71. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La parábola del Sembrador


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


D. DISCURSO DE LAS PARÁBOLAS

71.- LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

TEXTOS

Mateo 13,3-9; 18-23

Decía: "Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semi­llas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron en se­guida por no tener hondura la tierra; pero en cuanto salió el sol se agosta­ron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga.

Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arre­bata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe en seguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seduc­ción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la entiende: éste, sí que da fruto y produce uno ciento, otro sesenta, otro treinta."

Marcos 4,3-9; 13-20

Escuchad. "Una vez salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que al sem­brar, una parte cayó a lo largo del camino; vinieron las aves y se la comie­ron. Otra parte cayó en pedregal, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida por no tener hondura de tierra; pero cuando salió el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó. Otra parte cayó entre abrojos, crecieron los abrojos y la ahogaron, y no dio fruto. Otras partes cayeron en tierra buena y, creciendo y desarrollándose, dieron fruto; unas produjeron treinta, otras sesenta, otras ciento." Y añadió: "Quien tenga oídos para oír, que oiga."

"¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, entonces compren­de­réis todas las parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están a lo largo del camino donde se siembra la Palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, viene Satanás y se lleva la Palabra sembrada en ellos. De igual modo, los sembrados en pedregal son los que, al oír la Palabra, al punto la reciben con alegría, pero no tiene raíz en sí mismos, sino que son inconstantes; y en cuanto se presenta una tribulación o persecución por la Palabra, sucum­ben en seguida. Y otros son los sembrados entre los abrojos; son los que oyen la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscen­cias les invaden y ahogan la Palabra y queda sin fruto. Y los sembrados en tierra buena son aquellos que oyen la Palabra, la acogen y dan fruto, el treinta, el sesenta y el ciento por uno."

Lucas 8,5-8; 11-15

"Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrarla, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre la roca, y después de brotar se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahoga­ron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado." Di­cho esto, exclamó: "El que tenga oídos para oír, que oiga."

"La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lle­va de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre roca, son los que al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tie­nen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba, desisten. Lo que cayó entre abrojos, son los que la han oído, pero a lo largo de su cami­nar son ahogados por sus preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Los que en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto y fructifi­can con perseverancia."


INTRODUCCIÓN

Solamente indicar que para mejor comprender el sentido real de la narra­ción parabólica, es conveniente conocer la manera cómo se sembraba en Palestina en tiempos de Jesús. Aunque pueda chocar al hombre moderno, entonces se iba echando la semilla, que caía de la mano del sembrador, en el terreno antes de roturado por el arado. Arar la tierra se hacía después que ya se hubiese esparcido toda la semilla. Así se comprende con más fa­cilidad, por que la semilla podía caer a lo largo del camino, en tierra pe­dregosa o en tierra de mala yerba.

El sembrador es Dios, es Jesucristo, Sabiduría del Padre, que va por los caminos de Palestina sembrando su Palabra de salvación, y continúa esa siembra a través de todos los siglos. La semilla que se siembra es la pala­bra de Dios, o la "Palabra del Reino", como nos dirá San Mateo. La tierra donde se siembra es el corazón de los oyentes.


MEDITACIÓN

1) Lo sembrado en el camino

El camino es el lugar por donde pasa la gente, y ese ir y venir de la gente endurece la tierra del camino, de manera que en esa tierra no pueda entrar ninguna semilla. Queda totalmente en la superficie, y cualquiera que pasa la puede coger o sencillamente pisotearla. En la explicación de la parábola se nos dice que es "el Maligno", "Satanás", "el Diablo" el que la arrebata inmediatamente.

¿Cual es la actitud de aquellos que se asemejan a lo sembrado en el cami­no? Marcos y Lucas no ofrecen ninguna explicación, sino sencillamente dicen que "viene en seguida Satanás y la arrebata". Mateo da como razón que son los que oyen la Palabra y "no la comprenden". Pero hay que en­tender este "no comprender" como una actitud de total indiferencia, inclu­so desprecio a la Palabra de Dios.

Lo que más nos interesa conocer es a qué se debe ese endurecimiento del corazón. El corazón aquí se compara a la tierra bien dura de un camino bien trajinado.

En algunos comentarios de Santos Padres leemos que la causa fundamen­tal del endurecimiento del corazón se debe ante todo al egoísmo, por el cual uno se cierra a sí mismo; y su propio "Yo" es el único dios que les in­teresa. En ese corazón no hay lugar para interesarse por las cosas de Dios; y de ordinario, suelen ser corazones que están también cerrados a los de­más. Dureza de corazón para todo lo que es caridad y misericordia para con el prójimo. Y otro aspecto que suelen señalar, como causa de ese en­durecimiento, es el orgullo, la autosuficiencia. No creer ni sentir la necesi­dad de Dios. Confianza excesiva e irracional en uno mismo.

