Cristología - 12° Parte: Los defectos o la pasibilidad de la naturaleza humana de Cristo




 P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


4. LOS DEFECTOS O LA PASIBILIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO


4.1. LA PASIBILIDAD DE CRISTO

                        
El titulo de este apartado puede escandalizar un poco al cristia­no que no conoce bien el verdadero sentido y alcance de esta expresión en la teología católica.  En primer lugar diremos que hay dos clases de defectos: unos que suponen en la persona que los posee un desorden moral, fruto de una voluntad desordenada, culpable. Estos de ninguna manera los tuvo Cristo. 
                        
Otros defectos suelen ser de orden físico o psicológico (por ejemplo, el hambre, la sed, el dolor, etc), que no suponen deformidad moral alguna y era conveniente que Cristo los tuviera para lograr mejor los fines de la encarnación y redención del género humano. Únicamente estos últimos son los "defectos" (limitaciones) que Cristo hubo de tener y de hecho tuvo, como lo vamos a ver a continuación.


4.2. LOS DEFECTOS (O LIMITACIONES) CORPORALES DE CRISTO
                
Tesis 28ª.- "La naturaleza humana de Cristo estaba sometida al padecimiento corporal".  (de fe).


4.2.1. Explicación
                        
En esta tesis queremos demostrar que Cristo tuvo verdadera naturaleza humana, es decir compuesta por cuerpo y alma, en lo referente a dicha naturaleza humana decimos que Cristo padeció corporalmente en su vida ordinaria, en los trabajos, penas y demás vicisitudes de la vida y sobre todo padeció y sufrió  extraordinariamente en su pasión y muerte.          


4.2.2. Adversarios
                        
Los "afratodocetas": La secta monofisita (herejes que proclaman que en Cristo hay una sola naturaleza, la divina), fundada por el Obispo Juliano de Halicarnaso, a comienzos del S. VI, enseñaba que el cuerpo de Cristo, desde la encarnación, se había hecho "afratos", es decir, incorruptible, que no había sido sometido ni a la pasibilidad ni a la corrupción.  Semejante doctrina lleva lógicamente a negar la realidad efectiva y meritoria de la pasión y muerte de Cristo.
                       

4.2.3. Magisterio de la Iglesia
                        
En contra de esta doctrina, la Iglesia enseña en sus símbolos de fe que Cristo padeció y murió (verdaderamente) por nosotros.  Así el IV Concilio de Letrán pone de relieve expresamente no sólo la realidad efectiva de la pasión, sino también la pasibilidad de Cristo. Denz. 429


4.2.4. Sagrada Escritura
                        
Las profecías del A. T.  anuncian grandes padecimientos del futuro redentor, los pasajes del Siervo de Yahveh del Profeta Isaías, 53, 4:  "El tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores".   Salmos  21 y 68.
                        
El lugar donde mejor se manifiestan los padecimientos reales de Cristo es en los Evangelios Sinópticos: Relatos de la Pasión y Muerte de Cristo
                        
Del mismo Cristo en los evangelios se nos narra que estaba sometido a los defectos genéricos del cuerpo humano, a saber, como el tener hambre, Mt 4, 2; o el tener sed, Jn 18, 28;  la  fatiga  y  cansancio, Jn 4, 6; el sueño, Mt 8, 24; cómo padeció el sufrimiento y la muerte en la Pasión.  Los padecimientos de Cristo sirven a los fieles de ejemplo. 1 Petr 2, 21.
                       

4.2.5. Argumento Teológico
                        
Sto. Tomás dice al respecto lo siguiente: "Fue muy conveniente que el Verbo divino asumiera la naturaleza humana con algunas deficiencias corporales".  Da tres razones:
                        
a. Porque el Hijo de Dios vino al mundo para satisfacer por el pecado del Género humano: Y uno satisface por el pecado de otro cuando carga sobre sí la pena merecida por el pecado del otro. Pero los defectos corporales de que hablamos, a saber, la muerte, el hambre, la sed, son la pena del pecado, introducido en el mundo por el pecado de Adán, según lo dice S. Pablo en Rom 5, 12: "Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte".  Es, pues, conforme con el fin de la encarnación que asumiese Cristo, por nosotros, las penalidades de la carne, como lo dice Isaías 53, 4: "Fue El, ciertamente, quién tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores".
                        
