70. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El Señor habla en parábolas


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


D. DISCURSO DE LAS PARÁBOLAS

70.- EL SEÑOR HABLA EN PARÁBOLAS

TEXTOS

Mateo 13,1-3

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Y se reunió tanta gente junto a El, que hubo de subir a la barca; toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas.

Mateo 13,34-35

Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin pará­bolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: "Abriré mi boca en parábolas, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo" (Salmo 78,2)

Mateo 13,10-17

Y acercándose los discípulos le dijeron: "¿Por qué les hablas en parábo­las?" Respondióles: "Es que a vosotros se os ha dado el conocer los miste­rios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque a quien tenga, se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni en­tienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías:

Escucharéis bien, pero no entenderéis; miraréis bien, pero no veréis. Por­que se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos y con sus oídos oi­gan, y con su corazón entiendan y se conviertan y yo los cure (Is 6,9-10). Dichosos, pues, vuestro ojos porque ven, y vuestros oídos porque oyen. Os digo de verdad que muchos profetas y justos desearon ver lo que voso­tros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron."

Marcos 4,1-2

Otra vez se puso a enseñar a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a El que hubo de subir a una barca y, ya en el mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar. Les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas.

Marcos 4,33-34

Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según po­dían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípu­los se lo explicaba todo en privado.

Marcos 4,10-12

Cuando quedó a solas los que le seguían a una con los Doce le pregunta­ron sobre las parábolas. El les dijo: "A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios, pero a los que están fuera, todo se les presenta en pará­bolas para que por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no en­tiendan, no sea que se conviertan y se les perdone.

Marcos 4,24-25

Les decía también: "Atendéis a lo que escucháis. Con la medida con que midáis, seréis medidos y aun con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará aun lo que tiene."

Lucas 8,4

Habiéndose reunido mucha gente, y viniendo a El de todas las ciudades, habló en parábolas.

Lucas 8,18

"Mirad cómo oís; porque al que tiene, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará."

Lucas 8,9-10

Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola (la del sem­brador), y el dijo: "A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas para que viendo, no vean, y oyendo, no entiendan."

Juan 12,39-40

No podían creer porque también había dicho Isaías: "Ha cegado sus ojos, ha endurecido su corazón, para que no vean con los ojos, ni comprendan con su 'corazón, ni se conviertan, ni yo los sane" (Is 6,9). Isaías dijo esto cuando vio su gloria (la del Mesías) y habló de él.


INTRODUCCIÓN

Conforme va avanzando Jesús en su predicación, con más frecuencia ex­pone sus enseñanzas por medio de parábolas. Los Evangelistas nos ha­blan, de manera especial, de una predicación de Jesús en la ribera del Lago de Tiberiades. Sentado en una barca y la gente aglomerada alrededor suyo, Jesús les explica lo que es el Reino de Dios, muchos de sus aspec­tos, por medio de un conjunto de parábolas. Enseñanzas fundamentales y expresadas en un lenguaje bello y poético.

Las parábolas son narraciones sencillas tomadas de la vida ordinaria del pueblo palestino o de la misma naturaleza. A través de esas narraciones el Señor quiere explicar doctrinas profundas de tipo religioso y moral. Por lo tanto, en la parábola hay que distinguir dos realidades distintas, pero estre­chamente unidas entre sí. Por una parte está la narración con su sentido natural y obvio, que todos pueden entender; pero, por otra parte, está el conjunto de enseñanzas que a través de esa narración se quieren enseñar. Esta segunda parte es más difícil de entender y supone un interés por parte de la persona que escucha la parábola en preguntar e investigar cuál es el verdadero sentido. Lo que de hecho vemos que hacen los discípulos de Cristo.

Cristo no es el que inventó este medio de enseñanza. Es herencia del Anti­guo Testamento, principalmente, de los Profetas; y en general, podemos decir, que la parábola, con imágenes concretas y sencillas, es característica de la manera de expresar sus ideas el oriental. No se inclina a ideas abs­tractas, a conceptos que pudiéramos llamar filosóficos, sino que busca lo concreto, lo sensible, para expresar su pensamiento. Lo que sí podemos decir, es que Jesucristo lleva a la perfección este género literario oriental, y de tal manera se graban en la memoria sus parábolas, que una vez escu­chadas, es difícil olvidarlas. Habrá muchas personas que no conozcan mu­chas otras enseñanzas del Señor, pero las principales parábolas que pro­nunció son conocidas en el mundo entero, aun por los no cristianos. Es una pedagogía sapientísima de Nuestro Señor el haber dejado plasmada en sus parábolas las enseñanzas del Reino de Dios.

