La Iglesia - 14º Parte: La naturaleza de la Iglesia - Descripción teológica y estructura de la Iglesia

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


18. Descripción Teológica y estructura de la Iglesia


Mucho se ha escrito sobre la relación que existe entre la Iglesia y el Israel histórico. Puede decirse que es una constante en la Tradición de la Iglesia la de ser ella el término de unos planes que fueron delineados en la historia de Israel, cuya misión, como pueblo, fue la de pre­parar la venida del Salvador y de la Iglesia. La constitución Lumen Gen­tium, Cptlo 1º, nº 9 dice: "Eligió como pueblo suyo al pueblo de Israel, con quien estableció un pacto y a quien instruyó gradualmente; manifestándo­sele a sí mismo y sus divinos designios a través de la historia, y santificándolo para sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuarse en Cristo..., convocan­do un pueblo de entre judíos y gentiles, que se condensara en unidad, no según la carne, sino según el Espíritu Santo, y constituyera un nuevo pueblo de Dios...".

18.1. Carácter divino - humano de la Iglesia

El origen de la Iglesia es de carácter teológico, y a su vez cristológico y pneumatológico. Podemos decir a la luz de la revelación, que Dios creó la Iglesia por Cristo en el Espíritu Santo para la salvación de to­dos los hombres del género humano. Por eso la autocomprensión de la Iglesia pasa necesariamente por el Misterio de la Encarnación del Verbo divino. En efecto, el Verbo de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen María, en virtud de un de­signio salvífico del Padre, que quiso introducir a la humanidad en la propia familia divina, es decir, en el seno de la humanidad. Ahora bien, al tomar una humanidad individual, el Verbo-Hombre, representa al mismo tiempo el abrazo de Dios a todo el género humano, y en Cristo se da la respuesta del hombre a Dios; Cristo es el camino de Dios para bajar al hombre, y a la vez Cristo es el camino del hombre para subir a Dios.    
       
De este modo, en la medida en que el hombre se identifique con Cristo quedará convertido en hijo adoptivo de Dios, y se irá formando en el seno de la humanidad la gran familia de hermanos en Cristo e hijos de Dios. Esto quiere decir que la humanidad de Cristo es el instrumento eficaz del Verbo Divino para realizar los planes salvíficos del Padre: con­vertir la humanidad dispersa por el pecado en la gran familia de los hijos de Dios, unidos real y vitalmente con su Hijo Unico. Y aquí se inserta la Iglesia en cuanto "continuadora" en el tiempo y el espacio de la obra comenzada en la Encarnación. Como la humanidad unida a la persona del Verbo (unión hipostática) sirvió para realizar ­la redención de los hombres, la comunidad visible que es la Iglesia, sirve para aplicar a cada uno de ellos los frutos de la redención. Y esto no lo hace, no lo puede hacer por sí misma, sino en virtud de la pre­sencia de Cristo que continúa viviendo y operando en ella. "Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos", Mt 28, 20.

Cristo es el que da a la Iglesia su ser, y su eficacia. Primero, mediante la palabra revelada, que es comunicación de sí mismo cuando esta pa­labra se acepta por la fe, segundo, por la acción sacramental, en la cual El mismo comunica la gracia que el sacramento significa. Como el Verbo tomó la frágil carne de nuestra mortalidad por obra del Espíritu Santo, la Iglesia nació de Pentecostés, vivificada por el mismo Espí­ritu, y quedó por ello convertida en sacramento visible de salvación universal.


18.2. La Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios

­Antes de hablar de la Iglesia como "nuevo pueblo de Dios" debemos tratar de recordar y completar los que dijimos de Israel como "pueblo de Dios".

a. El origen del pueblo de Israel 
Israel es un pueblo histórico, exactamente como los otros pueblos; pero su nacimiento desborda los cauces de la historia, porque es el resultado de una elección, una vocación, que se inscribe en el campo de lo sobrenatural, Deut 7, 7-8: "No por ser más numerosos que los demás pueblos se aficionó Dios a vosotros y os eligió, puesto que sois el más pequeño entre todos los pueblos de la tierra, sino por amaros el Señor y guardar el juramento que El,  el juramento que juró a vuestros padres". Por eso el pueblo de Israel se designa con su nombre propio, como el de los elegidos. Is 65, 9. "Sacaré de Jacob una progenie y de Judá un heredero de mis montes, y los habitarán mis elegidos". O con otros nombres que denotan un amor del todo especial de Dios, Os 2, 4: "Esposa". Ex 4, 22 : "Hijo. Is 5, l, : "Viña mimada".