b. Para basar nuestra fe en la encarnación: En efecto, la natura­leza humana nos es concedida a través de sus debilidades y defectos. Si, pues, Cristo hubiese asumido una naturaleza humana despojada de tales lacras, se hubiera podido creer que no era verdadero hombre y que su carne era meramente imaginaria, como dijeron los maniqueos. Por eso, como dice S. Pablo a los Filipenses 2, 7: "Se anonadó, tomando la forma de esclavo y haciéndose semejante a los hombres, aceptando su condición".
                        
c. Para darnos ejemplo de paciencia: ante los sufrimientos y debilidades humanas, que El valerosamente soportó. Por eso dice S. Pablo a los Hebreos 12, 3: "Soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo para que no decaigáis de ánimo rendidos por la fatiga".
                        
Sto. Tomás dice: "El Verbo divino no asumió al encarnarse todos los defectos corporales de los hombres, sino únicamente los que convenían al fin de la encarnación; y éstos los asumió libremente, sin contradicción".
                        
Esta conclusión tiene tres partes:
                        
1. El Verbo divino no asumió al encarnarse todos los defectos corporales de los hombres, sino únicamente los que no envuelven ninguna deformidad moral, ejemplo: el hambre, la sed, el cansancio, etc; y eran convenientes al fin de la encarnación. De ninguna manera asumió los defectos que se oponen a la perfección de su ciencia y de su gracia, tales como la ignorancia, la inclinación al mal y la dificultad para hacer el bien. Tampoco los que son debidos a causas particulares que sólo se dan en algunos hombres, como las enfermedades corporales
                        
2. Los asumió voluntariamente, por amor nuestro y en orden a los fines de la encarnación, ya que, por la perfección infinita de su alma, no le eran en modo alguno propios.
                        
3. Pero no los contrajo. Una cosa es asumir y otra muy distinta contraer.
                        
- Asumir: significa tomar una cosa libre y voluntariamente, sin obligación alguna de hacerlo.                 

- Contraer: en cambio, incluye una relación de efecto a causa (contrae), de suerte que el efecto se recibe necesaria­mente una vez puesta la causa. Ahora bien, la causa de todas las calamida­des de la naturaleza humana es el pecado, como dice S. Pablo en Rom 5, 12: "Por el pecado entró la muerte en el mundo".  Por tanto, propiamente hablando semejantes defectos son contrarios únicamente por aquellos que incurren en ellos merecidamente a causa del pecado. Es evidente, por tanto, que Cristo no contrajo estos defectos recibiéndolos como deuda del pecado, sino que los asumió por su propia voluntad.


4.3. LOS DEFECTOS (O LIMITACIONES) DEL ALMA DE CRISTO

Sto. Tomás dedica a esta materia varios capítulos. Nosotros lo dividimos en tres apartados fundamentales:
  • Cuestiones relacionadas con el pecado.
  • Cuestiones relacionadas con la ignorancia.
  • Cuestiones relacionadas a las pasiones.


4.3.1. Cuestiones relacionadas con el pecado
                        
Esta materia ya la hemos visto en la Tesis Nº 21. La cuestión del pecado en el alma de Cristo, como es obvio, es rotundamente negativa. Doctrinalmente las podemos resumir así:
                       
"En Cristo no hubo jamás la menor sombra de pecado".
"En Cristo no existió el "fomes peccati" o sea, la inclinación al pecado procedente del pecado original".
"Cristo fue intrínseca y absolutamente impecable, o sea, que no solamente no peco de hecho, sino que no podía pecar en absoluto".


4.3.2. Cuestiones relacionadas con la ignorancia
                       
Tesis 29ª. "En Jesucristo no se dio absolutamente ninguna ignorancia privativa".
Este enunciado de la tesis 29 ya lo hemos visto en la Tesis Nº 19 y 21


4.3.3. Cuestiones relacionadas a las pasiones

Tesis 30ª.- "En Cristo existieron todas las pasiones humanas que en su concepto no envuelven ninguna imperfección moral".


