54. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - El siervo del Centurión - El hijo del Régulo


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


II MINISTERIO DE JESÚS EN GALILEA

(Mayo 28 - Mayo 29)


C. ULTERIOR PREDICACIÓN Y MILAGROS DE JESÚS

54.- EL SIERVO DEL CENTURION ‑ EL HIJO DEL REGULO

TEXTOS

Mateo 8,5-13

Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: "Se­ñor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos". Dícele Jesús: "Yo iré a curarle". Replicó el centurión: "Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo mandes de palabra y mi criado que­dará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Vete, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace". Al oír esto Jesús, quedó admirado y dijo a los que le seguían: "Os digo de verdad, que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente a po­nerse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Y dijo Jesús al centurión: "Anda; que te suceda como has creído". Y en aquella hora se curó el criado.

Lucas 7,1-10

Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Estaba enfermo y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Es­tos, llegando donde Jesús, le rogaban insistentemente 'diciendo: "Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y El mismo nos ha edifi­cado la sinagoga". Iba Jesús con ellos y estando ya no lejos de la casa, en­vió el centurión a unos amigos que le dijeran: "Señor, no te moles­tes, por­que no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me con­sideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y mi criado que­dará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: Vete, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace". Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndo­se a la muchedumbre que le seguía, dijo: "Os digo: ni en Israel he encon­trado una fe tan grande". Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.

Juan 4, 46-54

Volvió, pues, a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había en Cafarnaúm un funcionario real, cuyo hijo estaba enfermo. Cuan­do se enteró de que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue donde El y le rogaba que bajase a curar a su hijo, pues estaba a la muerte. Entonces Jesús le dijo: "Si no veis señales y prodigios, no creéis: Vete, que tu hijo vive". Creyó el hombre en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino. Cuando bajaba, le salieron al encuentro sus siervos y le dijeron que su hijo vivía. El les preguntó entonces la hora en que se sintió mejor. Ellos le dijeron: "Ayer a la hora séptima le dejó la fiebre". El padre com­probó entonces que era la misma hora en que le había dicho Jesús: "Tu hijo vive", y creyó toda la familia. Esta fue la segunda señal que realizó Jesús, cuando volvió de Judea a Galilea.


INTRODUCCIÓN

Hay una gran discrepancia en los relatos de este nuevo milagro de Jesús. Mateo y Lucas hablan de un "siervo de un centurión". El centurión era equivalente a un capitán al mando de 100 hombres, de la guarnición roma­na que había en Cafarnaúm; por lo tanto, era pagano.

Juan, en cambio, nos habla del "hijo de un régulo". Régulo se llamaba a los altos oficiales de la guarnición de Herodes Antipas; probablemente, también era pagano.

También hay otra diferencia significativa al decirnos Mateo y Lucas que el Señor, al terminar el Sermón del Monte, había bajado a Cafarnaúm y se encontraba allí, cuando el centurión acudió para pedirle la curación de su siervo. Sin embargo, Juan nos habla del Señor en Caná de Galilea.

Según la exégesis actual, la mayoría de autores cree que el milagro del siervo del centurión y el milagro del hijo de régulo son un mismo milagro, pero transmitido según diversas tradiciones. Otros prefieren creer que se trata de dos milagros diferentes.

También existe una diferencia entre los relatos de Mateo y Lucas. Según el primero, es el mismo centurión el que suplica a Jesús; en Lucas, son los ancianos y amigos del centurión los que acuden al Señor en favor del centurión. Quizá esta diferencia puede entenderse de manera que, en pri­mera instancia, fueron los ancianos y los amigos del centurión los que ele­varon la súplica al Señor, y posteriormente fue el mismo centurión el que se acercó lleno de humildad, para pedir al Señor el milagro.

Para la meditación consideraremos los tres textos como si fueran la narra­ción del mismo milagro, centrándonos principalmente en los textos de Mateo y Lucas.


MEDITACIÓN

1) Actitud del centurión

El centurión aparece como persona que simpatizaba con los judíos y que incluso les había ayudado en la construcción de la sinagoga. Quizá se ha­bía interesado también por conocer su doctrina y habría escuchado hablar de las promesas de un mesías.

El centurión muestra también una actitud de sincero amor por su siervo enfermo. Se preocupa por él y buscaba su curación. En estas circunstan­cias, oye que Jesús ha llegado a Cafarnaúm. Habría oído hablar de Jesús a los habitantes de Cafarnaúm, donde Jesús ya había obrado varios mila­gros, sobre todo el de la curación del paralítico llevado en camilla a su presencia. Movido, sin duda, por la gracia de Dios, siente que se despierta en él una fe muy grande en el Señor y una confianza sincera en su bondad, y decide acudir a él para pedirle con toda humildad la sanación de su sier­vo. Es probable que, primeramente, fuesen los ancianos de Cafarnaúm y sus mismos amigos, los que presentasen la petición a Jesús. Pero, fue él mismo, quien, después, se acerca a Jesús para mostrarle su fe y confianza en que atendería al ruego que le hacía en favor de su siervo.