b. La pertenencia a dicho pueblo
Si la existencia de Israel se debe a una acción divina comparable a la creación, ello entrañaba de parte del pueblo una dependencia de Dios del todo especial. Israel es el pueblo de Dios porque nace de Dios y pertenece a Dios, es su "viña" y su "heredad", Deut 9, 26. Su "rebaño", Salm 80, 2. Su "propiedad".
La Alianza es el refrendo de esa pertenencia con las obligaciones mu­tuas que de ella se derivan, como es la de aceptar la Ley de Dios. Ex 19, 5: "Si escucháis mi voz y guardáis mis mandamientos, seréis mi propiedad personal". Y en Jer 7, 23. "Vosotros seréis mi pueblo y segui­réis todo camino que yo os mandaré, para que os vaya bien". Por su par­te Dios también queda ligado a su pueblo por razón de este vínculo es­pecial de pertenencia. En Os 2, 24: "Yo diré a "No-mi pueblo", "Tú-mi pueblo", y El dirá Tú-mi Dios". Y en Lev 26, 11-12 : "Dios establecerá su morada en medio de vosotros; me pasearé en medio de vosotros y se­ré para vosotros Dios, y vosotros seréis mi pueblo". De aquí se sigue que todo el pueblo es consagrado a Yahvé. En Deut 14, 2: "Porque eres un pueblo consagrado a Dios". Es un pueblo sacerdotal y santo, Ex 19, 6, con una santidad "óntica" por razón de esta consagración en la cual radica también la exigencia de toda suerte de santidad mo­ral. Lev 11, 44-45.

c. El dinamismo del pueblo
Si Israel es un pueblo aparte, la Alianza pone de manifiesto que el mero automatismo biológico no basta pata cons­tituir el Pueblo de Dios. Por el contrario, el extranjero puede formar parte de este pueblo, y el israelita puede ser expulsado de él si no ob­serva las condiciones de la Alianza. Cualquier orgullo de raza o cual­quier automatismo salvífico no tiene consistencia en la Biblia. Si Is­rael es un verdadero elegido de Dios debe ser testigo para los demás pueblos. Is 2, 2-3: "Confluirán a El todas las naciones y acudirán pueblos numerosos. Dirán, subamos al monte de Yahvé, a la casa de Jacob, para que nos enseñe sus caminos".
En conclusión, podemos decir que: la Iglesia, nace de un designio salvífico de Dios como un pueblo elegido, no es un conjunto de individuos ­aislados unos de otros sino: "que fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres.... constituyendo un pueblo que le confesara en ­verdad y le sirviera santamente". Lumen Gentium, N°9. Al destacar la Iglesia como pueblo de Dios estamos indicando:
  1. Que es Dios quien los "elige y los forma". El "origen" de este Pueblo no hay que buscarlo en la libre voluntad de las personas humanas, sino en la voluntad soberana a infinitamente misericordiosa de Dios que lo llama a la existencia : "No por ser más numerosos que los demás pueblos...", Deut 7, 7-8. Se le llama también: "predilecto", Ex 4, 22. Y "primogénito".
  2. Pueblo de Dios significa: que es "propiedad" de Dios. Propiedad con pertenencia libremente aceptada, filial, y en todo conforme con la voluntad de Dios: "Si escucháis mi voz y guardáis mis mandamientos... seréis mi propiedad personal", Ex 19. 5. "Vosotros seréis mi pueblo..." Jer 7, 23. Este es el sentido de la Alianza en el Sinaí y supone que es­te pueblo es un pueblo consagrado a Yahvé. Deut 14, 2, con una radical exigencia de santidad. Lev 11, 44-45
  3. Pero, si Dios elige un pueblo, es para tomarlo por "testigo de las naciones", Is 55, 3-5 y hacer de toda la humanidad un solo pueblo. Is 2, 2-3. con un nuevo pacto y una nueva alianza, Jer 31, 31-34. Alianza que se realizará en la Sangre de Cristo, 1 Cor 11, 25. Este nuevo Pueblo de Dios único y universal, preparado y formado en el Antiguo Testamento, es la Iglesia. Hech 15, 13-14; Tit 2, 11-14; 1 Petr 2, 9-10.

