82. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Jesús cura a la hemorroisa

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


E. ULTERIOR MINISTERIO EN GALILEA: HASTA LA FIESTA DE PENTECOSTES

(Hasta fines de mayo del Año 29)


82.- JESÚS CURA A LA HEMORROISA

TEXTOS

Mateo 9,20-22

En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada". Jesús se volvió y al verla le dijo: "¡Ánimo!, hija, tu fe te ha sanado". Y quedó sana la mujer desde aquel mo­mento.

Marcos 5,25-34

Entonces una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bie­nes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: "Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, quedaré, curada". Inme­diatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada del mal. Al instante, Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había sa­lido de él, se volvió entre la gente y preguntó: "¿Quién me ha tocado los ves­tidos?". Sus discípulos le comentaron: "Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?". Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que había su­cedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad. El le dijo: "Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".

Lucas 8,43-48

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no pudo ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: "¿Quién me ha to­cado?". Como todos negasen, dijo Pedro y los que con él estaban: "Maestro, las gentes te oprimen y te aprietan". Pero Jesús dijo: "Alguien me ha toca­do, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí". Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. El le dijo: "Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz".


INTRODUCCIÓN

El relato de este nuevo milagro del Señor está intercalado en la narración del milagro de la resurrección de la hija de Jairo, como indicábamos en la medi­tación anterior. Es cuando el Señor va de camino, rodeado de una multitud de gente, a casa de Jairo, cuando sale a su encuentro calladamente la mujer llamada "la hemorroísa".

La enfermedad que tenía esta pobre mujer era una enfermedad vergonzosa en la mentalidad judía, y además, ella quedaba impura legalmente según la Ley (Cfr. Lev 15,25ss), y a las personas que tocaba también las dejaba im­puras. Era una enfermedad que la hacía objeto de desprecio y la marginaba del trato con los demás. Además, su situación era de miseria material. Todos sus bienes los había gastado en médicos y remedios, sin encontrar alivio a su enfermedad. Podemos, pues, imaginarnos la gran tragedia humana por la que pasaba esta pobre mujer.


MEDITACIÓN

1) La oración de la hemorroísa "en acción"

Esta pobre mujer habría oído hablar de Jesús, de su bondad, de sus milagros; y quizá ella misma había estado presente en alguna predicación de Cristo y en alguno de sus milagros.

El hecho es, que estando al borde de la desesperación, se levanta un rayo de esperanza. Ese Jesús, a quien llaman Maestro, acaba de llegar de la otra ori­lla del Lago a las playas de Cafarnaúm y la gente sale a su encuentro. Esa mujer, quizá, divisa de lejos la figura de Jesús y siente que su corazón arde en una gran fe y confianza en él. Pero siendo mujer legalmente "impura" se considera indigna de presentarse abiertamente ante El y delante de toda la gente hacerle la petición de su curación. Y aquí viene la audacia de su fe, fe absoluta en el Señor. Aunque no le hable explícitamente y con palabras acer­ca de su enfermedad, sabe que el Señor conoce todo y que bastará que ella le toque el manto para ser curada. Y con profunda humildad, profunda fe y profunda confianza "toca" al Señor. Y al instante siente que el Señor la ha curado.

Qué maravilla "tocar al Señor", "saber tocar al Señor".

2) Actitud de Jesús

"¿Quién me ha tocado?" son las primeras palabras de Jesús después de realizado el milagro. El Señor pudo haber dejado en el anonimato este mila­gro; pero quiso que se conociera para engrandecer la fe de esta mujer, y también para darnos a todos una enseñanza extraordinaria, a todos los que habíamos de creer en él.

Era absurdo, como lo hacen notar los apóstoles, que Jesús preguntase quién le había tocado, cuando se nos acaba de decir que la gente le acosaba y opri­mía.

El sentido de las palabras de Cristo es muy claro y es sobrenatural: Lo que quiere decir es quién es esa persona que ha sabido tocarle con tanta humil­dad, tanta fe y tanta confianza, que el poder divino que había en él se ha de­rramado sobre ella.

Cristo nos está diciendo que hay una manera de entrar en contacto con él que siempre es eficaz y que arranca de su misericordia todos los dones y gracias que pidamos. Notemos que esta mujer llevaba doce años padecien­do. No importa el tiempo que hace que suframos de tal o cual miseria: si sa­bemos "tocar al Señor" con la misma humildad, fe y confianza de esta mu­jer, siempre seremos escuchados, y lo que no hemos logrado en muchos años, lo conseguiremos muy rápidamente por la bondad y misericordia del Señor.

Y qué aplicación debe tener esta escena para nuestras Eucaristías, que es el momento más propicio para, de verdad, "tocar al Señor". Cada Eucaristía en la que participamos debería ser para nosotros "tocar a Cristo" con toda eficacia. Cada Eucaristía debería ser para nosotros fuente de muchas gra­cias y beneficios del Señor.

Finalmente, el Señor, con una actitud de ternura y amor, volviéndose a la mujer, le dice: "Vete en paz, hija", y alaba su fe: "Tu fe te ha salvado". Y la "paz" del Señor encierra simbólicamente todos los bienes mesiánicos.

Con qué agradecimiento partiría la mujer ya sanada de su enfermedad, y cómo crecería todavía su fe y confianza en él.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.










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