80. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El endemoniado de Gerasa



P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


E. ULTERIOR MINISTERIO EN GALILEA: HASTA LA FIESTA DE PENTECOSTES

(Hasta fines de mayo del Año 29)


80.- EL ENDEMONIADO DE GERASA

TEXTOS

Mateo 8,28-34

Al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos, que nadie podía pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: "¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiem­po? Había allí a cierta distancia una piara de puercos que pacían. Suplicábanle, pues, los demonios: "Si nos echas, envíanos a esa piara de puercos". El les dijo: "Id". Salieron ellos y entraron en los puercos, y enton­ces toda la piara se arrojó al mar de lo alto del precipicio, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo, y tam­bién lo de los endemoniados. Entonces toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verle, le rogaron que se retirase de su término.

Marcos 5,1-20

Y llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nada podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y ca­denas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, de noche y día, andaba entre los sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante él y gritó con gran voz: "¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes".

Es que él le había dicho: "Espíritu inmundo, sal de este hombre."

Y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". Le contesta: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos." Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región. Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le suplicaron: "Envíanos a los puercos para que entremos en ellos". Y se lo permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del preci­picio y se fueron ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y las aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurri­do. Llegan donde Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión, sentado, vestido y en su Sano juicio, y se llenaron de temor. Los que lo ha­bían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos.

Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término. Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía quedarse con él. Pero no se lo concedió sino que le dijo: "Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti". El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con el, y todos quedaban maravillados.

Lucas 8,26-39

Arribaron a la región de los gerasenos, que está frente a Galilea.

Al saltar a tierra, vino de la ciudad a su encuentro un hombre, poseído por los demonios, y que hacía mucho tiempo que no llevaba vestido, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. Al ver a Jesús, cayó ante él, gritando con gran voz: "¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te suplico que no me atormentes." Es que él había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre; pues en muchas ocasiones se apoderaba de él; le sujetaban con cadenas y grillos para custodiarle, pero rompiendo las cadenas era em­pujado por el demonio al desierto. Jesús le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El contestó: "Legión"; porque habían entrado en él muchos demonios, y le suplicaban que no les mandara irse al abismo. Había allí una gran piara de puercos que pacían en el monte; y le suplicaron que les permitiera entrar en ellos; y se lo permitió. Salieron los demonios de aquel hombre y entraron en los puercos; y la piara se arrojó al lago de lo alto del precipicio, y se ahogó. Viendo los porqueros lo que había pasado, huyeron y lo contaron por la ciu­dad y por las aldeas. Salieron, pues, a ver lo ocurrido y, llegando donde Je­sús, encontraron al hombre, sentado, vestido y en su sano juicio, a los pies de Jesús; y se llenaron de temor. Los que lo habían visto, les contaron como ha­bía sido curado el endemoniado. Entonces toda la gente del país de los gerasenos le rogaron que se alejara de ellos, porque estaban poseídos de gran temor. El, subiendo a la barca, regresó.

El hombre de quien habían salido los demonios, le pedía estar con él; pero le despidió, diciendo: "Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho contigo." Y fue por toda la ciudad proclamando todo lo que Jesús había he­cho con él.


INTRODUCCIÓN

Vemos algunas discrepancias en las narraciones de los Evangelistas, que no tienen mayor trascendencia. Sin duda alguna, se deben a las distintas fuentes de la tradición oral que existían sobre este milagro. El hecho fundamental es el mismo en las tres narraciones. El que sea un endemoniado, como dicen Marcos y Lucas, o sean dos, como dice Mateo, no cambia lo sustancial de la escena que se nos describe. Mateo habla de la región de los "gadarenos", y Marcos y Lucas de la región de los "gerasenos". "Gadara" y "Gerasa" eran dos ciudades de la Decápolis que daban origen a dos pequeñas regiones que lindaban con el Lago. La Decápolis era una confederación de diez ciu­dades, llamadas helenísticas, porque su población era casi toda de romanos y griegos, de paganos, y también sus costumbres y modo de vivir era el propio de las colonias del Imperio; pero, por estar lindando con el Lago y, consiguientemente, con Galilea, había también algunos judíos. La Confedera­ción estaba dependiendo de la provincia romana de Siria. Tampoco merece nuestra atención el descubrir con certeza cuál de las dos regiones lindantes con el Lago es en la que desembarcó Jesús. Los Evangelistas no nos dan con detalle el lugar exacto donde desembarcó el Señor, sino que usan una palabra muy general: "En la región de Gadara" o en la "región de Gerasa", y ambas también eran colindantes entre ellas. Lo cierto es que él desembar­có en alguna playa de esas regiones.

