221. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - Lavatorio de los pies

 


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


X. MEDITACIÓNES SOBRE LA ÚLTIMA CENA

221. LAVATORIO DE LOS PIES

TEXTO

Juan 13,2-17.20

Durante la cena, cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto en sus manos todo y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego, echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.

Llega a Simón Pedro; éste le dice: "Señor, ¿lavarme tú a mí los pies?" Je­sús le respondió: "Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora; lo comprende­rás más tarde." Le dice Pedro: "Jamás me lavarás los pies." Jesús le res­pondió: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo." Le dice Simón, Pedro: "Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza."

Jesús le dice: "El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo lim­pio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos." Sabía quién le iba a entre­gar, y por esto dijo: "No todos estáis limpios." Después que les lavó los pies y tomó su manto, se volvió a la mesa, y les dijo: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis 'el Maestro' y 'el Señor', y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En ver­dad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, seréis dichosos, si lo cumplís. En verdad, en verdad os digo: Quien acoja al que yo envíe, me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquél que me ha enviado."


INTRODUCCIÓN

Después de sentarse el Señor con sus discípulos a la mesa y tener esas pri­meras palabras de amor y consuelo para ellos, se levantó de la mesa y se preparó para lavarles los pies, escena que dejaría asombrados a todos los apóstoles.

Esta escena del lavatorio de los pies es la que nos narra San Juan, después de habernos dicho que el Señor "amó a los suyos hasta el extremo", senten­cia que consideramos en la meditación 5.

El lavar los pies de los huéspedes era oficio de esclavos. Cuando una perso­na era invitada a una casa, sobre todo si era persona de cierta importancia, solía ofrecérsele el servicio de que le lavase los pies algún esclavo, para lim­piar la suciedad que hubiese podido coger por el camino. Se suponía que el huésped se había bañado anteriormente en su casa y que no necesitaba de mayor limpieza. Es necesario conocer esta costumbre en tiempos de Jesús, para entender después el diálogo que tiene con Pedro.

El lavatorio de los pies que realiza Jesús contiene un simbolismo y una ense­ñanza de extraordinaria importancia para todos los que quieran ser discípulos de Cristo.


MEDITACIÓN

1. Introducción a la escena del lavatorio de los pies.

San Juan no se contenta con narrarnos la escena del lavatorio de los pies, sino que antepone dos consideraciones que harán todavía más sublime la es­cena.

En primer lugar nos hace caer en la cuenta de que Judas, inspirado por Sata­nás, ya tenía el propósito firmísimo de entregar al Señor; de hecho, ya había pactado con los jefes judíos la manera de entregarle (Cfr. medit. 2)

Es muy probable que al decirnos esto San Juan, quisiera indicarnos que el Señor también lavó los pies de aquel que era su peor enemigo. Sabemos que Judas estaba presente, por lo menos al comienzo de la Cena, y se nos indica­rá el momento en que salga para realizar su traición (Cfr. Jn 13,30). Cómo se engrandece todavía más la figura de Jesús al verle puesto a los pies de Judas para lavárselos.

Después, San Juan, que probablemente era el apóstol que más penetraba en el corazón de Cristo, nos dice: "Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía..." Qué contraposición más admirable la que nos presenta San Juan. Cristo, el Hijo de Dios, que había salido del Padre y que volvía a él, que era plenamente consciente de que su Padre Dios había puesto en él todas las cosas, ahora que, convertido en esclavo, se va a poner de rodillas delante de los apóstoles, incluso de Judas, para lavarles los pies. Después de la solemnidad de esta frase, donde se declara a Cristo Hijo de Dios gozando de todo el poder de su Padre, nadie hubiera podido pensar que como complemento se describiría al mismo Cristo en el papel de esclavo. Y es que éste es el verdadero Cristo, el Hijo de Dios encarnado por amor a nosotros:

"El cual, siendo de condición divina,

no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;

sino que se despojó de sí mismo

tomando condición de siervo,

haciéndose semejante a los hombres;

y apareciendo en su porte como hombre,

y se humilló a sí mismo,

obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz." (Philp. 2,6-8)

2. Diálogo con Pedro.

Su carácter noble y sincero, y su amor y respeto al Señor, llevaron a Pedro a rechazar, a no permitir que el Señor le lavase los pies. Pedro había confesa­do: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16), y ese Hijo de Dios se encontraba ahora a sus pies con intención de lavárselos. No lo podía en­tender y expresó lo que sentía su corazón. Jamás el Señor podría estar a sus pies; él sí debía estar a los pies del Señor.

Jesús sostiene un diálogo con Pedro. Le dice que ahora no puede compren­derlo; que después lo hará. Ese 'después' bien podía referirse a la explica­ción que él mismo iba a dar de su acción; pero más probablemente se refería a Pentecostés, cuando todos los apóstoles quedarían iluminados por la luz del Espíritu Santo para comprender todas las enseñanzas y todo lo que Cristo había realizado durante su vida mortal.

Jesús obliga a Pedro aceptar; de lo contrario no tendrá parte con él. Las pa­labras de Cristo eran una forma hebrea de indicar que Pedro ya no tendría comunión con él, rompería la amistad con él. Ante estas palabras que el ve­hemente Pedro le dice al Señor que entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza se dejaría lavar por él. Para Pedro lo único que conta­ba era su comunión con Cristo.

El Señor, aludiendo a la costumbre que aclaramos en la introducción, que su­ponía que el huésped invitado solamente necesitaría lavarse los pies de la su­ciedad cogida durante el camino, le dice a Pedro: "El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio." Le da a entender que es suficiente que le lave los pies.

