SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA
18. Descripción Teológica y estructura de la Iglesia
Mucho se ha
escrito sobre la relación que existe entre la Iglesia y el Israel histórico.
Puede decirse que es una constante en la Tradición de la Iglesia la de ser ella
el término de unos planes que fueron delineados en la historia de Israel, cuya
misión, como pueblo, fue la de preparar la venida del Salvador y de la
Iglesia. La constitución Lumen Gentium, Cptlo 1º, nº 9 dice: "Eligió como
pueblo suyo al pueblo de Israel, con quien estableció un pacto y a quien instruyó
gradualmente; manifestándosele a sí mismo y sus divinos designios a través de
la historia, y santificándolo para sí. Pero todo esto lo realizó como
preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuarse en
Cristo..., convocando un pueblo de entre judíos y gentiles, que se condensara
en unidad, no según la carne, sino según el Espíritu Santo, y constituyera un
nuevo pueblo de Dios...".
18.1. Carácter divino - humano de la Iglesia
El origen de la Iglesia es de carácter teológico, y a su vez cristológico
y pneumatológico. Podemos decir a la luz de la revelación, que Dios creó la
Iglesia por Cristo en el Espíritu Santo para la salvación de todos los hombres
del género humano. Por eso la autocomprensión de la Iglesia pasa necesariamente
por el Misterio de la Encarnación del Verbo divino. En efecto, el Verbo de Dios
se hizo hombre en el seno de la Virgen María, en virtud de un designio
salvífico del Padre, que quiso introducir a la humanidad en la propia familia
divina, es decir, en el seno de la humanidad. Ahora bien, al tomar una
humanidad individual, el Verbo-Hombre, representa al mismo tiempo el abrazo de
Dios a todo el género humano, y en Cristo se da la respuesta del hombre a Dios;
Cristo es el camino de Dios para bajar al hombre, y a la vez Cristo es el
camino del hombre para subir a Dios.
De este modo, en la medida en que el hombre se identifique con Cristo
quedará convertido en hijo adoptivo de Dios, y se irá formando en el seno de la
humanidad la gran familia de hermanos en Cristo e hijos de Dios. Esto quiere
decir que la humanidad de Cristo es el instrumento eficaz del Verbo Divino para
realizar los planes salvíficos del Padre: convertir la humanidad dispersa por
el pecado en la gran familia de los hijos de Dios, unidos real y vitalmente con
su Hijo Unico. Y aquí se inserta la Iglesia en cuanto "continuadora"
en el tiempo y el espacio de la obra comenzada en la Encarnación. Como la
humanidad unida a la persona del Verbo (unión hipostática) sirvió para realizar
la redención de los hombres, la comunidad visible que es la Iglesia, sirve
para aplicar a cada uno de ellos los frutos de la redención. Y esto no lo hace,
no lo puede hacer por sí misma, sino en virtud de la presencia de Cristo que
continúa viviendo y operando en ella. "Yo
estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos", Mt 28, 20.
Cristo es el que da a la Iglesia su ser, y su eficacia. Primero, mediante
la palabra revelada, que es comunicación de sí mismo cuando esta palabra se
acepta por la fe, segundo, por la acción sacramental, en la cual El mismo
comunica la gracia que el sacramento significa. Como el Verbo tomó la frágil
carne de nuestra mortalidad por obra del Espíritu Santo, la Iglesia nació de
Pentecostés, vivificada por el mismo Espíritu, y quedó por ello convertida en
sacramento visible de salvación universal.
18.2. La Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios
Antes de hablar de la Iglesia como "nuevo pueblo de
Dios" debemos tratar de recordar y completar los que dijimos de Israel como
"pueblo de Dios".
a. El origen del pueblo de Israel
Israel es un pueblo
histórico, exactamente como los otros pueblos; pero su nacimiento desborda los
cauces de la historia, porque es el resultado de una elección, una vocación,
que se inscribe en el campo de lo sobrenatural, Deut 7, 7-8: "No por ser más numerosos que los
demás pueblos se aficionó Dios a vosotros y os eligió, puesto que sois el más
pequeño entre todos los pueblos de la tierra, sino por amaros el Señor y
guardar el juramento que El, el
juramento que juró a vuestros padres". Por eso el pueblo de Israel se
designa con su nombre propio, como el de los elegidos. Is 65, 9. "Sacaré de Jacob una progenie y de
Judá un heredero de mis montes, y los habitarán mis elegidos". O con
otros nombres que denotan un amor del todo especial de Dios, Os 2, 4: "Esposa". Ex 4, 22 : "Hijo. Is 5, l, : "Viña mimada".
b. La pertenencia a dicho pueblo
Si la existencia de Israel
se debe a una acción divina comparable a la creación, ello entrañaba de parte
del pueblo una dependencia de Dios del todo especial. Israel es el pueblo de
Dios porque nace de Dios y pertenece a Dios, es su "viña" y su "heredad",
Deut 9, 26. Su "rebaño",
Salm 80, 2. Su "propiedad".
