Lucas 11, 1-13
El Señor nos enseña a orar, como enseñó a sus discípulos.
El Evangelio de hoy nos da varias enseñanzas sobre la
oración. La oración esa actividad tan esencial del ser humano, que podemos
decir que el que no ora, tiene una carencia fundamental en su vida como ser humano.
Y es que la fragilidad de nuestra vida, por el hecho de ser creaturas, sólo se
consolida conectando nuestra debilidad con el ser Absoluto, con Dios. Además
podríamos decir que sin comunicación con Dios seríamos como hijos huérfanos que
no han conocido a su Padre. Un hombre que no ora es un huérfano perdido y sin
hogar.
Y San Lucas empieza esta enseñanza de la oración poniéndonos
delante a Jesús mismo orando. Esa es la principal enseñanza sobre la oración:
Jesús orando es la lección que necesitamos. Su ejemplo es más eficaz que
cualquier discurso que el evangelista San Lucas pudiera trasmitirnos. Jesús en
comunicación con su Padre, esa es la mejor enseñanza de la oración. Y tanto es
así, que el ver este ejemplo de Jesús orando, motiva a los apóstoles a pedirle
que les enseñe a orar a ellos también.
Y Jesús enseña a sus discípulos a orar. Y les declara el
Padre Nuestro. Y además les añade al final una enseñanza sobre la eficacia de
la oración.
Decirle Padre a Dios, eso es orar. Establecer una comunicación
de Padre a hijo y de hijo a Padre. La oración cristiana es eso. El decirle
Padre a Dios de verdad, es manifestar amor. La oración sin amor no es oración.
Incluso hay que decir que la oración en sí misma es un acto de amor, o no es
nada. La oración con frecuencia ha sido vaciada de este su contenido esencial,
que es el amor. Convertirla en peticiones, como se piden cosas en un
expediente, eso no es orar de verdad. Si hay peticiones, deben surgir en un
clima de afecto y de verdadero amor al Dios al que nos dirigimos; y por eso le
llamamos Padre, porque lo sentimos y lo vivimos así. Orar es amar, antes que
ninguna otra cosa.
Sentirse hijo y vivir como hijo, en relación con este Padre.
Es no sólo una situación afectuosa, sino la toma de conciencia de nuestra
necesidad de Padre. Uno mira a su interior, al estrato más profundo de su
propio ser y descubre dos cosas: la propia fragilidad, el ser humano es un ser
necesitado de apoyo en su misma esencia; y descubre además la procedencia de su
propia naturaleza: yo, como ser, provengo de Dios. Es como descubrir el cordón
umbilical de nuestra vida. Y sentimos que venimos de Dios, y que sin El no hay
existencia. Dios nos ha engendrado como hijos, y eso lo tenemos marcado como
huellas de nuestra personalidad. Orar es una necesidad que brota del
sentimiento de nuestra pequeñez. Y por eso al orar decimos Padre. Y esta
oración conecta nuestro ser más íntimo con el Padre. Y así seguimos recibiendo
el alimento vital que necesita nuestro ser. La oración así se convierte también
en el nexo que nos conecta con la fuente de la vida. Sin esa conexión nuestra
vida va perdiendo energía, porque nuestro ser se alimenta del Padre que nos da
la posibilidad de existir.
No simplemente llamamos a Dios Padre, y nos sentimos con El
como hijos, sino que de verdad nos damos cuenta de que esa relación es
necesaria, para nuestra vida misma. Y en ese nexo que se establece entre
nosotros y Dios, por esa especie de enlace que se establece en la oración, le
enviamos a El nuestra vida, nuestras aspiraciones, necesidades, nuestros
ideales, nuestros actos de amor; y El a su vez nos sigue enviando su vida, su
calor, su infinito amor, y sus mensajes. Es algo extraordinario pensar en la
oración en esos términos: un canal de comunicación, y por ese canal va a Dios
lo mejor de nosotros mismos, y viene a nosotros toda la riqueza de Dios. Eso es
lo que Jesús nos enseña al enseñarnos que cuando oremos digamos Padre a Dios.
Y después, en este mismo párrafo San Lucas nos trasmite la
enseñanzas de Jesús sobre la eficacia de la oración. Muchas veces se ha pensado
en la eficacia de la oración, porque conseguimos las cosas que pedimos a Dios
debidamente. Y es verdad, esto también se consigue muchas veces. Pero la
eficacia de la oración está en lo último que dice este hermoso párrafo de San
Lucas. Que Dios da el Espíritu Santo cuando se le pide algo. Y es que la
oración, por sí misma es un enriquecimiento, se nos da como riqueza el Espíritu
Santo, por el hecho mismo de orar. Aunque yo no pida nada, o aunque pida mucho;
ya al orar estoy recibiendo el gran don de Dios que es el Espíritu Santo. Y lo
recibo aunque mi oración sea un simple acto de presencia de Dios, un estar
presente a El, sin decirle nada, sin abrir la boca. En cuanto me pongo en
oración de verdad, el Espíritu Santo va llegando abundantemente a mi corazón.
Esta es la principal eficacia de la oración. Así que esa frase del Evangelio:
“pedid y se os dará” podríamos traducirla así: “orad y os llenareis del
Espíritu Santo”. Es el mayor bien que Dios Padre puede darnos como hijos.
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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