Para la meditación, no nos interesa descender a todos los detalles de la na­rración. Lo que realmente es importante es el profundizar en las enseñanzas que este pasaje encierra y que tiene actualidad hasta en nuestros días. Y po­demos resumir todas estas enseñanzas como en tres capítulos: lo que se nos dice del endemoniado y de los demonios; la actitud que toma Cristo frente al poseso y frente a los demonios; y finalmente, la reacción de los habitantes de aquella región.


MEDITACIÓN

1) El poseso del "espíritu inmundo" y los demonios

Los Evangelistas nos presentan a un poseso con una descripción verdadera­mente dramática. Vive alejado de toda relación humana, anda desnudo por los sepulcros, llega a maltratarse a sí mismo, y, cuando alguien pasa por al­gún camino cercano, siente surgir en él la agresividad y ataca a las personas. Evidentemente, que esta descripción del endemoniado muestra a qué grado ha llegado su dependencia de Satanás, de los demonios que lo poseen. Pare­ce como si el demonio, una vez que ha entrado en su cuerpo, tiene pleno do­minio sobre él, sobre su cuerpo y su alma. Es la descripción más impresio­nante de un endemoniado, entre las muchas que aparecen en el Evangelio.

Pero toda esta acción del demonio, tan cruel, tan despiadada, que tiende ex­clusivamente a hacer daño al poseso y a todos los que se acerquen a él, po­demos considerarla como un símbolo de lo que los demonios hacen con un alma que está bajo su dominio, ella misma se convierte en demonio para los demás.

Por supuesto que hoy en día hay posesiones diabólicas, aunque son mucho más raras. Pero lo que sí existe, son sectas diabólicas en las que sus miem­bros hacen pacto con Satanás; sectas que han crecido en número en los últi­mos tiempos. Y son sectas que tienes sus ritos satánicos en los que, a veces, se ha sacrificado a personas humanas. Los miembros de esas sectas sí que podemos decir que están completamente bajo el influjo de Satanás, con todas las consecuencias que esa dependencia lleva consigo. Los Medios de Comu­nicación han dado cuenta de esos hechos.

Y en una interpretación mucho más amplia, podríamos decir que aquellos que viven habiendo perdido toda conciencia de pecado, y, por tanto, su vida es una vida de vicios consentidos y de toda clase de pecados mortales, están también bajo una influencia poderosa de Satanás. Pertenecen al reino de Sa­tanás. Y sabemos que esa influencia de Satanás no será utilizada sino para llevarlos a la condenación. Es lo que verdaderamente pretende el demonio.

Pero más aún, todo pecado mortal plenamente consentido y del que no hay arrepentimiento, sino al contrario, podríamos decir que se han hecho las pa­ces con él, es un predisponerse a entrar para siempre en el reino de Satanás.

La descripción del endemoniado de Gerasa debe hacer reflexionar a todos los cristianos. La grandeza y la belleza de lo que es un alma en gracia donde reina Cristo, y la tragedia del alma que en algún sentido ha dado acogida al reino de Satanás, que es el reino del pecado que trae la ruina total al hombre. Todas las consecuencias del pecado las vemos diariamente en las personas, en las familias, en la sociedad.

Pasemos a considerar ahora la actitud de los demonios con el poseso y ante Cristo. La actitud con el poseso, prácticamente, ya ha quedado descrita ante­riormente. Es la actitud de destrucción de toda su persona. Se nos dice que eran muchos los demonios que habían tomado pesesión de esa persona. Pero todos, igualmente, se unen para el mismo fin: destruir todo lo que puede ha­ber de bueno en un ser humano, para convertirlo en un verdadero monstruo que procura también dañar a los demás.