Pero surge un problema de los textos que hemos transcrito de los distintos evangelistas. Pareciera como si, con la predicación en parábolas, el Señor pretendiese que los judíos, los fariseos y escribas, no entendiesen su men­saje, y así hacer de ellos personas todavía más obstinadas en su rechazo a él y a sus enseñanzas. Y para confirmar esta intención del Señor se trae una cita del Profeta Isaías. Sería una blasfemia contra Cristo creer que de una manera positiva quiera la obstinación del pueblo judío y que cierren sus ojos y sus oídos a sus enseñanzas y al misterio de su persona.

Tenemos que conocer el texto de Isaías y su interpretación, para poder aclarar los textos de los evangelistas.

"¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra?

Y dije: Heme aquí; envíame.

Y dijo: (Yahvé): Ve y di a ese pueblo:

Escuchad bien, pero no entendáis,

ved bien, pero no comprendáis.

Haz torpe el corazón de este pueblo,

y duro sus oídos y pégale los ojos,

no sea que vea con sus ojos

y oiga con sus oídos,

y entienda con su corazón,

y se convierta y se le cure." (Is 6,8-10)

Es la manera frecuente de hablar de los profetas: se da como realizado en el presente el hecho que predican en futuro. De hecho el Pueblo de Israel iba a rechazar la predicación del profeta, y los efectos de esta predicación iban a ser un mayor endurecimiento del corazón de los judíos.

Tenemos un texto muy semejante en Jeremías:

"He aquí que te he constituido hoy sobre las gentes y sobre los reinos, para que arranques y destruyas, para que extermines y arrases, y para que edifiques y plantes." (Jer 1,9-10)

La misión de Jeremías, por mandato de Dios, de predicar y anunciar la Pa­labra de Dios, de ninguna manera, era la de arrasar y destruir al pueblo de Israel. Pero, de hecho, su predicación no sería escuchada, y tendría como consecuencias, tanto la destrucción del reino de Judá, como la futura implantación del Reino Mesiánico. Es decir, el resultado de hecho de la predicación del profeta se pone como finalidad, y una finalidad que ya la ve realizada Jeremías.

En nuestro caso, los Evangelistas citan al profeta Isaías, por el hecho de que la predicación de Cristo no será acogida por el pueblo judío y se obsti­narán más y más en sus pecados y en el rechazo al Mesías.

El mismo Cristo, dirá en una oportunidad: "Yo he venido a traer la divi­sión" (Lc 12,51-53). No es que sea la voluntad de Cristo traer la división entre los hombres; todo lo contrario. Su misión era reunir a todos los hom­bres en un mismo redil bajo un solo pastor. (Cfr. Jn 10,16) Y el profeta Simeón al acoger a María, José y el Niño en el templo, dirá. "Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel y para ser señal de con­tradicción". (Lc 2,34) La finalidad de la venida de Cristo no fue en absolu­to para "caída" de muchos en Israel, ni para ser señal de contradicción. Pero la realidad de cómo los hombres reaccionan ante Cristo, rechazándo­le muchas veces, será la causa de su ruina y perdición.

Los israelitas no tenían una idea clara entre la diferencia que hay entre la voluntad positiva de Dios que quiere algo, y su voluntad meramente permisiva, que no quisiera que sucediera tal cosa, pero, respetando la libertad del hombre, permite que suceda. En el libro del Éxodo se dice que Dios endurecerá el corazón del faraón (4,21; 10,20.27) Lo que hace Dios es prever el endurecimiento del faraón.

El hace todo lo posible, hasta con milagros portentosos, para romper ese endurecimiento; pero el faraón, libremente se obstina y se niega más y más a hacer caso de los mensajes que Yahvé le envía por medio de Moisés. El mismo endurece su corazón; Dios sólo lo permite.

Aplicando todas estas consideraciones a nuestros textos evangélicos, lo que los Evangelistas nos quieren decir, es que el pueblo judío rechazará definitivamente al Mesías por su obstinación plenamente culpable y libre; y pretenden explicar este hecho con la cita de Isaías.

Y era más fácil todavía que no comprendiesen las parábolas, pues todas ellas necesitaban de explicación; pero ellos, después de escucharlas, no se preocupaban por preguntar, por conocer el sentido de las parábolas. Tie­nen ojos para ver y oídos para escuchar, pero su hostilidad hacia Cristo hace que no se interesen lo más mínimo para interpretar rectamente lo que están viendo y lo que están oyendo.

Notemos que el texto de San Juan, que hemos citado, no se refiere sola­mente a las parábolas, sino, en general, a toda la enseñanza de Jesús. La voluntad clarísima de Cristo al predicarles sus enseñanzas, sea en pará­bolas o sea sin parábolas, era que todos los judíos las aceptasen; fue la ce­guera voluntaria de los mismos judíos la que impidió que se cumpliese esa voluntad del Señor.