La oración del centurión ha sido y será siempre un modelo de oración cris­tiana. Se caracteriza esta oración por una fe profunda, una confianza extre­ma y una humildad extraordinaria: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo mandes de palabra, y mi criado quedará sano".

La oración supone un conocimiento firme de la omnipotencia del Señor que, con sólo su palabra y a distancia, podía obrar el milagro; y supone también una confianza total en su bondad.

Y por otra parte, el centurión se siente plenamente indigno ante la presen­cia del Señor y considera que no merece de ninguna manera que el Señor visite su casa. Y notemos que estas actitudes de fe, confianza y humildad, las encontramos en el corazón de un pagano, y de un pagano, oficial del ejército del emperador, que se caracterizaban por su orgullo y sus prepotencias

La oración del centurión es modelo perfecto de toda oración cristiana, y por esta razón, la Iglesia ha querido que todos los fieles la repitan en el momento sublime de recibir al Señor en la Eucaristía. La mejor prepara­ción para recibir al Señor es tener un corazón lleno de esa fe profunda, de esa confianza sin límites, y plenamente conscientes de nuestra nada y de nuestra indignidad. Cuántos milagros obraría el Señor en nuestro corazón, si supiésemos recibirle en la Eucaristía con esa fe, confianza y humildad del centurión.

2) Respuesta de Jesús

Juan pone una respuesta previa de Jesús que no la traen ni Mateo ni Lucas.

Según Juan, lo primero que dice Jesús es: "Si no veis señales y prodigios, no creéis". Nos parece que esta respuesta no va dirigida al centurión, sino más bien a los ancianos y, en general, a la gente de Galilea que, siempre, buscaba a Jesús para pedirle milagros y prodigios. Y conocemos que los fariseos le pedían un milagro espectacular para poder creer en él. Jesucris­to, con esta respuesta, rechaza esta conducta y actitud.

Pero para con el centurión no tiene sino palabras de admiración que implí­citamente son una gran alabanza. Jesús dijo: "Ni en Israel he encontrado una fe tan grande".

Jesús, que penetra y conoce lo que hay en el corazón del hombre, sintió una profunda admiración por la gran fe de este centurión. Deberíamos te­ner una santa envidia de esta fe del centurión, que mereció la alabanza y la admiración del mismo Cristo. Pero que esa santa envidia se concretice en un gran esfuerzo por imitar al centurión y pedir continuamente al Señor que aumente nuestra fe.

Y Jesús aprovecha este encuentro con un gentil que ha encontrado fe en El, para hacer la solemne profecía del destino universal del Evangelio: a él serán llamados los hombres de todas las naciones y razas, de oriente y occidente.

Y al mismo tiempo, pronuncia una condena muy dura a los judíos. Ellos que eran los privilegiados, los que habían recibido todas las promesas de Yahvé, y que eran los primeros llamados al Evangelio, a creer en el Mesías, recibir su palabra, y obtener todos los frutos de la redención, por la obstinación y ceguera de su corazón, despreciarían a Cristo y lo lleva­rían al patíbulo de la cruz. Jesús les dirá que ellos, los judíos, los que esta­ban llamados para ser "los hijos del Reino", "serán, echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Esta frase del Señor se refiere a la condenación eterna.

Y estas palabras del Señor que son tan duras, son una amonestación, una advertencia clara, hecha con su amor redentor, para despertar la concien­cia de los judíos y moverlos a conversión. Pero ya sabemos que los cora­zones de los judíos se cerraron completamente a la gracia de Dios.

Y consideramos que esta advertencia del Señor sobre la futura condena­ción, la sigue haciendo a todos los hombres, que conscientemente y con responsabilidad, le rechazan y no aceptan sus enseñanzas.

3) El milagro: "Que te suceda como has creído"

La oración del centurión conmovió el corazón de Cristo. Y fue esa fe pro­funda, llena de confianza y humildad, la que arrancó de su omnipotencia y bondad el milagro de la curación del siervo del centurión.

"Que te suceda como has creído". Cristo quiere resaltar el poder de la fe. Y en otros pasajes, que meditaremos más adelante, llegará a decirnos que la fe puede hasta trasladar montañas, y que con esa fe obtendremos cuanto pidamos en la oración "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis". (Mc 11, 23 24)

"Y en aquella hora se curó el criado".

Podemos imaginarnos la alegría y felicidad del centurión. Y aunque los Evangelios no nos vuelvan a hablar de él, podemos suponer que esa fe que tenía, robustecida ahora por el mismo milagro, la mantendría hasta el fin de su vida. Creemos que fue uno de los primeros gentiles en entrar en el Reino de Dios que Cristo anunciaba. Precursor de la conversión de los pueblos a Cristo. Que su intercesión nos obtenga el don de esa misma fe con que supo acercarse al Señor.


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.



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