4.3.4. Explicación
                        
Pasiones: Se llaman pasiones a los movimientos, o a los actos de los apetitos inferiores sensibles de la naturaleza humana. La palabra "pasión", viene del latín "pati", ser pasivo, o que padece. Indica una aptitud para recibir, para dejarse impresionar, para tomar la semejanza que un agente impone. En el lenguaje popular la palabra "pasión" suele emplear­se en su sentido peyorativo, como sinónimo de "pasión mala", como algo que es preciso combatir y dominar. Pero, en su acepción "filosófica", las "pasiones" son movimientos o energías que podemos emplear para el bien o para el mal. De suyo, en sí mismo, no son ni buenas ni malas; todo depende de la orientación que se les dé. Las pasiones, iluminadas por el amor,  puestas al servicio del bien, pueden prestarnos servicios incalculables, hasta el punto de poderse afirmar que es moralmente imposible que un alma pueda llegar a las grandes alturas de la santidad sin poseer una gran riqueza pasional orientada rectamente hacia Dios. Pero, las pasiones puestas al servicio del mal, se convierten en una fuerza destructiva, de eficacia verdaderamente espantosa. 


4.3.5. Adversarios
                        
Protestantismo liberal y racionalista que ven en Cristo a un hombre cualquiera.


4.3.6. Sagrada Escritura
                        
En el Evangelio consta expresamente que Cristo ejercitó actos pertenecientes a todas las pasiones humanas que no envuelven ninguna imperfección o desorden moral, o sea, todas excepto el odio y la desesperación, que envuelven imperfección en su mismo concepto.
                         
Amor: ”Jesús fijando en él su mirada, le  amó”, Mc 10, 21;  
                        
Odio : (como  rechazo): “¡Apártate!, Satanás, porque está escrito ...”, Mt. 4, 10; 
                        
Deseo: “Y les dijo: con ansia he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer”, Lc. 22, 15;
                        
Fuga: “Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte”, Jn. 6, 15;
                        
Gozo: ”En aquel momento se lleno de gozo Jesús en el Espíritu Santo”, Lc 10, 21;
                        
Tristeza: “Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia”, Mt 26, 37‑38;
                        
Audacia: “Él les contestó: Id y decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana”, Lc 13, 32;
                        
Temor: “Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia”, Mc 14, 33;
                         
Ira: “ Entonces mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: ¡Extiende tu mano!”, Mc 3, 5.


4.3.7. Magisterio de la Iglesia
                        
La Iglesia ha definido expresamente la existencia en Cristo de las pasiones corporales. Así lo dice el Concilio de Efeso: "Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne y fue crucificado en la carne y gustó de la muerte en la carne, y que fue hecho "primogénito de entre los muertos", Col 1, 18, según es vida y vivificador como Dios sea anatema". Denz. 124.


4.3.8. Argumento teológico
                        
Sto Tomás dice:
                        
1. Sufrió las pasiones corporales, puesto que fue azotado, coronado de espinas y crucificado.                  
                        
2. Tuvo las pasiones sensitivas que no suponen imperfección, puesto que son propias del apetito sensitivo inherente a la naturaleza humana y Cristo asumió una naturaleza humana enteramente igual a la nuestra a excepción del pecado y de la inclinación a él.
                        
3. Tuvo las pasiones espirituales, porque son propias del apetito racional (voluntad), y Cristo tuvo voluntad humana perfecta.
                        

Sto Tomás dice: "Todas las pasiones de Cristo estaban perfec­tamente orientadas al bien y controladas por la razón".
                        
Primero: en Cristo las pasiones estaban perfectamente ordenadas por relación a su objeto.  En nosotros a menudo estas pasiones nos conducen a cosas ilícitas, no así  en Cristo.
                        
Segundo: por relación a su principio, pues en nosotros muchas veces previenen el juicio de la razón, mientras que en Cristo todos los movimientos del apetito sensitivo estaban perfectamente controlados por la misma razón.
                        
