P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Lecturas: Is 66,18-21; S 116; Hb 12,5-7.11-13; Lc 13,22-30
No queda ya
a Jesús tanto tiempo y, al compás del acercarse paulatino a Judea y Jerusalén,
va completando sus enseñanzas, insistiendo en los puntos que considera más
importantes. Y he aquí que un tipo le pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se
salven?”. Era “uno”. No un discípulo. Parece uno de esos tantos curiosos,
interesados en escuchar, en saber de todo, pero que no se deciden a convertirse
ni a comprometerse en serio con la verdad.
“¿Serán
pocos los que se salven?”. Parece curiosidad normal. Se discutía en las
escuelas rabínicas. Pero ¿no descubre falta de interés por lo que es fundamental,
el qué hay que hacer para salvarse? ¿No es la fe lo primero? El interlocutor no
se ha dejado agarrar por la seriedad dramática que supone el mensaje de Cristo.
De hecho Cristo no responde a la pregunta. Como tampoco respondió en otra
ocasión sobre el día y la hora del fin del mundo.
Cristo
plantea una decisión grave. Está en juego la vida eterna. Jesús insiste en que
se lo tomen muy en serio. De otro modo no entrarán en el Reino y Cristo les
dirá “No sé quiénes son ustedes”. No vale haberle escuchado, haber visto sus
milagros. Los echará violentamente de su presencia, hasta los llama “malvados”:
“Aléjense de mí, malvados”.
“Entonces
será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, Isaac y Jacob y
a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras ustedes habrán sido echados
fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente del Norte y del Sur y se sentaran a la
mesa en el Reino de Dios”. Esta idea, que aparece también en Mateo con motivo
del milagro de la curación del siervo del centurión romano, es muy de San
Pablo. No olvidemos que Lucas acompaña a Pablo en su ministerio. Pablo tiene
siempre muy presente que ha sido elegido por Dios “instrumento para llevar el
nombre de Jesús ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel” (Hch 9,15).
Los judíos
del tiempo de Jesús esperaban un mesías temporal y político para solo el pueblo
judío. Estaban cerrados para entender profecías como la de Isaías, hoy leída,
que prometen un mesías para todos los hombres y menos un mesías crucificado.
Pablo en cambio (y esto explica la intransigencia de Pablo en estos puntos) no
acepta ni la circuncisión, ni los sacrificios del templo. La salvación se
realiza por la conversión en la fe a Cristo crucificado por nuestros pecados y
quien por el bautismo nos otorga el perdón y la vida del Espíritu que nos hace
hijos de Dios.
A veces
se oye decir que en los sinópticos no se afirma la divinidad de Jesús. Aquí
tenemos un texto, entre otros, de suficiente claridad: Jesús, con el que ahora
comen y beben y escuchan en sus plazas y calles cuando enseña en sus plazas,
actúa en el banquete como “el amo de la casa”, el que dice quién entra y se
queda fuera, el que tiene el poder en el Reino, el Dios Señor del Reino.
Llaman
también la atención, tanto en esta perícopa como en su contexto, las muchas expresiones
de apremio, darse prisa, no demorarse más. Jesús llama a aquella gente
“hipócritas” porque no distinguen el momento histórico que viven (12,56),
exhorta a la penitencia ya (13,5), habla de la higuera estéril (13,6), del
grano de mostaza y de la levadura que obran sin ruido pero sin detenerse
(13,19.21), les amenaza con la exclusión del banquete definitivo (13,28) y la
sustitución por otros invitados (13,29s), terminará con aquella amonestación:
“¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que te son
enviados”(13,34).
Nosotros somos
los que hemos sustituido a aquellos contemporáneos de Jesús, que no le
creyeron. Y no queremos hacer lo que ellos hicieron. Por eso estamos aquí cada
domingo. Porque además nosotros tenemos muchos más y más claros signos de los
tiempos. Ahora nos resulta mucho más claro que el Reino de Dios ha llegado con
la Iglesia constituída, los sacramentos, la facilidad con que podemos acceder a
la verdad, la continua predicación de palabra y escrita, las comunidades
cristianas que están dispuestas a acoger y ayudar a cualquiera.
No dejemos
pasar el tiempo negligentemente. Este evangelio viene a coincidir en el fondo
con el del domingo pasado: “He venido a prender fuego sobre la tierra”. Cierto
que mantener este espíritu, mantener el fuego del amor a Dios y al prójimo
encendido de forma permanente es costoso. Por eso requiere el auxilio de Dios,
por eso la oración es tan necesaria. La Eucaristía del domingo nos anuncia el
banquete definitivo en el Reino. Esta semana conmemoramos a Santa Rosa de Lima:
Penitente, orante, caritativa en extremo. No nos faltan maestros ni maestras.
Aprendamos de ella. Estamos invitados al banquete. Entremos cada día con la
oración, el sacrificio, el ejercicio del amor a Dios y al prójimo.
“Miren: hay
últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. Palabra de Jesús
estimulante. No somos de los últimos. Hemos recibido ya grandes gracias de
perdón, de conocimiento cristiano del contenido de la fe, de ejemplos de
personas piadosas y aun santas, tenemos a nuestra disposición la Palabra de
Dios, los sacramentos, la eucaristía, la seguridad de la verdad en la Iglesia,
el estímulo constante a los actos de caridad por tantas necesidades, ¿cómo
podemos llevar una vida la que nos sintamos continuamente tironeados a
practicar la caridad con Dios y con el prójimo, a orar y dar gracias a Dios, a
esforzarnos contra nuestros pecados y defectos, a hacer de nosotros y de
nuestra Iglesia antorchas brillantes que lleguen hasta muy lejos?.
Que la
Virgen María, que Santa Rosa de Lima a la que recordaremos esta semana,
intercedan para que el Señor nos conceda estad gracias.
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