Los Hechos de los Apóstoles: 1º viaje misionero de San Pablo

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.

Hch 13,4-14,27

Relata el texto: “Había en la iglesia de Antioquía, profetas y doctores Bernabé, Simeón llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén que se había criado con el rey Herodes y Saulo. Un día que celebraban el culto del Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: -Ponedme aparte a Bernabé y a Saulo, para la obra a la que les tengo destinados-. Entonces, después de haber ayunado y hecho oración les impusieron las manos y les dejaron partir” (13, 1-3)

Sería la primavera del año 45 de nuestra era, cuando Bernabé y Saulo, acompañados por el joven Juan Marcos, primo de Bernabé, se embarcaron en una nave que iba rumbo a Chipre. Abundaban en la isla los judíos, y sus ciudades más importantes eran Salamina y Pafos. Recorrieron la isla de un extremo al otro preficando la palabra de Dios en las sinagogas. Fueron bien acogidos e incluso se hizo creyente el pro-cónsul romano Sergio Paulo “impresionado por la doctrina del Señor” (13,12). A partir de entonces, Saulo va a ser llamado Pablo por el autor de Los Hechos. Es como una señal de que la doctrina del apóstol cala entre los gentiles y no tanto entre los judíos. No era otra su misión.

De Chipre pasaron al continente y desembarcaron en Atalía, cerca de Perge de Panfilia. Con el otoño ya avnazado, toda navegación se torna arriesgada y llega a paralizarse por completo. Pablo desea entonces franquear los montes del Taurus buscando el acceso a la provincia romana de la Galacia. Pero Juan Marcos se queda en Perge para regresar luego a Jerusalén. Esta actitud no será olvidada por Pablo.

En dirección hacia el Norte y rodeados de peligros Pablo y Bernabé atravesaron la cadena de los agretes montes Taurus hasta llegar a Antioquía de Pisidia. Esta era una colonia romana poblada por veteranos de las antiguas legiones galas, y habitada también por muchos e influyentes judíos especializados en la industria de curtidos.

En la sinagoga de esta ciudad, san Pablo tuvo un discurso memorable que produjo una gran sensación, y el sábado siguiente se congregó mucha más gente atraída por lo que se decía de Pablo y de sus afirmaciones. Escribe el autor de los Hechos que… “viendo los judíos la multitud, se llenaron de envidia y replicaban con insultos a las palabras de Pablo” (13,45). Ante aquella actitud hostil, el fogoso Pablo reaccionó con claridad y fortaleza: “Era a vosotros, antes que a nadie, a quienes había que predicar la palabra de Dios. Pero en vista de que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos volvemos a los gentiles. Así nos lo manda el Señor: - Te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la Tierra” (13,46s) El texto aludido del A.T. pertenece a Is 49,6. Esta situación se repetiría y fue para Pablo como judío de corazón una de sus grandes fatigas en su tenaz trabajo misionero.

Arrojados de la ciudad por los manejos y la hostilidad de aquellos judíos, Pablo y Bernabé sacuden el polvo de sus sandalias, siguiendo la recomendación evangélica de Jesús y continúan su camino por Iconio, Listra, Derbe y sus alrededores. Los padecimientos y persecuciones les acompañan con terca insistencia. “Llegaron (a Listra); pero algunos judíos de Antioquía de Pisidia y de Iconio, habían logrado ganarse a mucha gente, hasta el punto de que apedrearon a Pablo y le sacaron fuera de la ciudad, dándole por muerto” (14,19). Fue en Listra, en medio de sus muchas tribulaciones, donde Pablo conoció a un muchacho de nombre Timoteo, que junto con su madre Eunice y su abuela Loida se convirtieron a la contagiosa fe de Pablo. Tomoteo vino a ser su compañero preferido (2Tim 3,11). Y era considerado como un hijo.

Transcurridos unos tres años de actividad evangelizadora y estabilizadas ya las iglesias recién fundadas, Pablo y su compañero Bernabé deciden retornar a su base y punto de partida, Antioquía de Siria, para informar de su misión, “de todo lo que Dios había realizado por su mediación, de cómo se había mostrado favorable a que también los no judíos abrasen la fe” (14,27).

