Homilía del Domingo 23º del T.O. (C), 8 de septiembre del 2013

Seguir a Cristo es cargar la cruz

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Sb. 9,13-18; S. 89; Flm 9-10.12; Lc 14,25-33


“Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, etc, no puede ser discípulo mío”. El original griego de Lucas dice al pie de la letra: “no odia”: “Si alguno viene a mí y no odia a su padre, etc, no puede ser discípulo mío”. El texto es un hebraísmo. El hebreo no tiene comparativos y. para decir que algo le gusta más o menos, lo expresa con los términos de gustar y disgustar. Igualmente, para decir que ama más o menos, dice amar y odiar. La traducción, pues, “no me ama más que” es más exacta en cuanto al significado de las palabras hebreas de Jesús, que Lucas traduce al griego. Pero Lucas, traduciendo al pie de la letra, dice “no odia”, aunque su significado –repito– es “no me ama más”. Pero ¿por qué Lucas ha traducido literalmente “no odia”?. En los evangelios, aun en el mismo Lucas, sólo esta vez aparece el término “odiar” usado para expresar la idea de “no amar más que”. Además Lucas suele evitar términos que al lector le pueden provocar rechazo por serle demasiado duros, mientras que aquí hace lo contrario. ¿Por qué lo hace? Creo que en esta ocasión la causa de traducir a la letra la sentencia es que proviene del mismo Jesús y que Lucas ha querido conservar las palabras mismas de Jesús con la mayor exactitud posible, para no perder su fuerza de expresión, pues la considera de especial importancia.
Los exegetas notan también en San Lucas un especial énfasis cuando habla del seguimiento de Cristo. Subraya entonces la exigencia de cargar con la cruz y de renunciar a todo, cuando fuere necesario. Lucas es amigo, discípulo y compañero de Pablo. La asunción de la cruz es relevante en los escritos y mentalidad de Pablo; por eso está también en el centro de las preocupaciones de Lucas. Pablo escribe a los Corintios que el centro de su obra es “predicar a Cristo crucificado” (1Cor 2,2) y que no se gloría “sino en la cruz de Cristo” (Ga 6,14). Es decir que no estima en su persona otro valor apreciable sino lo que ha sufrido por Cristo: “¡Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!” (Gal 6,14). “Muchos –se entiende cristianos– andan por ahí enemigos de la cruz de Cristo. Su fin es la muerte y su Dios el vientre” (Flp 3,18s). Ya ven que son expresiones durísimas.
 “Quien no lleve su cruz detrás de mí”. Ir con Cristo exige llevar como Él una cruz; cada uno tiene que llevar su propia cruz. Los exegetas anotan que Lucas emplea aquí la palabra griega que Juan aplica a Jesús camino del Calvario. Y también el subrayado “detrás de mí” lo vuelve a emplear (y es el único que lo hace) en la pasión. Lucas piensa en un seguimiento de Cristo muy cercano, no en una metáfora lejana. Cuando narra la primera vez que Jesús profetizó su muerte, Lucas escribe que Jesús “decía a todos: Si alguien quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo y agarre su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá y el que la pierda por mí la salvará (9,23-24).
La fórmula se repite otras muchas veces a la letra (Mt 10,38; Mc 8,34; 10,21; Lc 9,23) o con otras palabras. Es el grano de trigo que ha de morir (Jn 12,24), es la vida que hay que estar dispuesto a dar en el seguimiento de Cristo (Mt 16,25). Es un riesgo que hay que tomar en serio.
Y Jesús reafirma la seriedad de su exigencia con dos ejemplos: la construcción de una torre y el problema de una guerra. Si se carecen de los medios necesarios para concluir un edificio o triunfar en una guerra, más vale no empezar. Así el que quiera ser discípulo de Jesús que lo piense en serio, si será capaz de cargar la cruz por Cristo incluso hasta la muerte.
 “Esta señal de la cruz –escribe Tomás de Kempis– estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar (Mt 24,30). Mira que todo consiste en la cruz y todo está en morir en ella. Y no hay otra vía para la vida y la verdadera entrañable paz sino la vía de la santa cruz y continua mortificación. Ve donde quieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo alto, ni más seguro en lo bajo, sino la vía de la santa cruz» (La Imitación de Cristo 2,12). También el Catecismo lo recuerda: “El camino de la perfección –la santidad– pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual” (C.I.C. 2015). Y a Santa Rosa de Lima le dijo Jesús: “sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo”.
Empecemos por pedir la aceptación de este principio. Dios nos dará el Espíritu de Jesús si insistentemente lo pedimos (Lc 11,13). Amar el sufrimiento no es natural. Pero la gracia de Dios nos lo concederá. La Virgen María nos llevará al pie de la cruz como a Juan y María Magdalena. Luego pidamos aceptar las cruces que nos vienen: Enfermedades, molestias, limitaciones económicas, malos tratos, fracasos personales, consecuencias de pecados y defectos... No nos quejemos nunca. Mucho ayuda la devoción a Cristo crucificado. Recordemos el valor de la cruz como imitación de Cristo, como aporte y complemento de los sufrimientos de Cristo para la salvación del mundo. Haciendo esto, haremos nuestras cruces mucho más soportables y hasta sufriremos menos.
Afrontemos con valor los sufrimientos necesarios para el buen cumplimiento de nuestras obligaciones en la familia, en el colegio, universidad o trabajo. La vida normal será así un gran medio para la virtud y la propia santificación, y adquirirá sentido.

Padres, educadores, catequistas, una buena educación cristiana incluye todas estas cosas. Los valores que el mundo y el ambiente de hoy inoculan, no llevan a ninguna parte. Aprendamos y enseñemos a vivir deportivamente, a estar en lucha y a vencer en ella con la ayuda del Señor.


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