216. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La traición de Judas


 P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


X. MEDITACIÓNES SOBRE LA ÚLTIMA CENA

216. LA TRAICIÓN DE JUDAS

TEXTOS

Mateo 26, 14-16

Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sa­cerdotes, y les dijo: "¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?". Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.

Marcos 14, 10-11

Entonces Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue donde los sumos sacerdo­tes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento oportuno.

Lucas 22, 3-6

Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce; y fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. El aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarle sin que la gen­te lo advirtiera.


INTRODUCCIÓN

Es probable que Judas se enterase de la asamblea del Sanedrín en el palacio de Caifás, sumo sacerdote, y que espontáneamente se dirigiera allí para po­ner en práctica un deseo que había alimentado durante mucho tiempo: Entre­gar al Maestro. Un año antes ya había el Señor descubierto lo que Judas lle­vaba en su corazón. Después de su discurso sobre el Pan de Vida, al hacer la promesa de la Eucaristía, mucha gente, incluso algunos de sus discípulos, aunque no los apóstoles, abandonaron al Señor. Es entonces cuando el Señor pregunta a sus apóstoles si ellos también quieren abandonarle y Pedro en nombre de todos, le responde: "Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tu tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios." (Jn 6,67-69). Y es entonces cuando Jesús revela la pena tan hon­da que lleva en su corazón. Conocía lo que había en el corazón de Judas y dice: "¿No os elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un dia­blo. "(Jn 6,70). Y Juan añade: "Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce" (Jn 6,72).

Judas compartía la intimidad de los Doce con el Señor y sabía siempre a qué lugares solía ir el Señor y dónde se encontraba en cualquier momento del día. Este conocimiento le facilitaba la oportunidad de entregarlo a los jefes judíos cuando se encontrase apartado de la gente, evitando así el tumulto del pue­blo. Los jefes de los judíos, se nos dice, se alegraron porque vieron la manera concreta de llevar a cabo su plan: Coger preso al Señor sin que la gente es­tuviese presente. Es probable que concretasen más el plan, y a Judas por su servicio acordaron pagarle treinta monedas de plata, que era el precio de la venta de un esclavo. Desde aquel momento, Judas no piensa en otra cosa que buscar el momento más oportuno para entregar al Señor.


MEDITACIÓN

Judas Iscariote era uno de los Doce. Lo repiten los Evangelistas con insis­tencia para profundizar más en la responsa­bi­li­dad del pecado de Judas.

Efectivamente, cuando el Señor al comienzo de su vida pública eligió a los doce apóstoles, en la lista que nos dan los Evangelistas de sus nombres siem­pre aparece el nombre de Judas Iscariote. Y el Señor lo había escogido con el mismo amor de predilección con que eligió a los otros apóstoles. Qué amor de predilección y que misión tan sublime a la que fue llamado Judas.

Desde la elección de los apóstoles, Judas perteneció siempre al grupo y vivía en plena comunión de vida con Jesús y los demás apóstoles. Más aún, había merecido la confianza de todos y por eso se le encargó de administrar la economía del grupo, las limosnas que recibirían Jesús y sus apóstoles durante su trabajo apostólico.

Judas había escuchado de labios del Señor sus maravillosas enseñanzas; ha­bía podido contemplar día tras día la infinita bondad del Señor y el ejemplo admirable de su vida; más aún, había sido testigo innumerables veces de los muchos milagros que el Señor realizó durante toda su vida pública.

¿Cómo es posible explicar la traición de Judas? Son los misterios del corazón humano: hasta dónde puede llegar la maldad de un corazón dominado por sus pasiones y sus vicios.

Hay ciertamente una pasión que dominaba el corazón de Judas, según lo afirma el evangelista San Juan: "Era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella."(Jn 12,6)

Y es tradición común creer que había otras razones poderosas, otras pasio­nes que indujeron a Judas a la traición. Es muy posible que Judas sintiese una gran envidia al ver que el Señor mostraba preferencia por otros apósto­les, y que la amargura de esa envidia le llevase a sentir rencor por el Señor.