Tercero: por relación al efecto, ya que en nosotros a veces estas pasiones no se mantienen en el ámbito del apetito sensitivo, sino que arrastra consigo a la razón. Esto no sucedió con Cristo, el cual retenía en el área del apetito sensitivo los movimientos naturales propios de su humanidad sensible, de suerte que nunca le entorpecían el recto uso de la razón.


Santo Tomás, examinada la cuestión de las pasiones de Cristo en general, estudia en particular cinco pasiones (como son: el dolor sensible, la tristeza, el temor, la admiración y la ira), por su especial interés, por la importancia singular en orden al fin de la Encarnación. Veamos cómo lo expone:

1. Dolor sensible: 
"Jesucristo padeció verdaderamente y en sumo grado el dolor sensible",  (de fe).
(Esta conclusión está ya estudiada en la Tesis Nº 27).

Sagrada Escritura
En el Antiguo Testamento se nos describe por medio del profeta Isaías los sufrimientos que ha de padecer el Mesías como el "Siervo de Yahveh" en los cuatro cánticos. Is 42, 1‑4; 49, 1‑6; 50, 4‑l0; 52, 13‑15 y 53, 1‑12.
Estos textos se realizan en los relatos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en los Cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. Cristo realmente sufre en su Pasión verdaderamente por todos los hombres y muere realmente en la Cruz, expiando nuestros pecados.
                       

2. Tristeza:  
"Jesucristo experimentó verdaderamente una tristeza mortal".

Sagrada Escritura
Cristo en Mt 26, 38, dijo: "Triste está mi alma hasta la muerte". S Lucas añade en 22, 24: "(Cristo) Lleno de angustia, oraba con más insistencia y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra".
Santo Tomás así explica: "El alma de Cristo pudo aprehender interiormente una cosa como nociva, bien para sí mismo, como su pasión y su muerte en la cruz, bien para los demás, como los pecados de los discípulos o de los judíos que le condenaron a muerte. Por tanto, así como pudo darse en El un verdadero dolor, pudo darse también verdadera tristeza, bien que esta difería de la nuestra".                   


3. Temor:  
"(Cristo) comenzó a sentir temor y angustia".
                       
Sagrada Escritura
Mc 14, 33: "Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y comenzó a sentir temor..."
Una pequeña aclaración. Según se trate del temor que procede de la aprehensión de un mal futuro que nos amenaza (en este sentido lo experimentó Cristo), el temor producido por la incertidumbre de un mal desconocido que puede sobrevenirnos, y en este sentido no lo tuvo Cristo.


4. Admiración:  
"Jesucristo experimentó también el sentimiento de la admiración".

Sagrada Escritura
Mt 8, 10: "Oyéndole Jesús (al centurión) se maravilló". Semejante sentimiento experimentó ante la incredulidad de sus paisanos de Nazaret, Mc 6, 6. Al explicar teológicamente este fenómeno, Sto. Tomás dice que la admiración no era posible en Cristo teniendo en cuenta sus ciencias divina, beatífica e incluso infusa pero sí lo era para su ciencia "adquirida" o experimental pues todos los días podía ocurrir algo nuevo. Y quiso el Señor experimentar la admiración para instrucción nuestra, con el fin de que nosotros admiremos también lo que El admiraba.

5. Ira: 
"Jesucristo experimentó el sentimiento de la ira, totalmente regulada por la razón".

Sagrada Escritura
Consta expresamente que Jesús experimentó la ira en diversas ocasiones:
Jn 2, 15: "Jesús, al ver aquello, hizo un látigo de cuerdas y echó fuera del templo a todos".
Mt 23, 13-33: "¡Ay de vosotros escribas y fariseos...!".
                       
Parece que en Cristo no debió darse el sentimiento de la ira, pues­to que constituye un pecado capital, opuesto directamente a la mansedumbre, y Jesucristo era impecable y, además, "manso y humilde de corazón". Sto. Tomás dice que hay dos clases de ira perfectamente distintas. Una, que procede del apetito desordenado de venganza y constituye por lo mismo un pecado opuesto a la mansedumbre y al recto orden de la razón; esta clase de ira no la experimentó jamás Cristo.
               