TE HE PUESTO COMO LUZ DE LOS GENTILES, PARA QUE LLEVES LA SALVACIÓN HASTA EL CONFÍN DE LA TIERRA (HECH 13,47)

SILAS: Miembro destacado de la Iglesia de Jerusalén (15,22.32), ciudadano romano (16,38), fue enviado junto con Pablo y Bernabé a comunicar lo resuelto en la asamblea de Jeruselén a la Iglesia de Antioquía de Siria. En sus cartas, Pablo y Pedro le nombran como Silvano, traducción latina de su nombre hebreo Silas. Aparece citado al comienzo de las cartas dirigidas a los Tesalonicenses. Es probable que Silas quedara en camino de vuelta hacia Antioquía. Unos años más tarde, Silvano aparece en Roma junto a Pedro, como amanuense de su primera carta, dirigida a las comunidades cristianas de la región de Asia Menor: “Por medio de Silvano, a quien considero hermano de vuestra total confianza, os he escrito brevemente para animaros y aseguraros que ésta es la verdadera gracia de Dios. ¡Manteneos en ella!” (1 Pe 5,12).

BERNABÉ: De origen judeo-chipriota, estovo vinculado desde el principio a la comunidad de Jerusalén, en estrecha relación con la de Antioquía (Siria). Su espíritu mediador y pacífico generaba confianza entre quienes le rodeaban. Fue él quien introdujo a Pablo entre los apóstoles y le acompañó en su primer viaje misionero por Asia Menor. Sus buenos oficios en la asamblea de Jerusalén acerca del espinoso tema sobre la circuncisión de los cristianos no´judíos, sin duda limaron roces e incomprensiones de parte, sobre todo, de Santiago, el dirigente más representativo de la Iglesia de Jerusalén. Sin embargo, su desacuerdo con Pablo sobre la conveniencia de que su primo Juan Marcos les acompañara en el proyectado segundo viaje, provocó su distanciamiento físico del apóstol, que en el caso se mostró muy intransigente (15,36-41). Más tarde esta situación fue superada con creces.

SANTIAGO, “el hermano de Jesús”: Conforme a la tradición patriarcal tan extendida en el Oriente, los parientes cercanos recibían con frecuencia el tratamiento de “hermanos”. “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llaman su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?” (Mt 13,55). Este Santiago que no formó parte del grupo de los doce apóstoles, se convirtió al Señor Jesús por una aparición que cita san Pablo (1 Cor 15,7), y llegó a ser por su fama de santidad uno de los grandes pilares de la iglesia de Jerusalén (Gal 2,9). En los confusos meses que siguieron a la muerte del procurador romano Festo (60-62 d.C.), sufrió el martirio al ser arrojado desde lo alto de la muralla del Templo que da al torrente Cedrón. Con su ausencia la iglesia de Jerusalén tiende a dispersarse buscando un refugio en Pella (ciudad localizada en la región de la Transjordania). La revuelta judía estalló el año 66 d.C. Eran años de gran tensión política y social. Santiago había sido el dirigente cristiano más próximo al judaísmo, pero ni siquiera este esfuerzo de comprensión había sido tolerado por los fariseos de la época.

EL NOMBRE DE CRISTIANOS: Fue en Antioquía de Siria donde los seguidores y discípulos de Jesús de Nazareth recibieron el nombre de “cristianos”. La palabra de origen griego “Cristo” equivale al término hebreo “Mesías”, que significa “ungido”. Desde el día de Pentecostés, el Espíritu Santo viene derramando su luz y su fuego sobre aquellos que confían en Jesús como consagrado del Padre, como “aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10,36). La palabra Cristo aparece unas 570 veces en el NT. El es el ungido del Señor. Jesús de Nazareth es un personaje histórico. Jesucristo es quel mismo Jesús pero transfigurado, viviente, siempre actual, incorruptible que ha recibido también como hombre lo que siempre permanece y vivifica, la plenitud, es decir, la sobre-abundancia del Espíritu que se derrama sobre quienes creen en él. Estos son (de forma especial) los cristianos, lo que se identifican como tales, los que están en comunión con él.

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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.

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