212. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Exhortación a la vigilancia


 

P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


IX. JESÚS SUBE A JERUSALÉN PARA LA FIESTA DE LA PASCUA

DESDE LA ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN HASTA LA ÚLTIMA CENA 

(Fines de Marzo - Primeros de Abril, año 30)


SERMÓN ESCATOLÓGICO

212.- EXHORTACION A LA VIGILANCIA

TEXTOS

Mateo 24, 42-51

"Vigilad, pues, ya que no sabéis que día vendrá vuestro Señor. Compren­ded bien esto, que si el dueño de la casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, vigilaría y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, estad también vosotros preparados; pues a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre.

¿Qué servidor es fiel y prudente, a quien su señor puso al frente de su fa­milia para que a su tiempo dé a cada uno su alimento?

Dichoso aquel servidor a quien al venir su señor encuentre que se porta así. En verdad os digo que le pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa para sus adentros: 'tarda en venir mi se­ñor', y comienza a maltratar a sus compañeros, a comer, a beber y embo­rracharse, vendrá el señor de tal siervo el día que menos lo espera y a la hora que no piensa, y lo descuartizará y le hará correr la suerte de los hi­pócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes."

Marcos 13, 33-37

"Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuando será el momento.

Al igual que un hombre que sale de viaje: Deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, pues, ya que no sabéis cuándo regresará el dueño de la casa, si al atarde­cer, o a media noche, o al cantar el gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos digo: ¡Velad!"

Lucas 21, 34-38

"Guardad de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y ven­ga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerzas y escapéis a todo lo que está por venir, y, podáis estar en pie delante del Hijo del hombre."

Por el día enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte lla­mado de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir donde él y escu­charle en el Templo.


INTRODUCCIÓN

Los tres evangelistas, al final del discurso escatológico, nos transmiten las últimas enseñanzas del Señor sobre la necesidad de estar despiertos, en vigilia, esperando su llegada al final de los tiempos. Los ejemplos o parábolas que nos transmiten los Evangelistas son diferentes en sus mati­ces, pero coinciden en lo sustancial: todos ellos son una exhortación a estar vigilantes cumpliendo la voluntad del Señor.

San Mateo se refiere especialmente a un mayordomo que queda con la responsabilidad de toda la casa durante la ausencia de su señor.

Por esta razón, algunos autores opinan que en Mateo el Señor se refería, de manera especial, a aquellos que habían de recibir una función especí­fica de dirigentes dentro de su Iglesia.

Pero todo el sentido del discurso escatológico, al que va unida la parábo­la del mayordomo, tiene una dimensión universal referida a todos los discípulos de Cristo, a todos los hombres. Y así nos lo confirma especial­mente Marcos, cuando pone en labios del Señor las palabras: "Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!"

En cierto sentido, todos podemos ser llamados "mayordomos" o "admi­nistradores" de los bienes de Dios. Todos recibimos innumerables gra­cias, beneficios, talentos de parte de Dios, que tenemos que hacer fructi­ficar para nuestro bien y el bien de nuestros hermanos.

Los textos de Mateo y Marcos son parecidos al texto que trae Lucas en conexión con la parábola del rico insensato, que muere súbitamente, ape­gado a sus riquezas. La muerte le coge desprevenido; todo lo contrario a la actitud de vigilancia a que exhorta el Señor. (Cfr. Medit. 152; Lc 12,35-48)

San Lucas cierra el capitulo 24 con unos versículos que son una breve síntesis de toda la actividad apostólica de Jesús en los primeros días de lo que llamamos la Semana Santa. Se refiere a la actividad de Jesús el Domingo de Ramos, y el Lunes y Martes Santo.

El Señor permanecía todo el día en el Templo predicando y enseñando, y al anochecer se retiraba a descansar. Lucas nos dice que se retiraba "a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos"; pero por Marcos co­nocemos que alguna noche se retiró con sus discípulos a Betania, proba­blemente a casa de sus amigos Lázaro, Marta y María.