La Alianza es el refrendo de esa pertenencia con las obligaciones mutuas
que de ella se derivan, como es la de aceptar la Ley de Dios. Ex 19, 5: "Si escucháis mi voz y guardáis mis
mandamientos, seréis mi propiedad personal". Y en Jer 7, 23. "Vosotros seréis mi pueblo y seguiréis
todo camino que yo os mandaré, para que os vaya bien". Por su parte
Dios también queda ligado a su pueblo por razón de este vínculo especial de
pertenencia. En Os 2, 24: "Yo diré a
"No-mi pueblo", "Tú-mi pueblo", y El dirá Tú-mi Dios".
Y en Lev 26, 11-12 : "Dios
establecerá su morada en medio de vosotros; me pasearé en medio de vosotros y
seré para vosotros Dios, y vosotros seréis mi pueblo". De aquí se
sigue que todo el pueblo es consagrado a Yahvé. En Deut 14, 2: "Porque eres un pueblo consagrado a
Dios". Es un pueblo sacerdotal y santo, Ex 19, 6, con una santidad
"óntica" por razón de esta consagración en la cual radica también la
exigencia de toda suerte de santidad moral. Lev 11, 44-45.
c. El dinamismo del pueblo
Si Israel es un pueblo aparte, la Alianza
pone de manifiesto que el mero automatismo biológico no basta pata constituir
el Pueblo de Dios. Por el contrario, el extranjero puede formar parte de este
pueblo, y el israelita puede ser expulsado de él si no observa las condiciones
de la Alianza. Cualquier orgullo de raza o cualquier automatismo salvífico no
tiene consistencia en la Biblia. Si Israel es un verdadero elegido de Dios
debe ser testigo para los demás pueblos. Is 2, 2-3: "Confluirán a El todas las naciones y acudirán pueblos numerosos.
Dirán, subamos al monte de Yahvé, a la casa de Jacob, para que nos enseñe sus
caminos".
En conclusión, podemos decir que: la Iglesia, nace de un designio
salvífico de Dios como un pueblo elegido, no es un conjunto de individuos aislados
unos de otros sino: "que fue
voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres.... constituyendo un
pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente". Lumen Gentium, N°9. Al destacar la Iglesia como pueblo de Dios estamos indicando:
- Que es Dios quien los "elige y los forma". El "origen" de este Pueblo no hay que buscarlo en la libre voluntad de las personas humanas, sino en la voluntad soberana a infinitamente misericordiosa de Dios que lo llama a la existencia : "No por ser más numerosos que los demás pueblos...", Deut 7, 7-8. Se le llama también: "predilecto", Ex 4, 22. Y "primogénito".
- Pueblo de Dios significa: que es "propiedad" de Dios. Propiedad con pertenencia libremente aceptada, filial, y en todo conforme con la voluntad de Dios: "Si escucháis mi voz y guardáis mis mandamientos... seréis mi propiedad personal", Ex 19. 5. "Vosotros seréis mi pueblo..." Jer 7, 23. Este es el sentido de la Alianza en el Sinaí y supone que este pueblo es un pueblo consagrado a Yahvé. Deut 14, 2, con una radical exigencia de santidad. Lev 11, 44-45
- Pero, si Dios elige un pueblo, es para tomarlo por "testigo de las naciones", Is 55, 3-5 y hacer de toda la humanidad un solo pueblo. Is 2, 2-3. con un nuevo pacto y una nueva alianza, Jer 31, 31-34. Alianza que se realizará en la Sangre de Cristo, 1 Cor 11, 25. Este nuevo Pueblo de Dios único y universal, preparado y formado en el Antiguo Testamento, es la Iglesia. Hech 15, 13-14; Tit 2, 11-14; 1 Petr 2, 9-10.
