P. Adolfo Franco, jesuita
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas (22, 14–23 y 56):
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos
al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. El le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes,
que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio
C. Herodes, al vera a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre si.
Pilato entregó a Jesús a su voluntad
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío.
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿que harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
Este es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
Palabra del Señor
Comienza la semana santa: Dios manifiesta la inmensidad de su amor.
El domingo de Ramos inicia la Semana Santa, una semana de una enorme densidad religiosa. Nuestros espíritus entienden que están llegando a lo “esencial” de nuestra fe cristiana. Por eso este domingo especial siempre tiene como lectura evangélica, nada menos que la narración de la Pasión según alguno de los evangelios. En este caso, este año tenemos la lectura de la Pasión en la versión de San Lucas.
Puede ser interesante señalar las particularidades que tiene San Lucas en su narración, y que no tienen los otros evangelistas. No voy a recorrer todas las particularidades, sino las más saltantes.
Sólo él narra en el momento de la oración del huerto la presencia de un ángel que viene a confortarlo. ¿Tendrá esto alguna relación con el ángel que anuncia a María la Encarnación? (también esta narración es sólo de San Lucas). ¿Será ahora la nueva Anunciación de la Obra Salvadora, para confortar a Jesús orante? Pero además sólo él indica que, en esa oración tan dramática, llegó Jesús a sudar gotas de sangre; es el comienzo del derramamiento total de la sangre salvadora. El también es el único que indica en el momento de la captura de Jesús, que después de que le cortaron la oreja al siervo del sumo sacerdote, Jesús que está acorralado por sus captores, se la curó. Algunos ven en éste y en otros detalles al médico observador que era San Lucas (aunque es de advertir que Lucas no fue testigo presencial de estos hechos).
En el juicio a Jesús, él narra (no lo hacen los demás) el juicio de Herodes, ante el cuál Jesús guarda un silencio significativo. Es considerado como loco por no querer ser un espectáculo que hace milagros a pedido. Pero este hecho sirve para la reconciliación de dos que eran enemigos, Herodes y Pilatos: la reconciliación de dos enemigos ¿fruto de la Pasión?
Mientras Jesús carga la cruz camino del Calvario, Lucas nos narra el encuentro de Jesús con las piadosas mujeres, que quieren ofrecerle un consuelo sentimental, y que Jesús convierte en un mensaje de llamada a la conversión.
Al llegar a la crucifixión. Cristo está entre dos ladrones, y Lucas introduce el diálogo entre el buen ladrón y Jesús, anunciando a éste su inminente salvación: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Son varios los detalles narrados en particular por San Lucas, que nos adelantan el fruto de la Redención. Y finalmente para San Lucas, lo último que dice Jesús antes de morir es “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Todas estas particularidades de San Lucas, señalan algunos aspectos de la meditación de este evangelista, sobre el drama de la Pasión: Jesús está manifestando su bondad especial en ese momento decisivo de su vida. Ahora se muestra especialmente como Salvador: por eso cura al enemigo herido en la oreja; quiere hacer recapacitar a Herodes con un silencio majestuoso; y también como Salvador hace reflexionar a las buenas mujeres sobre la verdadera compasión. Concede la salvación inesperada a uno de los criminales que comparten con El el suplicio de la Cruz. Esto por la parte de Jesús: El está muriendo por nuestra salvación, pues para eso va a morir y manifiesta con esas acciones la realidad de esta salvación, que nos llega a todos nosotros y que va dirigida a todos los aspectos de nuestra vida que necesitan salvación.
Y por la parte del Padre, cuya voluntad está cumpliendo Jesús, se expresa el amor infinito que existe entre Padre e Hijo. La Pasión es el plan de Dios, pero no es un suplicio, sino un acto de amor: “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su único Hijo”. Y en esos momentos le manda el consuelo a su Hijo, en la desolación de la oración del Huerto, enviando al ángel consolador, y recibe a su Hijo, al morir, recogiendo con ternura su espíritu, cuando todo el drama y el sufrimiento se ha consumado.
Esos son los aspectos a meditar en esta narración de San Lucas: la bondad y misericordia de Jesús, que quiere curar nuestras enfermedades, nuestras equivocaciones para darnos finalmente la salvación. Y además se quiere dejar bien establecido que el Padre ama al Hijo, que lo ama sin límites, incluso cuando Cristo parecería abandonado; y con El nos ama a todos nosotros, y por eso hace que se realice la Redención de esta forma tan maravillosa. La Pasión tiene así este mensaje: Dios nos ama, y Jesús nos salva, subrayando así el amor de Dios.
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