Toda esta actividad de Jesús en estos tres días es lo que hemos conside­rado en las últimas meditaciones. (Cfr. Medit. 193 a 211)


MÉDITACION

1) Llamado a la vigilancia

El Señor ha anunciado con toda solemnidad su segunda venida al final de los tiempos; y a diferencia de su primera venida en humillación y po­breza, vendrá con toda su gloria de Juez universal de todos los hombres. Es un hecho que ha de tener cumplimiento; nadie puede dudar de las pa­labras de Cristo. Y en ese Día, todos los hombres recibirán el veredicto de sentencia favorable o de condenación, de acuerdo a cómo hayan sido las obras de su vida. Y su venida será súbita, sin que haya tiempo para prepararse a ella. Nadie sabe cuándo llegará ese Día del Juicio universal en que todos los hombres han de comparecer delante del Juez, de Cristo Nuestro Señor.

Todo esto ha sido la esencia del contenido del discurso escatológico de Cristo.

La exhortación, pues, a estar preparados para ese Día, surge espontánea en los labios de Jesús. El único verdadero mal del hombre, que no tiene posible remedio es su condenación eterna; y todos corremos el riesgo de condenarnos. Y este riesgo es el que acentúa Cristo.

Es una advertencia que nace de su corazón de Redentor de todos los hombres, que no quiere que ninguno se pierda. Y nos señala el medio eficaz para superar ese riesgo. Estar en vigilia constante esperando su llegada. Vivir de tal manera como si en cualquier instante pudiera lla­marnos el Señor a su presencia.

Como ya hemos explicado en otra meditación (Cfr. Medit.152), no se tra­ta de que la segunda venida de Cristo haya de tener lugar durante nuestra existencia en esta tierra; cuántas generaciones de hombres han muerto ya sin que haya tenido lugar la Parusía del Señor. Se trata de estar vigilante ahora, en nuestra existencia terrena, hasta que llegue la hora de nuestra muerte. Pues después de la muerte ya no hay posibilidad de arrepenti­miento, de conversión; y tal como se encuentre nuestra alma en esos mo­mentos será juzgada por el Señor en lo que llamamos Juicio particular.

El Señor quiere infundir en el alma de todos los hombres, de manera es­pecial, en sus discípulos, una concientización, lo más profunda posible, sobre el supremo valor de la salvación, por encima de cualquier otro bien humano y, consiguientemente, hacer que todos vivan de tal manera que, cuando les sobrevenga la muerte, puedan recibir el premio de su salva­ción, puedan “estar de pie delante del Hijo del hombre.”

Si recorremos el mundo lejano y el mundo que nos rodea, habría que de­cir que la inmensa mayoría de los hombres viven como si esta tierra fue­se la patria definitiva, como si nada hubiera que esperar en el más allá. Y evidentemente esta actitud hace realidad el riesgo de la condenación. La palabra "salvación" se pronuncia muy pocas veces en nuestros días. Ha­brá que volver a la Tradición y Predicación de la Iglesia que, con mucha frecuencia, se centraba en el misterio de la "salvación del alma", "salvación del hombre". Es el mayor tesoro que puede adquirir el hom­bre; más aún, es el único tesoro que tiene auténtico valor. Sin él, el hom­bre será miseria trágica en el cuerpo y en el alma por toda la eternidad. Hacer caer en la cuenta al hombre de nuestros días de esta verdad de nuestra fe, es misión especialísimamente confiada a todos los apóstoles de Cristo, y es el mayor beneficio que podemos hacer a los hombres.

San Ignacio, al comienzo de sus Ejercicios Espirituales, cuando quiere establecer el Principio y Fundamento que debe guiar toda vida humana, nos dice: "El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima."(N.23)

2) ¿Qué significa "estar vigilante"?

Lo importante en los ejemplos que pone el Señor es la gran fidelidad de los siervos en cumplir con la misión o tarea que les ha sido encomendada durante su ausencia.

