Carta de las hermanas trapenses de Azeir, Siria

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte esta carta que ha recibido de unas monjas trapenses de Siria, que obedece a la actual situación de amenaza de guerra que vive esa país,  a continuación transcribimos su contenido.


En Marzo de 2005 un pequeño grupo de monjas del Monasterio Cisterciense de Valserena en la Toscana se trasladaron a Aleppo, Siria, para fundar allí una nueva comunidad monástica. Las monjas se inspiraron para asumir el legado de siete monjes que fueron martirizados en 1997 en Tibhirine, Algeria. Las hermanas querían seguir el ejemplo de estos hombres, que habían dedicado su vida totalmente a Dios y a sus queridos vecinos argelinos, tanto cristianos  como musulmanes.

La cita de la Escritura que guió a las hermanas es Juan 10, 16: “Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas tengo que conducir. Y escucharán mi voz”.

Una vez que se establecieron en Aleppo,  con la bendición tanto del Vicario apostólico Latino como el Obispo Maronita de Tartous, las hermanas adquirieron una nueva conciencia de la importancia de ayudar a los cristianos árabes que permanecían en el Medio Oriente, así  como el respeto por la diversidad de sus tradiciones. Su proyecto era, y continúa siendo, establecer un monasterio permanente en el terreno que compraron cerca de la frontera de Siria con el Líbano, en una villa maronita llamada Azeir, sobre una colina, lejos de las grandes ciudades. El monasterio está al servicio de las comunidades cristianas aisladas, en una tierra que es predominantemente musulmana, pero que es el hogar de las más antiguas tradiciones cristiana…

Para las hermanas, Siria representa el lugar de encuentro del Este y del Oeste, el lugar donde comienza el cristianismo y se expande hacia Asia Menor, Grecia, Roma y después Armenia e India –todo el camino a China, con santos tales como Afraates, Efraím, Ciro, Simeón Protostilita, Marón, Isaac de Nínive, y otros que siguieron sus huellas, como Juan Crisóstomo y Juan Damasceno.

Es esta la tradición que las hermanas quieren rendir honor y perpetuar, perseverando en su misión a pesar del miedo y de las privaciones:  mantener vivo el monasterio y proporcionar la oportunidad a quien lo desee de pasar unos días allí, con una iglesia donde ir.

Estas monjas han estado proporcionando una perspectiva independiente, muy necesaria, de los tumultuosos acontecimientos que están ocurriendo en Siria, en los informes de testigos publicados en su página web y en el diario de los obispos italianos, Avvenire.

Esta es la traducción de una carta escrita el 29 de Agosto, en la que las hermanas parecen estar conteniendo la respiración mientras el Presidente Obama delibera sobre qué acción tomará Estados Unidos sobre Siria, si es que toma alguna.


Hoy no tenemos palabras, si no las de los salmos que la oración litúrgica pone en nuestros labios en estos días:

«Reprime a la Fiera del Cañaveral, a la banda de los Toros, a los Novillos de los pueblos… oh Dios desbarata a los pueblos belicosos…». «Que el Señor se ha asomado desde su excelso santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los lamentos de los cautivos y librar a los condenados a muerte»… «Escucha, Dios, mi voz que se queja, protege mi vida del terrible enemigo; escóndeme de la conjura de los perversos, del tumulto de los malhechores, que afilan la lengua como un puñal y asestan las flechas, palabras hirientes… Aseguran el delito, proponen esconder trampas y dicen: “¿Quién lo verá? Traman crímenes, ocultan la trama tramada. El los escruta, aquel que escruta lo íntimo del hombre, el corazón profundo”. Alabad a mi Dios con tamboriles, elevad cantos al Señor con címbalos, ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza, ensalzad e invocad su Nombre. PORQUE EL SEÑOR ES UN DIOS QUEBRANTADOR DE GUERRAS. “Tú eres grande, Señor, eres glorioso, admirable en poder e insuperable!».