En los escritos de S Pablo las fórmulas en las que aparece implícitamente
la conciencia que tenía la primitiva Iglesia de ser ella el Pueblo de Dios son
numerosas. Así cuando S. Pablo pide que la paz y misericordia divinas
desciendan sobre "todos los que
siguen esta norma, así como sobre el Israel de Dios", Gal 6, 16, sabe
que los cristianos gálatas entienden perfectamente sus palabras y que el "Israel de Dios" es el nuevo
pueblo cristiano Gal 3, 9. El pueblo judío es el "Israel según la carne", l Cor 10, 18. Pero la Iglesia
es simplemente el, "Israel de
Dios", porque se entronca, mediante la fe en Cristo, con las promesas
hechas a Abraham. Rom 4, 21-17; 9, 6-8.
De igual modo, cuando Pablo llama a la Iglesia Universal la "Iglesia de Dios", o a las
iglesias particulares "Iglesias de
Dios", 1 Cor 1, 2a; 11, 22; Gal 1,13; l Tes 2. 14; traduce con ello la
expresión "qahal Yahvé" dando además el matiz esencial que constituye
la nueva comunidad de Dios, a saber, la inserción en Cristo: "imitadores de las Iglesias de Dios
que hay en Judea, en Cristo Jesús", 1 Tes 2, 14. La novedad de la
Iglesia como Pueblo de Dios y la razón de continuidad con el pueblo antiguo de
Israel: el ser un pueblo que se edifica alrededor de Cristo Jesús. Porque "las
promesas se hicieron a Abraham y también a su descendencia, no dice a las
descendencias, como a muchos, sino como a una sola: y a tu descendencia que es
Cristo", Gal 3, 16. Por consiguiente, todos aquellos que se revisten
de Cristo son los verdaderos herederos de las promesas hechas a Abrahán. La
Iglesia se entronca así con el Israel histórico, pero al mismo tiempo lo rebasa
y supera. El verdadero Israel es el que se entronca en Abraham por medio de la
fe en Cristo Jesús. La realidad salvadora no es la unión físico-biológica con
la estirpe judía sino la vital inserción en Cristo, nacido de Abraham. Así se
manifiesta la fidelidad de Dios a sus promesas, Rom 9, 1-33. La Iglesia no sólo
es la heredera del antiguo Pueblo de Dios, en un sentido cronológico, sino en
el de una verdadera superación realizada en Cristo Jesús.
El Concilio Vaticano II. en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia
"Lumen Gentium", en el Cap. 2º n° 9 , dice: "En todo tiempo y en todo pueblo es
acepto a Dios el que le teme y practica la justicia", Hech 10, 35.
Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmente
y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y
le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Israel, con quien
estableció un pacto, y a quien instruyó gradualmente manifestándole a sí mismo
y sus divinos designios a través de su historia, y consagrándolo para Sí. Pero
todo esto lo realizó como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que
había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por
el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He
aquí que llega el tiempo dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de
Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en
sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo... Todos, desde
el pequeño al más grande, me conocerán, dice el Señor", Jer 31,
31-34.
Pacto nuevo que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su
Sangre, l Cor 11, 25, convocando un pueblo de entre los judíos y los gentiles
que se condensara en unidad, no según la carne, sino en el Espíritu, y
constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues, los que creen en Cristo, renacidos
de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, l
Petr 1, 23, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo. Jn 3, 5-6, son hechos por fin, linaje escogido,
sacerdocio real, nación santa, pueblo rescatado... que en un tiempo no era
pueblo, y ahora es pueblo de Dios, 1 Petr 2, 9-10.".
Podemos apreciar que la categoría teológica de
"Pueblo de Dios", además de ser bíblica es muy querida por la Iglesia
primitiva, pues, tiene la ventaja de marcar su carácter sobrenatural (tiene su
origen en Dios y es propiedad de Dios); su inserción entre los demás pueblos
de la tierra; su carácter peregrinante en continuo progreso hacia la plena y
perfecta realización, conforme a los designios de Dios; la fundamental
igualdad de todos sus miembros en su ser radical (el bautismo). Sólo queda una
última observación que no se confunda nunca el Pueblo con el laicado, ya que tanto
los laicos como la jerarquía, son miembros del mismo Pueblo de Dios cada uno
según la gracia que le ha sido concedida y con su función determinada. Esta
función se explicará en las siguientes entregas.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.
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