Hay otra clase de ira, perfectamente controlada por la razón, que consiste en el deseo de imponer un justo castigo al culpable con el fin de restablecer el orden conculcado. Esta ira es perfecta­mente buena y laudable, pues procede del celo por el bien, y ésta es la que experimentó Jesucristo. Y solamente el equilibrio maravilloso del alma de Cristo hizo posible que su ira santa no rebasara jamás los límites de la recta razón ni la entorpeciera en lo más mínimo.







  
CONCLUSIÓN GENERAL

                        
Históricamente hablando, a los errores cristológicos tras un "período inicial" correspondiente a los Siglos II y III, sigue un período en el que aparecen las tres controversias propiamente cristológicas, en cada una de las cuales se discute y define un aspecto del misterio de Cristo:
                       
1º.- Período de la "cristología teológica", S. IV, en el que se afirma la divinidad de Cristo en la Trinidad
                       
2º.- Período de la "cristología ontológica", S. V y VI, en el que se afirma la constitución interna de Cristo en la unidad de persona y dualidad de naturalezas.
                       
3º.- Período de la "cristología antropológica", S. VII, en el que se afirma la verdadera humanidad de Cristo.
                       
                        
El Siglo VIII es el período de clausura de estas controversias.

Nosotros queremos concluir este tratado de Cristología Fundamental aclarando cuál es la fe de la Iglesia  por medio de su doctrina y también queremos dejar claro dónde están los errores cristológicos acerca del Misterio de la Persona de Cristo.

1. Negando la divinidad de Cristo
  • Arrianismo: Negando que el Verbo sea verdadero Hijo de Dios y por lo tanto verdadero Dios.



2. Negando algo de la naturaleza humana de Cristo
  • Docetismo: Negando la verdadera humanidad de Cristo
  • Apo­linarismo: Negando un alma humana a Cristo
  • Monofisismo: Negando que ambas naturalezas pueden subsistir en su verdadera forma de ser sin transformarse ni mezclarse
  • Monotelismo: Negando que Cristo tuviera verdadera voluntad humana


3. Destruyendo  la  unidad  de la  naturaleza  divina con la naturaleza humana en unidad de persona del Verbo
  • Nestorianismo: Negando que la naturaleza divina y la naturaleza humana de Cristo se hallen unidas hipostáticamente en unidad de Persona (Verbo).


4. Entendiendo mal la filiación divina de Cristo en cuanto hombre
  • Adopcionismo: Negando que Cristo , aun como hombre, es Hijo natural de Dios

                       
A través de esta visión histórica de las herejías cristológicas hemos visto la importancia que tiene para la Iglesia comprender bien el Misterio de la Encarnación. La Iglesia ha mantenido siempre en alto la confesión de su fe: Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Jamás cedió ante los intentos de atenuar la realidad expresada en estas palabras, a un tiempo sencillas y profundas.
                       
Esta expresión de fe, ha costado a la Iglesia indecibles esfuerzos, sacrificios y dolores, como hemos visto en la parte histórica de las herejías. Así durante los primeros siglos del cristianismo la atención de los pastores y de la fe sencilla del pueblo estuvo centrada en el misterio de la encarnación.

Más de cuatrocientos años transcurrieron antes de encontrar las fórmulas definitivas dogmáticas con las que se pudiera expresar de manera inequívoca lo que la Iglesia cree acerca de la persona de Jesucristo. Entre estas formulaciones del Magisterio eclesial destaca la fórmula del símbolo Niceno-Constantinopolitano y que dice así:
                       
"Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho y por nuestra salvación bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre".  Denz 54 y 86.
                       
