P. Adolfo Franco, S.J.
CUARESMA
Domingo I
Lucas 4, 1-13
Empieza la Cuaresma, ¿en qué debe consistir mi conversión?
Pero la Cuaresma
no se reduce tampoco a eso; sería poco. Hay una dimensión de la Cuaresma que no siempre
ha sido suficiente resaltada: la
Cuaresma como preparación o como camino. Lo mismo que el
Adviento es un camino hacia la
Navidad , una preparación para el hecho del Nacimiento de
Jesús en nuestro mundo, así también la Cuaresma es un tiempo de preparación, un camino
hacia la Pascua. Pocas
veces es considerada así la
Cuaresma , como un camino hacia el misterio de la Salvación , la muerte y
resurrección de Cristo. Antiguamente, cuando la mayoría de los cristianos se
bautizaban como adultos, la
Cuaresma era su camino de preparación para el Bautismo que se
recibía en la noche de Pascua. Así la Cuaresma era para ellos una preparación para su
“resurrección”. Esto valga como una breve orientación en el camino de la
Cuaresma.
En cuanto al Evangelio de hoy se nos pone delante el hecho de la
tentación de Jesús en el desierto. Una realidad que, si no fuera porque está
escrita en los Evangelios, no podríamos ni pensarla. Jesús, el Hijo de Dios, tentado
en el desierto.
En esta escena están sintéticamente presentados y resumidos diversos
momentos de la tentación que Jesús sufrió durante toda su vida: la tentación
esencial y radical para Jesucristo es la propuesta de que escoja un camino de
triunfo, una salvación espectacular, que sea un Mesías poderoso, que se aparte
del camino señalado por su Padre.
La tentación es presentada en tres formas: la primera forma le sugiere
que con su poder convierta alguna piedra en pan, para satisfacer su hambre de
cuarenta días. Jesús la rechaza y responde con fuerza al tentador diciéndole:
"No sólo de pan vive el hombre”. La segunda forma de la tentación se
refiere al poder, al poder humano: que el Mesías fuese un dominador, y que
lograse nuestra salvación por el ejercicio del poder humano, por la dominación:
“te daré todos los reinos de la tierra”. Y la tercera tentación fue de orgullo:
el Mesías bajando desde lo más alto del templo, como espectáculo soberbio.
Jesús reacciona con firmeza en cada caso. El que había nacido en un establo, no
iba a tomar ese camino de vanidad.
Ahí quedan resumidas todas las tentaciones que sufrimos también
nosotros, y que nos pueden encaminar al mal: está la tentación del placer. Y
cuántas personas son arrastradas al pecado por el afán del placer. El placer
que buscamos de todas maneras, arriesgando dignidad, salud, esfuerzos, y la
vida misma; gran parte de los esfuerzos humanos han sido dedicados a buscar
nuevas formas de placer, algunas incluso destructivas. El poder también puede ser
una tremenda tentación y a veces más fuerte que el placer: buscamos dominar a
otros, ser poderosos contra el prójimo. Cuántas veces del afán desmesurado del
poder brotan como de una fuente enfrentamientos discriminaciones, guerras,
atentados a la dignidad de los demás. El poder que se busca por muchos caminos,
por la riqueza, por la cultura, por el orgullo de raza; y todo esto conduce a
los hombres a que se enfrenten, y a que
se destruyan. Y por último la tentación de la vanidad y del orgullo: el creerse
superiores, el envanecerse por la figura, por los títulos, por el lujo; todo
esto que hace que el hombre ponga más atención a las cosas superficiales, que a
las esenciales.
En este camino de la
Cuaresma hacia la
Pascua , este evangelio nos pide que nos liberemos de las
ataduras del placer, del poder y de la vanidad, para que podamos caminar
libres, acompañando a Jesús que se encamina a nuestra salvación.
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