Lucas 14, 25-33
Jesús nos enseña que hay que hacer esfuerzo para construir nuestra salvación y para vencer esa batalla.
Jesucristo propone a un grupo de seguidores una meta
que suena a absurda: “Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su
madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia
vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí,
no puede ser discípulo mío”. Es necesario apuntar, para comprender mejor este
mensaje, que en la Biblia
de Jerusalén hay una nota oportuna que dice: “odiar” es un hebraísmo y quiere
decir en realidad “amar menos”; lo que Jesús pide es desprendimiento completo,
que no haya ningún amor por encima del amor a Jesús.
En el resto del párrafo que hoy se lee Jesús continúa el desafío
poniendo dos ejemplos: el del constructor que primero necesita calcular si
podrá costear la torre que va a empezar a construir, y el segundo, el que se
lanza a la guerra y debe medir la capacidad de sus fuerzas.
Ya la aclaración lingüística que nos hace la Biblia de Jerusalén nos
quita la imagen de que para seguir a Jesús hay que odiar a toda la familia;
explicación fundamental. Si no, tendríamos una propuesta absurda e impropia de
Dios: Dios no puede mandar odiar a nadie y menos a la familia. Lo que nos está
mandando es que hay que poner el amor a Dios (el seguimiento a Jesús es amor)
por encima de todas las cosas. Y el Señor quiere recalcar que esto no es tan
obvio, y no es tan sencillo. Que este amor a Jesucristo, muchas veces nos va a
poner en situaciones de conflicto, incluso conflicto familiar. Por eso habla
también de “cruz” y de renuncia.
¿Qué se plantea en todo esto? Que el seguimiento de Jesús es muy
exigente, y que a veces puede traer conflictos, incluso con el amor a la propia
familia, y por supuesto puede entrar en conflicto con otros intereses
personales. Por eso al final de esta lección se nos indica que hay que saber
renunciar a todo para poder seguir a Jesucristo.
Al proponerle esta meta en forma tan áspera, podría parecer que
Jesucristo mismo está disuadiendo a los que pretenden seguirle, diciéndoles que
lo piensen “dos veces”. También esta impresión que nos producen estas exigentes
frases, se origina por la forma “dramática” que utiliza San Lucas para
desarrollar el tema. Jesús quiere, por el contrario, que le sigamos, quiere atraernos
a todos hacia El; en otros momentos dice: “venid a mí todos”. Nuestra salvación
está en seguir a Jesús, y Dios quiere que todos se salven, por tanto es
voluntad de Dios que sigamos a Jesús. El amor a Jesús es una fuerza tan grande,
y llena tanto, que cuando se llega a tener (por la gracia de Dios), todo esto,
que ahora manda, resulta factible.
Pero debemos tener en cuenta que nuestra fidelidad a Dios, puede a
veces parecer que entra en conflicto con otras fidelidades. Y estas situaciones
se presentan de hecho. Tantos intereses menores, tantas cosas de este mundo se
convierten en ligaduras que nos cortan el movimiento; la misma familia en
algunos momentos podría convertirse en obstáculo para seguir a Jesús. Los
intereses materiales, las comodidades, el prestigio, la ambición. Tantas cosas
pueden ser asaltantes y bandidos en este camino del seguimiento de Jesús.
Pero estaremos defendidos de todos los peligros si cargamos con
nuestra cruz. Con la cruz quedan conjurados y neutralizados todos los enemigos.
Y la cruz que hay que cargar es la nuestra. Y la cruz que cargamos es nuestra
vida. Y aquí hay otra lección hermosa: la vida hay que cargarla, pero no como
quien carga una condena, sino como quien carga el propio instrumento de
salvación. La vida entendida como cruz, y no necesariamente como dolor y
tragedia, sino como puerta de salvación, si es que la cargamos siguiendo a
Jesús. Si intentamos hacer nuestra vida semejante a la de Jesús, entonces
nuestra vida será una cruz, semejante a la del Señor; y entonces la fuerza
salvadora de la Cruz
del Redentor vitalizará nuestra propia cruz, y la convertirá en una vida llena
de sentido: las dificultades y dolores se convertirán en escalones de
ascensión.
Claro que esto es difícil y por eso el Señor nos advierte que antes de
construir calculemos los costos, a ver si el dinero nos alcanza; y que antes de
entrar en esta batalla calculemos nuestras fuerzas, a ver si podemos lograr el
éxito.
Pero qué nos quieren decir estas advertencias ¿solamente que seamos
prudentes? ¿Quiere decirnos el Señor que no nos aventuremos? Más bien quiere
decirnos que no confiemos en nuestras fuerzas o en nuestro caudal. Con nuestras
solas fuerzas no podríamos vencer las dificultades de este camino; con nuestras
propias riquezas no podríamos terminar de construir nuestro edificio y no
podríamos ganar la batalla; pero El está dispuesto a apoyar nuestros esfuerzos
¿y si Dios está con nosotros, quién podrá vencernos en la batalla? Y si Dios
nos presta sus riquezas ¿qué nos faltará para construir?. Esa es la advertencia
que nos da el Señor: no quiere que nos paralicemos ante la dificultad, sino que
acudamos a El, para que nos sea posible seguirlo; y para que nos sea posible
tomar nuestra vida con alegría, porque la vida se convierte en una cruz salvadora.
Agradecemos al P. Adolfo por su colaboración.
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