La doctrina de Cristo verdadero Dios (contra los judíos) y verdadero hombre (contra la gnosis pagana), tales son los dos pilares de base de la cristología, que se edifica sobre ellos desarrollando la verdad teológica de la "Unión Hipostática" en la que se afirma: En Cristo la naturaleza divina y la naturaleza humana están unidas en una sola Persona divina, que es el Verbo.                     
                       
  1. Cristo es verdadero Dios e Hijo de Dios por esencia, porque fue engendrado por el Padre.  (contra el arrianismo).
  2. Cristo es verdadero hombre, asumió un cuerpo real, no simplemente aparente (contra el docetismo).
  3. Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, asumiendo no solamente un cuerpo humano sino también un alma racional (contra el apolinarismo).
  4. La naturaleza divina y la naturaleza humana se hallan en Cristo unidas hipostáticamente, es decir, en unidad de Persona (contra el nestorianismo).
  5. Las dos naturalezas de Cristo, después de su unión, continúan poseyendo íntegro un modo propio de ser sin transformarse, ni mezclarse (contra el monofisismo).
  6. Cada una de las dos naturalezas en Cristo posee una propia voluntad física y una propia operación física (contra el monotelismo).
  7. Cristo, aun como hombre, es Hijo natural de Dios, no es Hijo adoptivo (contra el adopcionismo).




BIBLIOGRAFÍA GENERAL


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  3. La conciencia de Jesús. Jean Galot. S.J. Edit. Mensajero, Bilbao, 1967
  4. La Persona de Jesús. Jean Galot, S.J., Edit. Mensajero, Bilbao, 1971
  5. Hacia una nueva cristología. Jean Galot, S.J. Edit. Mensajero, Bilbao, 1972
  6. Cristo. El Misterio de Dios. Tomos I y II. Manuel González  Gil, S.J. Edit. Bac. 1976
  7. Jesucristo es el Señor. Paul Faynel. Edit. Sígueme, 1968
  8. Fundamentos de la Cristología Neotestamentaria. R.H. Fuller. Edit. Cristiandad, Madrid,1979
  9. Teología del Nuevo Testamento. M. Meinertz, Edit. Fax, Madrid, 1966
  10. Jesús el Ungido. Cristología. A. Lopez Amat. Edit.Atenas, Madrid, 1991
  11. Teología del Nuevo Testamento. K. Herman Schelkle. Edit. Herder. 1977                       
  12. El Misterio de Encarnado y Redentor. C. Chopin, Edit. Herder, 1980
  13. Jesús, el Cristo Jesucristo. F Ocariz, L.F. Mateo, J.A. Riestra. Edit. EUNSA, Pamplona, 1991
  14. El Verbo. Walter Kasper. Edit. Sígueme, 1982
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  16. El desarrollo dogmático en los Concilios Cristológicos. C. Ignacio González, S.J. Celam, 1991
  17. Jesucristo el único Mediador. Bernard Sesboüé, S.J., Edit. Secr. Trinitario, Salamanca, 1990
  18. Dios entre los hombres. Piero Coda. Edit. Ciudad Nueva, 1993
  19. Jesús de Nazaret. Historia de Dios. Dios de la Historia. Bruno Forte. Edit. Paulinas, 1983
  20. Jesús de Nazaret. Olegario González de Cardedal. Edit. Bac. nº 9 Maior. 1975
  21. Jesucristo y la vida cristiana. A. Royo Marin, O.P. Bac, Nº 210.
  22. Vocabulario de Teología Bíblica. Xavier León Dufour, S.J. Edit. Herder, 1989
  23. Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer. 1998
  24. Diccionario de la Biblia. H. Haag. A. van den Born y S. de Ausejo. Herder
  25. Diccionario de Teología BíblicaJ.B. Bauer. Herder
  26. Diccionario Teológico Manual del Antiguo TestamentoJenni y Westermann. Cristiandad
  27. Nuevo Diccionario de Teología Bíblica. Rossano. Ravasi. Girlanda. Edic. Paulinas
  28. Manual de la Biblia.  H. A.- Mertens. Herder
  29. Enciclopedia de la Biblia. Varios. Verbo Divino
  30. Palabra y mensaje del Antiguo Testamento. J. Schreiner. Herder
  31. La Biblia Palabra de Dios. P. Grelot. Herder
  32. La Biblia como palabra de Dios. V. Manucci. Desclée de Brouwer
  33. Versión nueva de la Biblia. L. H. Grollenberg.  Herder
  34. Historia de Israel y de Judá. F. Castel. Verbo Divino
  35. Jesús, el Señor. Angelo Amato. Bac.
  36. El Misterio de Cristo en la Historia de la salvación. L. Rubio. Sígueme



Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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