Homilía del Domingo 25 TO (C), 22 de septiembre del 2013

Dios o el dinero:
Hay que elegir

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Am 8, 4-7; S 112; 1 Ti 2,1-8; Lc 16, 1-13



Hoy y el domingo próximo el evangelio se focaliza sobre el tema y se insiste en advertirnos acerca del uso de las riquezas y del deber de la limosna. Son puntos de gran importancia para la vida cristiana.
Literariamente la parábola está construida con mucho realismo. Los documentos del tiempo indican que en tiempos de Jesús eran frecuentes cosas así. El rico de la parábola era propietario legítimo de su fortuna. Se ve que era muy grande. Representa a Dios, supremo Señor de todos los bienes creados. Su administrador es cualquier hombre, cualquiera de ustedes, que posee algunos bienes con los que vive él y su familia.
Admitida la existencia de Dios y la continua acción de su providencia sobre el mundo, hemos de creer que nuestros bienes materiales proceden de la acción creadora de Dios y de las leyes que Dios les ha dado y sirven a su conservación y multiplicación. Todo ello y los intrincados vericuetos, por los que han llegado a nuestras manos, los ha querido y dirigido Dios para que, usándolos según su voluntad, cada uno realicemos su plan sobre nosotros. De su empleo, como la parábola de los talentos nos recuerda a todos (Mt 25). nos va pedir cuentas a la hora de la muerte. Todos los talentos de que disponemos, uno, tres o cinco, son de Dios y nosotros tenemos la obligación de que den fruto, de que con su uso nos acerquemos a Dios, hagamos su voluntad y ayudemos a los más necesitados que nosotros.
La parábola toma pie de un hecho no infrecuente en la sociedad de entonces. No aprueba la conducta moral del administrador. Al contrario califica de “injusto” lo que hizo; pero al menos fue astuto y de esa manera logró poder seguir viviendo con holgura. Fue inteligente para lo suyo. Esto es lo que Jesús ve de bueno en él. Nos lo pone como ejemplo de talento práctico, aunque empleado para el mal, a fin de que nos estimule a ser inteligentes para el bien.
“Y es que los hijos de este mundo –los que no tienen fe ni esperan otro– son más astutos  con su gente que los hijos de la luz. Por eso les digo: Gánense amigos con el dinero injusto, para que, cuando les falte, los reciban a ustedes en las moradas eternas”.
A modo de comentario marginal, estas palabras de Jesús revelan la verdad de fe de la existencia de “las moradas eternas” y del castigo que supone su pérdida, también eterna, y que reafirmará en la  parábola del Epulón, que viene a continuación y será comentada el domingo próximo.
Jesús llama aquí al dinero “injusto” y lo repetirá luego. No dice que toda persona rica lo sea por haber recurrido a medios inmorales; pero es injusto porque el deseo de tenerlo suscita la tentación de adquirirlo sea como sea aun por medios inmorales, y porque emplearlo moralmente bien no es fácil. Tengan cuidado, hermanos. Saben ustedes que los modos inmorales de hacerse ricos son un pecado social hoy normal. Y la justicia del Estado tiene muchas y graves deficiencias para garantizar el cumplimiento general de justas disposiciones. Como sacerdote y responsable de la formación cristiana y moral de ustedes, hijos de la Iglesia, llamados a ser santos en el cumplimiento de sus deberes profesionales y cívicos y en el uso de sus bienes temporales, debo advertir el grave peligro de claudicar. Estas conductas son más graves y escandalosas en los altos niveles de poder y decisión, pero son también inmorales en los niveles inferiores. Y tengan en cuenta que tales abusos llegan fácilmente a constituir materia grave: horas extras que no se pagan, exigencias para tramitaciones que son derecho del ciudadano y obligación del funcionario, mentiras que encubren gastos no realizados, préstamos usureros, falsos documentos, falsas denuncias… un montón de trucos que forman una red paralizante en el camino a una sociedad honesta. Los daños a las víctimas y a terceros fácilmente son graves y difíciles de subsanar, a lo que normalmente los culpables están obligados. Muchas injusticias se cometen a cuenta del dinero. Es importante que todos estén atentos para evitar verse jamás involucrados, aun desde lejos, en situaciones semejantes, que les acarrearían graves problemas de conciencia.   
Y prosigue Jesús: “El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho; el que no es honrado en lo mínimo tampoco en lo importante es honrado”. Si alguien, administrando poco, no se resiste ante pequeños robos o injusticias, imagínense lo que haría ante cantidades mucho más grandes. Robos mayores podrían pasar desapercibidos.
“Lo poco” y “lo mucho”, “lo mínimo” y “lo importante”, lo ajeno y lo vuestro son aquí los bienes materiales de este mundo y los bienes sobrenaturales de la gracia y la gloria, que nos corresponden como hijos de Dios.de los dones espirituales, de las virtudes y de la gloria eterna.
Y Jesús concluye con una frase lapidaria: “Ningún siervo puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro o será fiel a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero”. Tanto Dios como el ansia de hacerse rico exigen el esfuerzo total de la persona. Dios pide un amor con todo el corazón y todas las fuerzas. Quien tenga su máximo interés en hacerse rico, no recibirá dones sobrenaturales ni gracia en abundancia, no los aprecian ni los agradecen y creen que son fruto de su esfuerzo. Quien, al usar de su dinero, junto a sus necesidades piense en las necesidades de Cristo en los pobres, recibirá muchas gracias y dones que le llevarán rápido a la santidad.

Piense cada uno de nosotros a la luz de este evangelio en cuáles son sus preocupaciones y temores más normales, en qué gasta su dinero, cuánto da de limosna. Que el Señor nos ilumine a todos con su luz. Pidámoslo así a la Virgen María, Madre de los pobres.


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