Y es muy probable también que, participando de la idea común que existía entonces entre los judíos, creyese Judas en un Mesías glorioso, de gran po­derío político y social, y se sintiese comple­tamente frustrado. El habría pen­sado tener un puesto de honor, de gran relevancia en el nuevo reino que Je­sús había de instituir, reino de este mundo; y al caer en la cuenta de que no había privilegios humanos y terrestres para los que siguiesen al Señor, sino más bien humillaciones y persecuciones, tal como el mismo Señor les anun­ciaba, cambiaría su actitud de seguimiento fiel por la de odio hacia quien, él pensaba le había engañado.

Todas estas pasiones cegaron el corazón de Judas para poder ver en el Se­ñor al verdadero Mesías prometido. Y estas pasiones, azuzadas de manera muy especial por Satanás, pues éste es el sentido que tiene la frase de Lucas: "Entonces entró Satanás en Judas", de tal manera se apoderaron del espíritu de Judas que no se contentó en abandonar al Señor sino que decidió colaborar con sus enemigos para darle muerte. El no podía dudar de la bon­dad y santidad de Jesús, pero el deseo de saciar sus pasiones le llevan a co­meter el pecado más grave de la humanidad.

Tremenda responsabilidad la suya. El Señor llegará a decir: "¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!" (Mc 14,21).

Y conviene aclarar algunas frases que leemos en el Evangelio a propósito de la traición de Judas. El Señor dirá en su oración sacerdotal:" Cuando estaba con ellos (con los apóstoles), cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura". (Jn 17,12)

Pareciera como si un destino fatal hubiese llevado a Judas a traicionar a Je­sús y entregarlo a los jefes judíos para que lo matasen. Es una muy falsa in­terpretación. No es que Judas llegase a cometer ese terrible pecado porque así lo había determinado Dios y estaba anunciado en las Escrituras, sino lo contrario. Porque de hecho Judas, con plena libertad y responsabilidad, iba a cometer ese pecado, era que Dios lo conocía y sabía que llegaría a cometer­lo. Lo que determinó el pecado de Judas fue su libertad y responsabilidad. No porque estaba ya profetizado, Judas, de una manera necesaria cometió el pecado, sino al revés, porque de hecho lo iba a cometer, por eso estaba pro­fetizado. Hasta el mismo momento de cometer la traición, Judas fue libre para no cometerla.

El pecado de este gran elegido del Señor debe llevarnos a una gran humildad y a un santo temor filial a Dios. Si aquel hombre, tan lleno de los beneficios de Dios, pudo llegar a despreciarlos todos y traicionar al Señor, nosotros po­demos igualmente llegar a abandonar al Señor si nos dejamos llevar de las pasiones, si vivimos una vida de vicios, si no vivimos alertas en oración y en espíritu de continuo arrepentimiento por nuestros pecados. Es el sentido que tiene la enseñanza de Pablo: "Queridos, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación." (Philp. 2,12)

Podemos haber sido regalados con toda clase de dones del Señor, podemos incluso haber también recibido una vocación especial para el sacerdocio o la vida consagrada y haber permanecido largos años en su servicio; si confiamos en nosotros mismos, si no nos examinamos con frecuencia para considerar si acaso hemos entrado en el camino de la tibieza, podemos un día abandonarlo todo, abandonar nuestra vocación y alejarnos definiti­vamente del Señor. Desgraciadamente son muchos los casos que nos enseña la expe­riencia, de personas consagradas en la vida sacer­dotal o en la vida religiosa, que se han apartado definiti­vamen­te del Señor.

Y notemos que estas caídas de sus "elegidos" le duelen muy especialmente al Señor, como le dolió la caída de Judas, uno de los Doce.

...


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.




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