2) Impotencia de los demonios

La actitud de los demonios con respecto a Cristo es de total impotencia ante su presencia. Es probable que el endemoniado al ver desembarcar gente en la playa cercana a donde él estaba, instigado por los demonios, saliese al en­cuentro con propósito de atacarles. Pero los demonios, al reconocer que era Jesús, se sienten como paralizados y hacen una confesión de fe en Jesús como Hijo de Dios, Hijo del Altísimo. Satanás, con duda, en las tentaciones al Señor en el Desierto, le dice a Jesús: "Si eres Hijo de Dios...", pero en esta ocasión los demonios que están dentro del poseso, afirman que Jesús es el Hijo de Dios y como tal lo reconocen. La fama de los milagros de Jesús había corrido por las regiones lindantes de Galilea y eran conocidas la actividad y los hechos milagrosos que obraba. Recordemos el texto de Santiago en su car­ta cuando dice: "También los demonios creen y tiemblan" (Sant 2,19). Es decir, no tienen una fe que salva y que les lleve al amor de Dios, sino una fe llena de temor, odio hacia Dios. Y después de hacer esta confesión recono­ciendo su impotencia ante el Señor, le ruegan que no los atormente. Saben que los va a expulsar del cuerpo del poseso, y le piden que no los arroje ya al "abismo", es decir, no los envíe definitivamente al infierno sin capacidad de poder seguir vagando por la tierra. Hasta el fin del mundo los demonios, ya condenados, pueden, sin embargo, ejercer su influjo sobre los hombres. El Señor, con su redención, ha vencido al Diablo y a todos los demonios; pero sólo después del Juicio Final quedará aniquilada la actuación de los demonios en el mundo. Lo mismo que Cristo ha vencido al pecado y la muerte, pero sólo después del Juicio Final, esa victoria será total y plena. Mientras tanto, el hombre con su libertad, puede seguir pecando; y todos hemos de pasar por la muerte antes de entrar en la vida eterna. El que vive en Cristo, ya aquí en la tierra, ese sí ha vencido al demonio y al pecado; pero el que se aparta de Cristo sigue padeciendo el influjo pernicioso de los demonios y puede quedar esclavizado al pecado.

El Señor permite que se queden en aquella región y entren en los cuerpos de los puercos. Estos, ante el estremecimiento que sienten por la posesión de los demonios, como desesperados, sin poder controlarse, se arrojan por un preci­picio al mar y mueren ahogados.

Lo más importante de toda esta consideración es el convencimiento profundo de que el demonio, los demonios, nada pueden frente a Cristo. Es de enorme consuelo para el cristiano saber que mientras él permanezca unido al Señor, no tiene por qué temer a los demonios. Nada malo le pueden hacer, y al contrario, al ver a Cristo reinar en el corazón de esa alma, huirán con temor. Y si alguna tentación fuese suscitada directamente por el demonio, la gracia de Cristo le hará superarla con facilidad. Los miedos que a veces encontramos en muchos cristianos al demonio, son totalmente injustificados. El demonio no tiene ningún poder frente a Cristo ni frente a los cristianos que unidos a Cristo viven su fe y su vida cristiana. El Reino de Dios ha llegado a esa alma, y una de las señales que dio Cristo para mostrar la llegada de ese Reino fue, precisamente, la expulsión de demonios que realizó con tanta frecuencia. Es incompatible la presencia del demonio y la presencia de Cristo en una misma alma.

