69. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La verdadera familia de Jesús


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


C. ULTERIOR PREDICACIÓN Y MILAGROS DE JESÚS

69.- LA VERDADERA FAMILIA DE JESÚS - LA VERDADERA FELICIDAD

TEXTOS

Mateo 12, 46-50

Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus her­manos, se presentaron fuera y trataban de hablar con El. Alguien le dijo: "¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte. Más El respondió al que se lo decía: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?". Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Marcos 3, 31-35

Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada alrededor de El. Le dicen: "¡Oye!, tu madre, tus hermanos y hermanas están fuera y te buscan". El les responde: ¿Quién es mi madre y mis hermanos?". Y, mirando en torno a los que es­taban sentados en corro, a su alrededor, dice: "Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y her­mana y mi madre".

Lucas 8, 19-21

Se presentaron donde El su madre y sus hermanos, pero no podían llegar hasta El a causa de la gente. Le anunciaron: "Tu madre y tus hermanos es­tán fuera y quieren verte. Pero El les respondió: "Mi madre y mis herma­nos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen".

Lucas 11, 27-28

Estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer del pueblo, y dijo: "¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!" Pero El dijo: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan".


INTRODUCCIÓN

Al terminar Cristo todo su diálogo y sus recriminaciones a los fariseos y escribas, tal como lo hemos explicado anteriormente, se había formado ya junto a Jesús una gran muchedumbre de gente. En esa ocasión se presen­tan la Madre de Jesús y sus hermanos que desean verle, pero por la multi­tud de gente, no pueden llegar adonde El. Y los que estaban más cerca de Jesús le anuncian la visita de su madre y parientes.

En este contexto nos narran la escena San Mateo y San Marcos; en cambio Lucas lo pone en otras circunstancias, cuando el Señor estaba predicando el sermón de las parábolas. En cambio, en el mismo contexto de Mateo y Marcos nos pone Lucas la exclamación que hizo una mujer del pueblo, entusiasmada con las enseñanzas de Cristo.

Consideraremos aquí los dos textos. Antes tenemos que aclarar otra vez que "los hermanos y hermanas" de Jesús, no significan verdaderos herma­nos carnales. En los idiomas antiguos, como el hebreo, arameo, el árabe, etc., no había palabras concretas para indicar los grados de parentesco. En general, todos los pertenecientes a una misma familia, clan, o tribu, eran considerados "hermanos". Más adelante, en la consideración de otro pasa­je, aclararemos más este punto.

Y por supuesto, tenemos que estar ciertos del profundísimo amor que Je­sús tenía a su Madre y, consiguientemente, no debemos interpretar el texto como un rechazo a María.


MEDITACIÓN

Lo que Cristo nos enseña es que en el Reino de Dios no hay privilegios fa­miliares, no hay derechos contraídos por raza, sangre o familia. Y que El, en su actuación como Mesías y Salvador del mundo, está siempre dispues­to a cumplir la voluntad de su Padre Dios; y que los lazos santísimos que le unían a su madre no eran los determinantes en su modo de actuar y de llevar a cabo la redención.

Lo único que cuenta en el Reino de Dios, lo único que tiene mérito a los ojos de Dios, es la actitud de cumplir siempre la voluntad del Padre Celestial y vivir cumpliendo esa voluntad. La voluntad de Dios debe estar por encima de cualquier otro valor, por grande que sea. El valor supremo que predica Cristo es la voluntad de Dios.

Y así encontramos en estas palabras una gran alabanza a su Madre. Nadie como ella cumplió con la voluntad de Dios; nadie como ella aceptó la Pa­labra de Dios desde el momento de su Encarnación: "Hágase en mí según tu palabra". Nadie como ella supo sacrificar todo para cumplir con esa vo­luntad que Dios llegó hasta aceptar el sacrificio de su Hijo crucificado en el Calvario, y allí estuvo ella presente en unión de oblación con su Hijo, sin una palabra de rebeldía. Por lo tanto, nadie como ella fue Madre de Je­sús y nadie como ella será tan dichosa, tendrá tanta bienaventu­ran­za en el cielo. Lo que algunos podrían haber juzgado un rechazo a su madre, se convierte así en una profundísima alabanza a María.

Pero qué enseñanza tan consoladora para todos lo cristianos. Jesucristo ha hablado de ser él la vid y nosotros los sarmientos, de estar dentro de noso­tros dándonos vida; y ahora Jesucristo nos revela que esa intimidad con El nos transforma en verdadera familia suya. El que cumple la voluntad de Dios, en ése habita Cristo y lo transforma en verdadero hermano, hermana, incluso madre suya. Es decir, nos transforma en verdadera familia suya, consiguientemente en familia de Dios. San Pablo llamará a los cristianos: "Familiares de Dios." (Efes 2,19). Pero la condición será siempre regirse por la voluntad de Dios; por escuchar su Palabra y ponerla por obra.

Y Cristo añade otra promesa: Además de ser su familia, serán plenamente felices. Es como un resumen de todas las bienaventu­ran­zas:

Dichoso el que cumple la voluntad de Dios, el que oye su Palabra y la cumple. Felicidad ya, incluso, en esta misma tierra: felicidad y paz interior que supera cualquier otro gozo; y felicidad y dicha eterna en la gloria futu­ra, en la vida eterna.

El único criterio para discernir nuestra vida cristiana es examinarnos, si te­nemos verdadera hambre de escuchar la Palabra de Dios, y auténtica vo­luntad sincera de cumplir lo que esa Palabra nos enseña. Ahí encontramos la voluntad de Dios.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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