Cuando la “tradición religiosa” del pueblo judío cristaliza de forma definitiva en los escritos sagrados, ya es un tiempo en el que proliferan las comunidades dispersas (“diáspora”). Entonces las “sagradas escrituras” constituyen un “depósito' que hay que conservar: ley, profetas y otros varios escritos. Jesús acepta como judío esta tradición ya puesta en escritos, pero inaugura con sus palabras y actos una nueva tradición: “Se admiraban de su enseñanza porque les enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la ley” (Mc 1,22). En las comunidades cristianas se comprueba y reafirma ésto: “Así, pues, hermanos, permaneced firmes y guardad las tradiciones que os hemos enseñado de palabra o por escrito” (2Tes 2,15); “Porque os he transmitido, en primer lugar, lo que a mi vez recibí, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras” (ICor 15,3).
Y en un período breve de tiempo la tradición nacida de Cristo y transmitida por los apóstoles cristaliza a su vez en “escritos sagrados”, en una buena noticia: “Os he dicho todo ésto durante el tiempo de mi permanencia entre vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo” (Jn 14,25-26); “Tú, por tu parte, permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has aprendido, y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras que te guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo" (2Tim 3,14-15).
Agradecemos al P. Fernando Martínez SJ por su colaboración.
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