Ciertamente, en ese corazón así endurecido, no puede entrar la Palabra de Dios. Superficialmente, podrá oírse con los oídos de la carne, pero no con los oídos del alma. Y se habla del Demonio que arrebata esa semilla, para indicarnos que los que viven de esa manera están bajo la influencia de Sa­tanás.

2) Lo sembrado en pedregal

Al escuchar la Palabra, sienten alegría, admiran la sublimidad de la doctri­na de Cristo, tienen deseos de acogerla. Pero no ha habido un verdadero compromiso con el Señor. No ha habido un compromiso a las exigencias del Evangelio. Por eso, en cuanto llegan las pruebas, dificultades, o inclu­so, persecuciones por causa de la Palabra, fallan. No son constantes.

Y, a veces, pueden ser pruebas no tan difíciles. Podríamos considerar al­gunas de estas pruebas por las que, de ordinario, pasan todos los hombres: Dificultades, preocupaciones en el trabajo, en la situación económica, en cualquier situación adversa. Problemas familiares, entre los esposos, con los hijos, con las familias políticas. Problemas más bien psicológicos, de cambios de ánimo, de ciertas depresiones, de aburrimiento ante lo espiri­tual. Problemas de enfermedad, de dolor físico, de cercanía de la muerte. La muerte de un ser querido. Cualquier desgracia. El ambiente del mundo; temor al qué dirán; miedo a perder ventajas temporales, si no se condes­cienden con los criterios del mundo; cualquier tipo de persecución, aun­que sea solapada por seguir fielmente a Cristo.

Ante cualquiera de estas situaciones, ante cualquiera de estas contrarieda­des fácilmente dejamos de ser constantes en el compromiso contraído con Cristo y nos vamos alejando de él. Estos son los que están representados en este segundo grupo.

3) Lo sembrado entre abrojos

Son las pasiones que anidan en el corazón del hombre las que ahogan la Palabra de Dios. Esas pasiones las resume Cristo en la seducción de las ri­quezas, los placeres de la vida, y añade en término general, las demás con­cupiscencias.

Son los conocidos "pecados capitales", llamados "capitales" porque son la raíz de todos los pecados:

Codicia, avaricia, ansia de poseer más y más.

Lujuria, todo lo referente al placer sexual, que con mucha frecuencia do­mina al hombre de nuestros días.

Soberbia, que lleva consigo el ansia de ser estimado y hay desprecio hacia los demás.

Ira, cóleras, abuso de poder, prepotencias.

Envidia, resentimientos, odios.

Gula, aquí entra el vicio tan común en nuestra sociedad de beber en exceso. Pereza, sobre todo para todas las cosas referentes al servicio de Dios. Aquí entrarían también todos los pecados de omisión.

En el corazón del hombre que esté dominado por estas pasiones, aunque sea solamente una de ellas, no puede fructificar la palabra de Dios.

4) Lo sembrado en buena tierra

Son "los que con corazón bueno y generoso acogen la Palabra de Dios". Y "producen fruto por su perseverancia".

En este contexto "acoger la palabra de Dios", no significa solamente "es­cuchar con agrado esa palabra", sino que la escuchan y procuran meditar­la, guardarla internamente, y ponerla por obra; y esto de una manera cons­tante, perseverante. Y, por tanto, ponen los medios que Cristo nos enseña a través de todo el Evangelio, para hacer que fructifique la palabra de Dios. Vida de esfuerzo y lucha por conservar siempre la gracia de Dios, vida de oración, frecuencia de sacramentos, la Confesión y la Eucaristía; y así tendrá la gracia y fortaleza de Dios para controlar las pasiones y no tener miedo al sacrificio, cualquier sacrificio que haga falta para mantener­se constante en el seguimiento a Cristo cumpliendo sus enseñanzas.

Los números 30, 60 y 100 por uno no tienen un significado especial. Por esos números concretos se representa el fruto indefinido, grande, mayor y máximo, que puede producir en el hombre la Palabra de Dios.

El Señor termina con la sentencia: "El que tenga oídos para oír, que oiga". Todos los presentes estaban oyendo al Señor; no se trata de la mera audi­ción física de las palabras de Cristo. Lo que el Señor quiere indicarnos es que lo importante es "saber escuchar" y saber escuchar con un corazón bueno y generoso, con un corazón totalmente abierto a la gracia y genero­sidad de Dios.

Hagamos una reflexión profunda sobre nuestra actitud ante la Palabra de Dios y cómo va fructificando esa Palabra en nuestros corazones. Nuestra salvación y nuestra santidad dependen totalmente de que hagamos fructifi­car la Palabra de Dios.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.












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