136. Meditaciones: Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - La promesa del Agua Viva


P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, jesuita

Introducción

Breves indicaciones para hacer con fruto las meditaciones

Acto de fe, esperanza y amor a Jesucristo


V. JESÚS EN JERUSALÉN

(Fines de Septiembre - comienzos de Octubre, año 29)

LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS

136.- LA PROMESA DEL AGUA VIVA

TEXTO 

Juan 7,37-43

El último día de la fiesta, el más solemne, puesto en pie Jesús gritó: "Si al­guno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí," como dice la escri­tura: "De su seno correrán ríos de agua viva". Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Es­píritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado.

Muchos entre la gente, que le habían oído estas palabras, decían: "Este es sin duda el profeta". Pero otros replicaban: "¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y del pueblo de Belén?" Se originaron, pues, disensiones entre la gente por causa de él.


INTRODUCCIÓN

Durante la fiesta de los Tabernáculos se llevaba a cabo una liturgia solemne, que recordaba el agua que prodigiosamente manó en el desierto durante la peregrinación del pueblo de Israel hasta la Tierra Prometida. En la piscina de Siloé cercana al Templo, los sacerdotes llenaban de agua jarros de oro, y en procesión se volvía al Templo, y los sacerdotes con esa agua rociaban el al­tar. Era un rito muy solemne que significaba también la efusión de los dones mesiánicos que traería el Salvador al pueblo elegido, (Cfr. Is 12,3).

En este contexto hay que situar las palabras del Señor.


MEDITACIÓN

1) Jesucristo, manantial de agua vivir

Jesucristo, con voz fuerte y solemne, declara con sus palabras que aquella agua que manó milagrosamente en el desierto, y esa efusión de los dones mesiánicos, anunciada por los profetas, tenían cumplimiento en su persona. Si alguno tiene sed, venga a mí y beba." Esta invitación del Señor alude a la Sabiduría divina que dice: "Venid a mí los que me deseáis y saciaos" (Eccl. 24, 19; Prov. 9,4-5). El Señor se manifiesta como Aquel que puede saciar todos los deseos del corazón humano.

Como dice la Escritura: "De su seno brotarán ríos de agua viva." La ma­yoría de los intérpretes cree que Jesús se está refiriendo a un pasaje del profeta Ezequiel, en el que se anuncia que en los tiempos mesiánicos se purificará con agua pura el corazón de los hombres, y el Espíritu de Dios derramará sobre ellos: "Os rociaré con agua pura y quedaréis purifica­dos; de todas vuestras manchas y de todos vuestros ídolos os purificaré. Y os daré un corazón nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas." (Ez 36,25-27)

Conocemos cómo el Señor, una vez glorificado y vuelto al Padre, enviará en Pentecostés el Espíritu Santo sobre los apóstoles; y este Espíritu Santo será derramado también sobre todos los que crean en él. Esto es lo que nos dice San Juan: "Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él."

Lo que sigue en el texto evangélico necesita una aclaración. Nos dice el Evangelista que "todavía no había Espíritu". Es cierto que el Espíritu San­to no había venido de una manera solemne y visible, como sucedió el día de Pentecostés. Pero este hecho no niega que el Espíritu Santo no hubiera ya actuado con anterioridad. Los profetas del Antiguo testamento hablaban movidos por el Espíritu Santo (Cfr. 2 Ped 1,21), y en el Nuevo Testamento aparece su actuación en muchos acontecimientos. Es él quien cubre con su sombra a María Santísima para que el Verbo quede encarnado en su seno (Lc 1,35); mueve a Zacarías a proclamar las grandezas del Señor (Lc 1,67­79), y al anciano Simeón a anunciar que ya había llegado aquel que era la salvación de todos los pueblos. (Lc 2,25-38)

San Agustín interpreta este texto diciendo que el Espíritu Santo se había comunicado anteriormente a determinadas personas y con fines muy con­cretos; pero desde Pentecostés se ofrece a todos los que creen en Jesús y llena de sus dones el corazón de todos los cristianos. El Señor se refería, pues, a la venida del Espíritu Santo después de su Ascensión.

2) La reacción de la gente

El Señor acaba de hacer una nueva autorrevelación de su persona. Sus palabras afirman que él es el Mesías prometido, y que de él brotarán ríos de agua viva que saciarán la sed de todos los corazones. Y esos ríos de agua viva están simbolizando la efusión del Espíritu Santo.

Ante esta autorrevelación de Cristo, la reacción de la gente es muy diver­sa. Algunos creen en su palabra y no dudan de que él sea el "profeta" pro­metido (Cfr. Dt 18,18), que se identificaba con el Mesías. Otros, sin em­bargo, justificando su increencia, se apoyan en las profecías que anuncia­ban que el Mesías sería de descendencia davídica y nacería en Belén. No conocían el origen humano verdadero de Jesús, pues ambas profecías se habían cumplido en él.

Volvemos a recordar que el don de la fe es una gracia de Dios, pero que es necesario tener un corazón abierto a la revelación de Dios, para poder recibir esa gracia. Jesucristo se ha presentado y ha probado con evidencia que él mismo es la revelación del Padre, pero los judíos, por cerrarse en sí mismos, en sus prejuicios y propios intereses, no recibirán la gracia, el don de la fe, y rechazarán a Cristo hasta el final.

Pidamos al Señor conservar siempre el don de la fe que hemos recibido y que es el mayor tesoro que tenemos, pues con él nos vienen todas las de­más gracias y bendiciones de Dios.



Examen de la oración


Referencia: Meditaciones Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo - P. Fernando Basabe Manso de Zúñiga, SJ.


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Siéntete en libertad de compartir en los comentarios el fruto o la gracia que el Señor te ha regalado en esta meditación.









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