La Iglesia - 8º Parte: La Institución de la Iglesia - Jesús funda su Iglesia


P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


4.4. Fundación de la Iglesia por Jesucristo

Hoy no existe ningún autor serio que niegue la existencia de un grupo estable de discípulos reunidos por Jesús. La comunidad de Pentecostés resulta inexplicable sin la acción y la obra del Jesús histórico. Los teólogos modernistas de principios del S. XX, siguiendo las huellas del protestantismo liberal, suponían que Jesús, puro hombre, no tenía conciencia de su mesianidad; y, que al igual que sus contemporáneos estaba persuadido del próximo fin del mundo de una manera inmediata. En estas condiciones era totalmente impensable el propósito que se le atribuye a Jesús, de fundar una iglesia estable, separada de la sina­goga y dotada de estructuras propias. La Iglesia, decían, es el fruto lógico, pero inesperado, de la obra de Jesucristo. Según esta teoría protestante de los modernistas, se podía considerar a Jesús, en cierto modo, como fundador de la Iglesia, pero salvando que nunca tuvo la intención explícita de fundarla definitiva y establemente con sus propias estructuras, naturaleza, misión y constitución visible que hoy día tiene.

Por otro lado hay que decir, que sería ingenuo pensar que Jesús organizó una Iglesia durante su vida mortal, en el sentido que hoy entien­de el Derecho Canónico católico y la eclesiología unilateral de una dogmática escolar poco crítica, que se expandió en tiempos del antimo­dernismo protestante. Entre estos dos extremos se sitúan los documentos de la Iglesia. Ellos, afirman que Jesucristo es el verdadero fundador de la Iglesia, no, cier­tamente, con lo que pudiera calificarse de "un acto fundacional" histó­rico, determinado y localizado en un momento concreto, sino con una larga y madura preparación que culminó con los sucesos pascuales.

La realidad viviente de la Iglesia, tal como aparece después de Pente­costés, no puede separarse de la acción pre-pascual de Jesús y de su intención manifiesta. Ni los hechos históricos de la vida de Jesús pueden comprenderse en su profundidad, sin iluminarlos con los sucesos ­de su muerte y resurrección. Por eso, la Iglesia Católica, confiesa que la Iglesia fue fundada por Cristo. Esta verdad es de contenido, tanto en el magisterio ordinario, como en una serie de definiciones del Magisterio extraordinario.


4.5. El "Misterio de Cristo" en cuanto fundamento ontológico, histórico y salvífico del "Misterio de la Iglesia"

El Concilio Vaticano II, fiel a la dinámica de la "revelación" en la Historia de la Salvación, ha propuesto como centro de la reflexión teológica el "Misterio de Cristo". El primer círculo concéntrico y punto de convergencia de la temática teológica en esta lí­nea histórico - salvífica, es el misterio de Cristo Revelador a la humanidad. La entrada de Cristo en la historia (misterio de la Encarnación) y su venida al mundo señala el fin de la revelación de las promesas del A.T. y el inicio de la fase nueva de plenitud y cumplimiento de dichas promesas en la Palabra de Dios hecha carne. El magisterio de la Persona y mensaje de Cristo es el evento cumbre de la Historia de la Salvación hacia el cual toda la vieja economía salvífica del AT. estaba proyectada y del cual parte su continuidad en el tiempo de la Iglesia hasta la consumación escatológica al final de los tiempos, (el pleroma paulino) . Col  2, 9-10 ; 1 Cor 15, 28..

El curso histórico de la revelación, y por lo tanto, de la salvación, pues la revelación sigue una línea salvífica paralela a la salvación, antes de Cristo fue "ascendente", hasta lograr su cumbre en el miste­rio de Cristo. El proceso histórico- salvífico después de Cristo es "descendente", pues recibe su contenido de la presencia de la obra de Cristo Revelador y Redentor, siempre presente e inagotable en la Iglesia.

El misterio del Verbo personal del Padre hecho carne es el evento central de la "Historia Salutis". El Padre ha "enviado" a su Hijo, la Palabra eterna, luz ya de los hombres en la misma creación, por el que existen todas las cosas, Jn 1, 3, "para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de  Dios". El Padre y el Hijo envían al Espíritu de verdad "que lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con el testimonio divino".

Este enfoque "económico" presenta la historia de la salvación como o­bra de toda la Trinidad, presentando al Verbo en la encarnación como realizando su misión de Mediador y Redentor. Cristo es el portador de esta revelación plena a los hombres y, a un mismo tiempo, objeto de esta misma revelación en su misma persona, en sus palabras y en sus obras. Cristo, ante todo, es el revelador del Padre. Es el Ver­bo consubstancial e imagen perfectísima del Padre. Es la "epifanía" del Padre entre los hombres. Quien ve a Jesucristo ve al Padre. La Palabra eterna y sustancial de Dios se ha hecho hombre, y este hombre es Dios. La "Palabra" del Verbo hecho carne son palabras de Dios en figura de hombre. Por sus palabras humanas habla la palabra de Dios y, por lo tanto, "habla palabras de Dios" Jn 3, 34.