MEDITACIÓN

La Palabra de Dios está al alcance de todos. Pero sólo aquellos que tengan interés por ella, que se esfuercen por comprenderla, y ponerla en práctica, serán los que se salven. Para ellos es Instrumento de Salvación. Pero, para los que no tienen interés ninguno en oírla, y mucho menos en meditarla y profundizar en su conocimiento, esa misma Palabra de Dios será la causa de su condenación, con profundo dolor de parte de Cristo y de su Padre Dios que quiere que todos se salven (Cfr. 1 Tim 2,4) Ellos solos serán los responsables de su condenación.

Consiguientemente, estos textos se prestan a una profunda reflexión sobre nuestra actitud con respecto a Cristo y a su enseñanza. Decía San Agustín: "El que te creó a ti sin ti, no te puede salvar a ti sin ti." Es decir, que para salvarnos, Dios quiere nuestra colaboración; no fuerza la libertad, no la coacciona.

El está siempre invitándonos a que busquemos nuestra salvación. El mis­mo Cristo nos dice quién nos va a condenar:

"Si alguno oye mis palabras y nos las guarda, yo no le condenaré, porque no he venido para condenar el mundo, si no para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le condene: la Palabra que yo he hablado, ésa le condenará en el último día". (Jn 12,47-48)

Los apóstoles, los discípulos de Cristo son los que en el Evangelio nos en­señan el camino: ellos andaban siempre interrogando al Señor por el senti­do de sus parábolas, de sus enseñanzas; muestra de su gran interés por es­cuchar y comprender la Palabra de Dios.

Por supuesto, que nosotros no podremos interrogar al mismo Cristo de una manera sensible sobre la explicación de sus parábolas y enseñanzas; pero las encontramos en los Evangelios. Y siempre tenemos la oportuni­dad de leer con atención la Palabra de Dios, meditarla, hacer de ella ora­ción y trato íntimo con el Señor. Y en casos de dudas, siempre podemos apoyarnos en comentarios o lecturas, o en consultas a los sacerdotes, o personas que puedan aclarar esas dudas.

Los textos se prestan a otras dos reflexiones. El Señor dice a los apóstoles y discípulos suyos que son dichosos por lo que ellos están viendo y oyen­do; es decir, por ser testigos de la predicación y de las obras del Mesías; y añade que lo que ellos están presenciando, lo que están viendo y oyendo, es lo que desearon ver los profetas y justos del Antiguo Testamento. Todo el Antiguo Testamento no es sino preanuncio del Mesías; es lógico, por consiguiente, que todos los grandes personajes del Antiguo Testamento y los justos de ese tiempo hubieran deseado tener la felicidad de convivir con el Mesías.

Pero es otra nueva bienaventuranza para todos nosotros. Para nosotros el Mesías, el Salvador, el Redentor, no es cosa de futuro, sino que fue una realidad tangible en la tierra hace muchos años, pero que sigue estando presente a través de la Escritura, de la Eucaristía, de la renovación cons­tante de su Sacrificio, y a través del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones. Y esta es la bienaventuranza que indica Cristo para todos los tiempos, la bienaventuranza de poderle conocer a El, conocer todo lo que El nos enseñó, y de llegar a un trato íntimo con El. ¿En qué ponemos no­sotros la felicidad? ¿Verdaderamente se puede decir de nosotros que la causa principal de nuestra alegría y felicidad está en Cristo, en nuestra fe, esperanza y amor al Señor, en el conocimiento de su Palabra?

Mateo y Lucas nos ofrecen otra sentencia del Señor, también muy impor­tante: "A quién tenga se le dará y le sobrará; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará."

El Señor quiere ser infinitamente generoso con todos y derramar sus gra­cias y dones a todos los hombres. Pero quien tenga el corazón cerrado para recibir esos dones, no los recibirá; y esa actitud negativa hará que si antes tenía algunos dones, que él había aceptado, los perderá por culpa suya, por su tibieza, por su vida de alejamiento del Señor, por su vida de pecado. Cuanto más correspondamos a las gracias de Dios, El se mostrará más generoso con nosotros.

Y en concreto, esa generosidad se refiere en estos pasajes a nuestra actitud respecto a la Palabra de Dios. Cuanto más hagamos por conocerla, profun­dizar en ella, tantas más luces recibiremos para comprenderla y tanta más fuerza se nos dará para poder ponerla en práctica. Si descuidamos la me­ditación y la oración sobre la Palabra de Dios, iremos perdiendo todo el fervor, y, poco a poco, iremos perdiendo las gracias y dones de Dios, que podíamos tener antes de esa actitud de tibieza.

A nosotros, como a los apóstoles, se nos ha concedido "el conocer los mis­terios del Reino de Dios". Que estemos siempre en actitud de corazón to­talmente abierto al Señor, para recibir este gran tesoro.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.









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