Miramos a la gente de nuestro alrededor, a nuestros obreros que han venido a trabajar todos, inciertos, atónitos: «Han decidido atacarnos». Hoy hemos ido a Tartous… sentíamos la rabia, la impotencia, la incapacidad de darle un sentido a todo esto: la gente intenta trabajar, como puede, vivir normalmente. Se ve a los campesinos regar sus campos; a los padres comprar los cuadernos para las escuelas, que están a punto de empezar; a los niños pedir, ignorantes, un juguete o un helado… se ve a los pobres, tantos, que intentan conseguir alguna moneda, las calles llenas de refugiados “internos” de Siria, llegados desde todas partes a la única zona que aún queda relativamente habitable… miras la belleza de estas colinas, la sonrisa de la gente, la mirada buena de un muchacho que está a punto de alistarse, y nos regala dos o tres cacahuetes americanos que tiene en el bolsillo, sólo para “sentirse juntos”… Y piensas que mañana han decidido bombardearnos… Así. Porque “es hora de hacer algo”, así se lee en las declaraciones de los hombres importantes, que mañana beberán su te mirando en la televisión la eficacia de su intervención humanitaria… ¿Mañana nos harán respirar los gases tóxicos de los depósitos bombardeados, para castigarnos de los gases que ya hemos respirado?

La gente, aquí, delante de la televisión, con los ojos y los oídos atentos: ¡¡«Se espera una palabra de Obama»!! ¿Una palabra de Obama? El premio Nobel de la Paz, ¿hará caer sobre nosotros su sentencia de guerra? ¿Más allá de toda justicia, del sentido común, de toda misericordia, de toda humildad, de toda sabiduría?

Habla el Papa, hablan los Patriarcas y los obispos, hablan innumerables testigos, hablan analistas y personas de experiencia, hablan incluso los opositores al régimen… ¿Y todos nosotros estamos aquí, esperando una sola palabra del gran Obama? Y si no fuera él, sería otro, éste no es el problema. No se trata de él, no es él “el grande”, sino el Maligno que en estos tiempo está verdaderamente muy activo.

El problema es que se ha convertido en algo fácil contrabandear la mentira con la nobleza, los intereses más despiadados como una búsqueda de justicia, la necesidad de protagonismo y de poder como “la responsabilidad moral de no cerrar los ojos”… Y a pesar de todas nuestras globalizaciones y fuentes de información, parece que nada puede ser verificado, que no existe un mínimo de verdad objetiva… Es decir, no se quiere que ésta exista; porque en cambio, una verdad existe y los hombres honestos pueden encontrarla, buscándola verdaderamente juntos, si no se lo impidiesen los que tienen otros intereses.

Hay algo que no funciona y es algo grave… porque la consecuencia es la vida de un pueblo. Es la sangre que llena nuestras calles, nuestros ojos, nuestro corazón.

Pero ahora, ¿para qué sirven ya las palabras? Una nación destruida, generaciones de jóvenes exterminados, niños que crecen con las armas en la mano, mujeres que se han quedado solas, a menudo objeto de varios tipos de violencia… destruidas las familias, las tradiciones, los edificios religiosos, los monumentos que contaban y conservaban la historia y, por tanto, las raíces de un pueblo…

Mañana, por tanto, (¿o el domingo? qué amabilidad la suya…) más sangre.
Nosotros, como cristianos, podemos al menos ofrecerla a la misericordia de Dios, unirla a la sangre de Cristo que en todos aquellos que sufren lleva a cumplimiento la redención del mundo. Intentan asesinar la esperanza, pero nosotros debemos resistir a esto con todas nuestras fuerzas.

A quien sienta verdadero amor hacia Siria (hacia el hombre, hacia la verdad…) pedimos mucha oración… mucha, preocupada, valiente…

Las hermanas trapenses de Azeir, Siria




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