El misterio del Verbo hecho carne ha incorporado al Hijo tan ínti­mamente a la humanidad, que no solamente habla palabras de Dios en palabras humanas, sino que sus acciones humanas realizan el plan ­revelador y salvífico del Padre. Con sus "palabras y obras", Cristo es, en su misma existencia humana, la "epifanía" del Padre.

El misterio del Verbo hecho carne implica la donación personal del Padre al hombre Jesús. Esta comunicación suprema de Dios es el fun­damento de toda donación de Dios al hombre, pues en la encarnación del Verbo se realiza la unión más perfecta posible de lo divino y lo humano: lo divino se manifiesta y actúa en lo humano, y lo huma­no se constituye en signo e instrumento de esta comunicación de ­Dios. Así pues, el Verbo hecho carne es realmente el centro de la historia de la salvación. En virtud de esta realidad ontológica, Cristo es el "sacramento fundamental o instrumento eficaz de la ­unión íntima del hombre con Dios y de la unidad de los hombres en el misterio de comunión de este Pueblo reunido por la unidad del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo".


4.6. La Encarnación en cuanto fundamento de la Iglesia. La Iglesia "constituida"

El misterio de la Encarnación, Jn l, l ss, es el comienzo del misterio de la Redención realizado por la Palabra hecha carne. El Conc. Vat. II quiso proponer una visión panorámica global de la conciencia de la Iglesia, fundada en la Palabra de Dios, y tenía que comenzar por exponer sus orígenes divinos en el ­misterio salvífico de Dios. Dijimos anteriormente, que la Iglesia no nace de abajo arriba: no nace de la libre voluntad de los hom­bres piadosos que se reúnen en una organización piadosa, sino que por el contrario, nace de un designio divino que tiene su lenta preparación y maduración en la historia y se cumple en la acción de ­Cristo, muerto y resucitado; Iglesia que la prepara en su vida te­rrestre y la completa después de su resurrección, con el envío del Espíritu Santo, que es el Espíritu del Hijo. Sólo así puede ser la Iglesia lo que es: el sacramento visible de salvación universal es­ el Cuerpo de Cristo, la edificación de Dios, el Templo de Dios, y el Pueblo escogido de Dios para continuar la obra redentora de Cristo, que es: la de anunciar y realizar en esta vida el Reino de Dios que se manifiesta en la acción y en la Persona de Jesús y se reali­zará plenamente cuando "Dios sea todo en todas las cosas", l Cor 15, 28.

Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección se convirtió en padre de una humanidad nueva, libre de la muerte y del pecado, de la influencia de Satán y de la ley. Cristo se hace patriarca de una nue­va humanidad. S. Pablo expresa este hecho diciendo que Cristo fue el segundo Adán. El primer Adán es padre de todo el género humano, incluso de Jesús, Lc 3, 38; S. Pablo llama a Adán el primer hombre y a Cristo el segundo Adán o último. l Cor 15, 22; 15, 45; Rom 5, 12-13. El primer Adán con su pecado se convirtió en padre de la humanidad caída en poder del pecado y de la muerte (pecado original); Jesucristo por su muerte y resurrección se convirtió en padre de una nueva humanidad y nos re­concilió con Dios Padre dándonos acceso a El, reconciliando a todo el género humano con Dios.


4.7. El Misterio Pascual de Cristo: Pasión, Muerte y Resurrección en cuanto fundamento de la Iglesia

Antes hemos descrito cómo la encarnación de la Palabra del Padre en seno de la santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo, fue fundada la nueva humanidad; pero el fundamento definitivo de su re­dención fue realizado sobre todo por lo que en el lenguaje cristia­no conocemos como, "Misterio Pascual", es decir aquellos acontecimien­tos salvíficos que se dieron en la pasión, muerte y resurrección, jun­to a la ascensión y el envío del Espíritu Santo en el día de Pente­costés. El Cristo resucitado posee por primera vez el modo de vida y forma de existencia en que se hace visible la figura exacta del hombre nuevo. Por tanto, la muerte y resurrección de Cristo, su estar sentado a la derecha del Padre y el envío del Espíritu Santo son presupues­tos innegables de la fundación y existencia de la Iglesia.

La sola teología de la Encarnación sería una escasa base para explicar el nacimiento y existencia de la Iglesia; debe de unirse a la teología de la Cruz (muerte) y Resurrección y al envío del Espíritu Santo, para poder hacer comprensible el nacimiento de la Iglesia. La Navidad, Viernes Santo, Pascua de Resurrección y Pentecostés, son en conjunto, el fundamento de la Iglesia.


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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.

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