Todos los hombres nacemos con una misión que cumplir, misión dada por Dios, nuestro Padre, y misión toda ella encamina­da a nuestro propio bien. Todos nacemos para ser hijos de Dios y llevar una vida digna, la que corresponde a nuestra filiación divina, obtenida por Cristo mediante el sacrificio de su vida en la cruz.

Y Cristo, a través de toda su vida pública, no ha hecho sino enseñarnos cuál es esa vida de hijos de Dios. Todas las enseñanzas de Cristo no tie­nen otra finalidad que la de indicarnos el verdadero camino por el que hemos de andar para responder a nuestra vocación de hijos de Dios, her­manos suyos y coherederos de su gloria. Todos sus mandamientos, toda su enseñanza del Sermón del Monte, todo lo que él nos señala como vo­luntad de su Padre, es el camino que hemos de seguir para realizar la mi­sión que nos fue dada.

La vida concreta de cada uno será distinta de la de los demás en la reali­dad concreta en que se desarrolla. Pero es igual para todos el llamado a vivir siempre en gracia de Dios, la obligación de orientar siempre nuestra vida al cumplimiento de la voluntad de Dios, el deber de cumplir con las obligaciones familiares, profesio­na­les, sociales. No se trata de tener que hacer cosas grandes a los ojos del mundo; se trata de hacer las cosas más triviales y vulgares de la vida ordinaria con un espíritu de amor a Dios y de amor al prójimo.

3) "Estad orando en todo tiempo"

El Señor nos recomienda la oración sincera y perseverante como un me­dio eficaz de salvación. Conocemos, por otras muchas enseñanzas del Señor, que sin su ayuda y su gracia no podemos nada en el orden sobre­natural: "Sin mí no podéis hacer nada". (Jn 15,5) Pero, en cambio, uni­dos al Señor por medio de la oración, podremos superar todas las dificul­tades, todas las tentaciones, y conseguir el supremo bien de la perseve­rancia final, de la salvación eterna.

En varias meditaciones hemos considerado la insistencia con que el Se­ñor nos exhorta a la oración y nos promete que consegui­re­mos lo que pe­dimos. (Cfr. por ejemplo, Medit. 49)

"Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen a la puerta y les abrirán. Porque el que pide recibe; el que busca halla y al que Barra a la puerta le abrirán." (Mt 7,7-8) "Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan." (Lc 11,13)

"En verdad os digo: lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará; has­ta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis para que vuestro gozo sea completo." (Jn 16,23-24)

Si el Señor hace estas promesas a cualquier discípulo suyo que ore con sinceridad y constancia, refiriéndose a cualquier petición que le haga-TOS, con qué seguridad debemos hacer la oración de súplica pidiendo nuestra perseverancia y salvación. En otras ocasiones podrá haber duda, si, lo que pedimos es lo que más conviene para la gloria de Dios y bien nuestro; pero tratándose de la oración de súplica pidiendo la salvación, no hay posible duda de que siempre la salvación de un alma será extraor­dinaria manifestación de la gloria de Dios y el supremo bien del hombre.

Nuestro trato personal o íntimo con el Señor a través de una vida de ora­ción sincera es la garantía infalible de nuestra salvación.

Y en esta vida de oración y de intimidad con el Señor ocupará siempre un lugar privilegiado la Eucaristía. No podemos olvidar las palabras del Señor en su sermón que anunciaba la institución de este misterio: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día."(Jn 6,54)

Y no olvidemos tampoco el otro aspecto esencial que tiene la oración como medio eficaz para vencer las tentaciones. Fue el consejo que el Se­ñor dio a sus apóstoles: "Orad para que no caigáis en la tentación" (Lc 22,40). Y nos enseñó a orar siempre al Padre diciéndole: "No nos de­jes caer en la tentación."(Mt 6, 13)

La actitud, pues, de estar preparados y vigilantes para el día de la llegada del Señor será la actitud de oración llena de fe, confianza y amor; y esta actitud de oración traerá como fruto vivir sin caer en las tentaciones y poder presentarnos ante el Señor, el día que nos llame, con un corazón en paz y en gracia de Dios. De sus labios oiremos la sentencia favorable de nuestra salvación.


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Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.







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