P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Es 66,10-14; S. 65; Ga 6,14-18; Lc 10,1-12.17-20
El hecho del que nos
habla el evangelio de hoy sólo lo narra San Lucas. Otro parecido lo narran los
tres evangelistas sinópticos; se trata de otro envío misionero, pero sólo de
los doce. Como digo, también Lucas lo narra; lo hace en el capítulo anterior. Hoy
nos habla del envío de 72 discípulos. No pertenecen al grupo de los doce, que
continuamente le acompañan, han dejado sus familias y, digamos, hacen vida con
él (v. Mt 19,28). Se trata de otros muchos que le escuchan con frecuencia
siempre que el Señor viene por los lugares donde viven con la familia, aceptan
sus enseñanzas y, de acuerdo a ellas, procuran ir cambiando sus vidas. El texto
habla de “otros 72 discípulos” y no
parece que incluya a ninguno de los doce.
San Lucas evita
siempre relatar hechos parecidos. Si lo hace por separado con estas dos
misiones, es porque cree que el hecho de que sean dos envíos diferentes tiene
en este caso una especial significación. Los doce representan indudablemente a
los obispos, que son los sucesores de los apóstoles. Se pueden incluir a sacerdotes,
religiosos/as que lo han dejado todo para seguirle (Mt 19,29).
Esto tiene un
significado. Jesús elige y envía también
a todo aquel que ha creído en Él y se ha decidido a seguirle. Se lo manda poco
antes de la Ascensión (v. Mt 28,19). Lo entendieron así con el don de
Pentecostés. Y lo entiende, sintiéndose muy responsable de su cumplimiento, la
Iglesia de nuestros días tras el concilio Vaticano II. Esta fue la misma
experiencia de Lucas y otros, acompañando a Pablo: Pablo y Bernabé, Bernabé y
Marcos, Pablo y Sila, Timoteo y Sila. Y van por parejas porque es la Iglesia la
que ha recibido el mandato de evangelizar y no evangeliza el apóstol aislado
sino en nombre de toda la Iglesia. Todos los discípulos de Cristo estamos
obligados a evangelizar. Lo hacemos con los aportes de nuestra oración,
nuestros sacrificios, nuestra limosna, nuestro ejemplo, nuestra palabra. Jesús
les decía cuando los envió: “La mies es abundante y los obreros pocos. Rueguen,
pues, al dueño de la mies que envíe obreros. Y Vds. mismos pónganse en camino”.
Como oyen, la oración por las vocaciones apostólicas, sacerdotes, religiosos/as
y laicos que se dediquen al apostolado en la catequesis y otras actividades
pastorales de la Iglesia, es pedida expresamente por Cristo. Acordémonos de
ello, de orar por las vocaciones, acompañando con nuestra oración a los miles
de jóvenes que irán dentro de poco a encontrarse con Cristo en la Jornada
mundial de la Juventud.
Este apostolado no es
una lucha avasalladora contra los pecadores. No va contra nadie, si no es
contra el Demonio. Como Jesús, lleva la salvación, el perdón de Dios y la paz.
No hay que esperar a
tener medios costosos. Si se tuvieren se emplean para que el fruto sea mayor.
Por eso la Iglesia usa de medios a veces costosos para ciertos apostolados muy
importantes y fructuosos: como escuelas, universidades, hospitales,
editoriales…; pero, siguiendo las palabras de su maestro –no lleven talega, ni
alforja, ni sandalias– la mayor parte y más eficaz de su apostolado será el
trato personal, el respeto, servicio y caridad de persona a persona. Dios
bendice ese apostolado, incluso con milagros. No hay que tener miedo a
pedirlos, sobre todo cuando se carece de otros medios humanos o éstos han sido
ya agotados. Los frutos suelen ser maravillosos, muy superiores a lo que
previsible.
Sin embargo no
faltarán personas que se opongan. ¡Ay de ellas! Jesús les amonesta con el
peligro de un castigo mayor que el de Sodoma, que fue totalmente incendiada en
castigo de sus pecados. Si alguno no acepta las palabras de paz, el mensajero
de la paz no maldice ni se frustra; conserva la paz en su corazón y continúa su
camino. No se preocupen ni desanimen, si la palabra no es recibida.
De hecho aquellos 72 volvieron todos llenos
de entusiasmo. ¡”Hasta los demonios se
les sometían cuando les interpelaban en el nombre de Jesús!”. Desde lejos Jesús
lo veía, se alegraba e inscribía en el cielo los nombres de aquellos apóstoles,
lo que es mucho más importante, como les dice a su vuelta. Recordemos al
apóstol Santiago: “Si alguno de ustedes, hermanos míos, se desvía de la verdad
y otro le convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino
desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados” (Sant
5,19-20).
Examinemos cada uno
nuestra vida y veamos si cumplimos con esta obligación, si no nos es posible
incentivar nuestro apostolado allí donde normalmente nos encontramos, si no
podemos dedicar algún tiempo más a él. Hace poco me hablaron de una persona de
poca cultura. Regalaba rosarios a los niños de las escuelas y les enseñaba a
rezarlo.
Por fin en la propia
formación cristiana, que cada persona adulta debe cuidar para consolidar y
hacer crecer la fe, cuide cada uno de formarse mejor para el apostolado. Por ejemplo los padres y madres respecto a
sus hijos. Las carencias y falta de compromiso de los padres es causa de
carencias en la formación de los hijos. Los profesionales, hombres y mujeres,
deben conocer la moral necesaria de su profesión para practicarla y para
promoverla.
Un campo de
apostolado sobre cuya importancia los obispos de Latinoamérica insistieron
fuerte y repetidamente en la última reunión de Aparecida, el año 2007, fue la
de la participación de los católicos en la vida política. Los obispos llamaban
la atención no sólo de los laicos, que son los llamados a realizar la política
y entrar en las estructuras político sociales, sino también e intensamente de
los sacerdotes, que deben sostener e iluminar la acción de los laicos con la
doctrina y los medios de gracia de que dispone la Iglesia.
La Virgen María,
Madre de la Iglesia, nos ayudará como lo hizo en Pentecostés con los primeros
creyentes.
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