)

Y se nos describe la soberbia como la causa de que Dios arranque a los orgullosos de su viña, indicando el castigo que les espera: "Las raíces de los orgullosos las arrancó el Señor, y en su lugar plantó a los humildes" (Eccli. 10,15). Por el contrario, la sincera humildad será siempre la actitud del corazón que abra sus puertas a todas las gracias y beneficios de Dios.

La humildad es el fundamento de toda ascética cristiana. La humildad es la raíz y fundamento de la compunción, de la obediencia a la Palabra de Dios, de la oración, de la misma fe.

La tragedia de la creación empezó con el primer acto de orgullo de Sata­nás que se negó a servir a Dios que le había creado; y la tragedia de la hu­manidad caída comenzó con el pecado de orgullo de los primeros padres de quererse hacer igual a Dios: "Seréis como dioses" (Gen 3,5)

Y por el contrario, el comienzo de la redención de la humani­dad, de la en­carnación del Hijo de Dios, tuvo lugar cuando Dios "puso sus ojos en la humildad de su esclava" (Lc 1,48)

La humildad en el orden natural nos lleva a reconocer la gran­de­za de Dios Creador y nuestra nada en su presencia: "Mi existencia cual nada en tu presencia." (Ps 39,6). La esencia del hombre es ser creatura de Dios, sos­tenida continuamente por sus manos omnipotentes creadoras, para no vol­ver al abismo de la nada.

Y en el orden sobrenatural se da en el hombre una total incapacidad para todo lo que se refiere a su salvación. Todo es pura gratuidad de Dios, re­galo suyo, no exigido por la naturaleza humana, sino otorgado por su infi­nita bondad y amor.

"Dios es el que obra en ustedes el querer y el obrar" (Filip. 2,13) "Nadie puede decir: ‘¡Jesús es el Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo." (1 Cor 12,3)

Reconociendo estas verdades fundamentales de nuestra fe, es como vivire­mos siempre en la presencia de Dios siendo conscientes de su infinitud y grandeza, de su bondad y de su amor, y, al mismo tiempo, de nuestra nada y miseria. Y esta conciencia profunda en nuestro corazón nos llevará a la aceptación plena de toda revelación de Dios, a una perfecta sumisión a su amorosa voluntad, a una oración confiada. Y como nos enseñó Cristo en la oración del Padre Nuestro, lo primero que buscaremos es que su Nombre sea santificado, que se establezca en el mundo su Reino de gracia y de amor, y que su voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo. No busca­remos nuestra propia gloria y exaltación entre los hombres, sino la verda­dera gloria de Dios.

La propia gloria siempre es vaciedad y mentira.

Ese corazón humilde está abierto a todas las gracias de Dios y será exaltado por él delante de los hombres y en la gloria eterna: "El que se humille, será exaltado."

La vanidad, la soberbia, el buscar su propia gloria es lo que impidió a los escribas y fariseos acoger a Cristo y recibir todos los beneficios de su redención.




Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




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