3) La actitud de Cristo frente al poseso y a los demonios

El endemoniado, sin duda alguna, es un pagano de aquella región. El no hace ninguna oración a Cristo pidiéndole le saque de la situación trágica en que está viviendo. Sin embargo, el Señor se compadece de su tragedia, y sin fe ni peti­ción por parte del endemoniado, le devuelve la salud corporal y el equilibrio psi­cológico, y la paz y tranquilidad del alma. Bastó una palabra del Señor, para que volviese a convertirse en persona normal, apta para la convivencia huma­na y para comenzar una vida completamente nueva. ¡Qué alegría y qué felici­dad sentiría en su corazón! Y es de creer que empezaría a creer en Cristo como el Salvador de los hombres. Y muestra también un corazón agradecido: cuando el Señor se embarca de nuevo, le ruega le permita acompañarle y se­guirle. Ya no quiere separarse del Señor, de su gran Bienhechor. Pero los pla­nes providenciales del Señor son otros. Así como en otros muchos milagros, realizados en Galilea, el Señor con frecuencia manda a los beneficiados con esos milagros, que se callen y no lo propaguen, aquí, en cambio, la actitud del Señor es distinta: quiere que lo comunique y lo propague por toda la región, quiere hacerle testigo suyo en tierra de paganos, donde no existía el peligro de revelar su secreto mesiánico; será el primer pagano en tierra de paganos con­vertido en predicador de Cristo y de sus milagros.

La actitud del Señor con los demonios es una actitud de total dominio y poder sobre ellos. No hay temor alguno de Jesús ante la "legión" de demonios que tiene delante de sí. Considera a los demonios como formando una unidad, y con un mandato categórico exclama: "Sal, espíritu inmundo, de este hom­bre". Y al instante aquel hombre quedó sanado. Bastó una palabra del Señor para destruir toda la fuerza de aquella legión de demonios. Y si Cristo obró este maravilloso milagro con aquel hombre que todavía no tenía fe alguna ni se lo había pedido, cuánta confianza nos debe dar a nosotros que, por su mi­sericordia, tenemos fe y podemos siempre acercarnos a él con una súplica humilde.

En la exclamación de Cristo se manifiesta su desprecio por los demonios al calificarlos de "espíritu inmundo". Ángeles creados con toda la belleza de seres, espíritus puros, se han convertido por sus pecados de rebeldía contra Dios, en espíritus inmundos", que quiere decir "espíritus llenos de toda im­pureza", "espíritus de pecado", y espíritus que contagian su impureza al hombre que se somete a su dominio.

Y permite que los demonios entren en los cuerpos, de los puercos. El Señor sabe las consecuencias que traerán para esos animales que se despeñarán por un precipicio y se ahogarán. Así quedará de manifiesto su omnipotencia y será una revelación extraordinaria de su persona para todas las gentes de aquella comarca, gente pagana, pero que también es llamada a acoger a Cristo y a tener fe en él. El espectáculo debió ser impresionante y debería haber sido motivo de reflexión para todos los que lo presenciaron y para aquellos que lo oyeron narrar de los propios testigos presenciales; y ellos mismos pudieron ver la gran piara de cerdos ahogada en el mar.

4) La reacción de la gente de la comarca

Desgraciadamente, no se cumplieron los designios de Cristo con aquellos pa­ganos. Vieron el milagro, conocieron el supremo poder de Cristo contra los demonios; pero en vez de aprovecharse de su visita a ellos e invitarle a que se quedase allí por algún tiempo, lo que hicieron fue rogarle que se fuera de aquel lugar. Es cierto que habían tenido una pérdida material al ahogarse los puercos; y el ver sus intereses perjudicados, les cierra la mente y el corazón para las cosas de Dios. Posponen la visita de misericordia del Hijo de Dios a sus propios intereses. Perdieron la oportunidad de haber sido los primeros paganos evangelizados por Cristo.

El Señor invita, da la oportunidad, pero nunca coacciona ni quiere ser acepta­do por la fuerza. Lección para todos nosotros. Cuántas gracias y misericor­dias de Dios las perdemos, porque estamos aferrados a intereses materiales. Con qué facilidad el hombre encuentra tiempo para todo menos para las co­sas de Dios. El Señor nos invita siempre a su intimidad: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré y cena­ré con él y él conmigo." (Apoc. 3,20). Pero si no abrimos la puerta, el Señor no la fuerza, se queda fuera. Aprendamos a posponer todos nuestros intere­ses materiales a las cosas de Dios, a tener un encuentro íntimo con Cristo, a dedicar también parte de nuestro tiempo al trato con el Señor.

El final de toda la narración en Lucas deja un sentimiento de tristeza. Ante el rechazo de aquella gente "El, subiendo a la barca, regresó."



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.





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