Pero el Señor, a continuación, toma la limpieza material como simbolismo de la limpieza del corazón. Y añade "Vosotros estáis limpios, aunque no todos."

Los apóstoles, aun con sus debilidades, tenían entonces el alma limpia, creían en el Señor y deseaban serle fieles. Después su debilidad, ante el escándalo de la cruz, les llevará a perder la fe; pero en la Ultima Cena el deseo de se­guir a Cristo era sincero. "Vosotros estáis limpios."

El Señor lleva una espina clavada en su corazón y no puede dejar de expre­sar su dolor. "No todos están limpios" refiriéndose a Judas. Con qué pena y dolor pronunciaría estas palabras Jesús. Hasta el último momento Cristo in­tentó convertir a Judas. Se postra ante él para lavarle los pies y le dice clara­mente que conoce lo que hay en su corazón, totalmente ennegrecido por la traición que va a llevar a cabo. Sin embargo, Judas no se convertirá.

3. El lavatorio de los pies.

La escena del lavatorio de los pies podemos considerarla como una parábola en acción. Toda parábola lleva una enseñanza, y el lavatorio de los pies en­cierra una enseñanza universal. El mismo Señor explicará el simbolismo que encierra su acción. El, que es el Señor y el Maestro de todos los hombres, y que por lo tanto está en dignidad por encima de todos ellos, sin embargo se ha puesto a los pies de sus discípulos en una actitud humilde de servicio y ca­ridad. Cuánto más deberán todos sus discípulos tener esta actitud entre ellos. No se trata de la materialidad de lavar los pies, se trata de que todo discípulo de Cristo deba siempre vivir en esa actitud de servicio y caridad para aten­der a las necesidades de sus hermanos. El ejemplo de Cristo nos urge a cumplir con el prójimo aun los servicios más humildes que sean necesarios o convenientes. Es todo un programa de práctica sincera de caridad fraterna, cuyo mandamiento promulgará más adelante el Señor de esta misma Cena Pascual.

El Señor termina su exhortación a que se practique el servicio y la caridad entre sus discípulos, con una promesa espléndida. Nos dice: "Sabiendo esto, seréis dichosos, si lo cumplís."

Conocemos las ocho bienaventuranzas que Cristo predicó en el Sermón del Monte. Habría que añadir una más: La bienaventuranza de los que viven para servir a los demás en humildad y caridad.

Cuánto le cuesta al hombre entender esta bienaventuranza. Lo más frecuen­te es que crea que será feliz si los demás están para servirle a él. Este es el criterio del mundo, totalmente engañoso y causa de tantos abusos e injusti­cias.

No podemos demostrar teóricamente la verdad de la felicidad que promete el Señor. La única manera de probar su enseñanza es viviéndola; y en verdad, los que se han esforzado por vivir en esa actitud de servicio a los demás, han experimentado una felicidad interior incomparablemente superior a cualquier otra.

Sucede lo mismo con las demás bienaventuranzas que predica el Señor: Bienaventurados los pobres, los que lloran, los mansos de corazón, los que tienen hambre y sed de justicia, los limpios de corazón, los misericordiosos, los que trabajan por la paz, los perseguidos por el nombre de Jesús. La única respuesta a los que no crean estas bienaventuranzas es demostrárselas con el testimonio de una vida llena de alegría y felicidad en su cum­plimien­to.

Las palabras y las promesas de Cristo son infalibles porque provienen de quien es la infinita Sabiduría y la Verdad, de quien no puede ni engañarse ni engañarnos. No olvidemos estas otras palabras del Señor: "Mayor felicidad hay en dar que en recibir." (Hech. 20,29)

Todos queremos ser felices. Cristo es el único Maestro que nos traza el ver­dadero camino de la felicidad: Vivamos dándonos a los demás, vivamos en servicio humilde y caritativo en bien de nuestros hermanos.

4. "Quien acoja al que yo envíe, me acoge a mí; y quien me acoge a mí, acoge a Aquel que me ha enviado."

En general se interpreta esta sentencia en conexión con la frase que el Señor acaba de decir a sus discípulos: "No es más el siervo que su amo, ni el en­viado más que el que le envía."

Esta enseñanza de Cristo la encontramos en otro pasaje de su vida pública (Cfr. Mt 10,40). Mateo pone la enseñanza del Señor en el contexto de su discurso apostólico, cuando envía a sus apóstoles a predicar por Galilea.

Sabemos que el Señor se identifica con los más pobres y necesitados, y que lo que se haga por cualquiera de estos hermanos, es como si se hiciera al mismo Cristo. (Cfr. Mt 25,31-46)

Pero el contexto en que Cristo presenta ahora su enseñanza, lo mismo que cuando la proclamó en su discurso apostólico, indica que quiere hacer una re­ferencia muy especial a sus apóstoles, a los que ha elegido para predicar en su nombre su mensaje y ser dispensadores de las gracias de la Redención.

Aunque los apóstoles no pueden compararse con Jesucristo, "el Señor" y "el Maestro", sin embargo, en cuanto son y ejercen su misión de apóstoles, Cristo los identifica consigo. Y quienes les reciban a ellos, tendrán el mismo premio que si hubiesen recibido a Cristo en persona, y quien recibe a Cristo está recibiendo al Padre que le envió.

Se puede pensar que Cristo con estas palabras quiso confirmar a sus apósto­les, la elección que había hecho de ellos para que fuesen sus enviados, sus representantes en la tierra.


...


Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.





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