En los escritos de S Pablo las fórmulas en las que aparece implícita­mente la conciencia que tenía la primitiva Iglesia de ser ella el Pueblo de Dios son numerosas. Así cuando S. Pablo pide que la paz y misericordia divinas desciendan sobre "todos los que siguen esta norma, así como sobre el Israel de Dios", Gal 6, 16, sabe que los cristianos gálatas entienden perfectamen­te sus palabras y que el "Israel de Dios" es el nuevo pueblo cristiano Gal 3, 9. El pueblo judío es el "Israel según la carne", l Cor 10, 18. Pero la Iglesia es simplemente el, "Israel de Dios", porque se entronca, median­te la fe en Cristo, con las promesas hechas a Abraham. Rom 4, 21-17; 9, 6-8.

De igual modo, cuando Pablo llama a la Iglesia Universal la "Iglesia de Dios", o a las iglesias particulares "Iglesias de Dios", 1 Cor 1, 2a; 11, 22; Gal 1,13; l Tes 2. 14; traduce con ello la expresión "qahal Yahvé" dando además el matiz esencial que constituye la nueva comunidad de Dios, a saber, la inserción en Cristo: "imitadores de las Iglesias de Dios que hay en Judea, en Cristo Jesús", 1 Tes 2, 14. La novedad de la Iglesia como Pueblo de Dios y la razón de continuidad con el pueblo antiguo de Israel: el ser un pueblo que se edifica alrededor de Cristo Jesús.  Porque "las promesas se hicieron a Abraham y también a su descendencia, no dice a las descendencias, como a muchos, sino como a una sola: y a tu descendencia que es Cristo", Gal 3, 16. Por consiguiente, todos aquellos que se revisten de Cristo son los verdaderos herederos de las promesas hechas a Abrahán. La Iglesia se entronca así con el Israel histórico, pero al mismo tiempo lo rebasa y supera. El verdadero Israel es el que se entronca en Abraham por medio de la fe en Cristo Jesús. La realidad salvadora no es la unión físico-biológica con la estirpe judía sino la vital inserción en Cristo, nacido de Abraham. Así se manifiesta la fidelidad de Dios a sus promesas, Rom 9, 1-33. La Iglesia no sólo es la heredera del antiguo Pueblo de Dios, en un sen­tido cronológico, sino en el de una verdadera superación realizada en Cristo Jesús.

El Concilio Vaticano II. en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium", en el Cap. 2º n° 9 , dice: "En todo tiempo y en todo pueblo es acepto a Dios el que le teme y practica la justicia", Hech 10, 35. Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres no individualmen­te y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo el pueblo de Is­rael, con quien estableció un pacto, y a quien instruyó gradualmente mani­festándole a sí mismo y sus divinos designios a través de su historia, y consagrándolo para Sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. "He aquí que llega el tiempo dice el Señor, y haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré Dios para ellos, y ellos serán mi pue­blo... Todos, desde el pequeño al más grande, me conocerán, dice el Se­ñor", Jer 31, 31-34.

Pacto nuevo que estableció Cristo, es decir, el Nuevo Testamento en su Sangre, l Cor 11, 25, convocando un pueblo de entre los judíos y los genti­les que se condensara en unidad, no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera un nuevo Pueblo de Dios. Pues, los que creen en Cristo, renacidos de germen no corruptible, sino incorruptible, por la palabra de Dios vivo, l Petr 1, 23, no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo. Jn 3, 5-6, son hechos por fin, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo rescatado... que en un tiempo no era pueblo, y ahora es pueblo de Dios, 1 Petr 2, 9-10.".

Podemos apreciar que la categoría teológica de "Pueblo de Dios", además de ser bíblica es muy querida por la Iglesia primitiva, pues, tiene la ventaja de marcar su carácter sobrenatural (tiene su origen en Dios y es ­propiedad de Dios); su inserción entre los demás pueblos de la tierra; su carácter peregrinante en continuo progreso hacia la plena y perfecta realización, conforme a los designios de Dios; la fundamental igualdad de todos sus miembros en su ser radical (el bautismo). Sólo queda una última observación que no se confunda nunca el Pueblo con el laicado, ya que ­tanto los laicos como la jerarquía, son miembros del mismo Pueblo de Dios cada uno según la gracia que le ha sido concedida y con su función determinada. Esta función se explicará en las siguientes entregas.

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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.




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