El perdón que sana en el matrimonio



P. Vicente Gallo, S.J.

Misterio del Sacramento, 2º Parte


III


Una de las principales exigencias de entender así el matrimonio, desde la fe cristiana, es la de tener siempre la obligación de sanarse cuantas heridas se produzcan en el convivir en pareja. No solamente perdonar siempre el uno al otro las ofensas que quizás se hagan, “por bien de paz”, como se dice. Sino perdonar con un perdón tan verdadero como es el perdón de Dios. Haciendo que la ofensa quede absuelta de veras; de manera que la herida deje de existir. Como una herida física cuando se ha curado: quedó ya atrás, ya no existe.

Perdonar no es lo mismo que “olvidar”. Seguramente Jesús no ha olvidado la negación de Pedro en aquella noche cuando era juzgado injustamente y sin nadie que le defendiera. Jesús le perdonó, y le tiene perdonado; tan de veras que precisamente le ama más después del perdón. Sin haber olvidado su pecado. Así, a los pocos días, ya resucitado, confirmó a Pedro en el rango que siempre le había dado de ser Pastor de toda la Iglesia, “sus ovejas y corderos”.

Perdonar como Dios perdona es sanar la herida hecha con la ofensa, y dejar la ofensa como página volteada. Pero no para “hacer las paces”, ni sólo para amarse como antes; sino para amarse ahora más que antes de la ofensa, porque aun con ella han decidido amarse. Diciendo: “Tú has tenido la confianza de creer en mi amor aun así, pidiéndome perdón; y yo he decidido creer en ti y amarte superando esa ofensa”. Antes de la ofensa, faltaba amarse con todas esas connotaciones.

Solamente el perdón, podría ser acaso un “te perdono, pero te lo recordaré en la próxima”; o quizás decir “te perdono, olvídate”, pero conservando la herida en el alma. “Sanar” es hacer que ya no exista la herida. Cosa que se puede hacer aunque no se tenga la fe cristiana. La diferencia nuestra está en que, con esa fe cristiana con que se cree en el amor y se lo vive como amor de Dios, el perdonar tiene que ser definitivamente sanar; y no habría amor de cristianos si no se perdonase así. Es decirle al otro: “sí, te perdono, y lo hago no solamente para vivir en paz nuestro matrimonio, sino porque te amo como Dios te ama”. Pues dijo Jesús: “Como el Padre me amó a mí, así os he amado yo a vosotros; permaneced en mi amor”.

Seremos de veras de Cristo si somos continuadores de su amor. Lo dijo también de otro modo: “en eso se conocerá que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros como os he amado yo”. Y San Pablo dice a los Romanos que el amor grande de Dios se ha manifestado en que, “cuando nosotros éramos pecadores, dio su vida por nosotros”; no porque éramos justos, sino para hacernos justos.

La sanación podrá no ser instantánea, quizás será laboriosa y requiera algún tiempo para lograrse. Pero es la sanación verdadera, y no simplemente el perdón, lo que distinguirá a los matrimonios cristianos, desde la exigencia de su fe, y como expresión de su amor distinto, amando como Dios nos ama. Es cuando, con esa sanación, habrán quedado tan de veras amándose más y sintiéndose mejor que antes de la ofensa. Será con la dicha que el cuerpo siente cuando se ha curado de una herida dolorosa: ahora se ve más feliz que antes de haberse hecho la herida, porque se ha curado de veras.

El perdón de los esposos no cristianos puede no llegar a esto que llamamos “sanación”. Pero entre los esposos cristianos solamente es perdón verdadero, con el amor de Cristo, cuando se logra la verdadera “sanación”. Es como el perdón de Dios por medio de su Hijo: que nos perdona sanándonos. Con ese perdón vuelve a hacernos “hijos y herederos”, como nos hizo en el Bautismo, recibiéndonos de nuevo con el mismo abrazo. Así debe ser la “sanación” de los esposos cristianos. El Cuerpo de Cristo es el que había quedado herido; y es el que con ese perdón ha quedado sanado de la herida.

Las heridas en el matrimonio son, con frecuencia, por cosas triviales. Porque me levantaste la voz; por no avisarme cuando ibas a llegar tarde; por decidir algo sin consultármelo; por no haberme expresado gratitud cuando lo esperaba. Heridas “irracionales” a veces. Pero son heridas, que producen dolor y necesitan ser sanadas. Y si una herida es más grave, mayor es la razón para sanarse: porque necesita sentirse perdonado el que te hirió pero te ama, y tú le amas también a él; y porque sólo tú puedes ayudarle a ser bueno como él lo desea. El quiere amarte más sinceramente desde hoy; como debes quererlo también tú. Quieran los dos hacerse felices sanándose.

Vale mucho el amor sincero que se fortalece con la sanación. Ese amor, que vuelve a hacernos felices, es el que le hace feliz a Cristo cuando, sanados, se comulga juntos, o se reza tomados de la mano. Dios lo ve y se goza con ese amor restablecido. El Cuerpo de Cristo disfruta en su cielo de vencedor resucitado, como verdadero Señor y Rey. Y lo gozan también los hijos; que quizás no saben lo que pasó, pero lo notan. Ojalá que nunca esperen a perdonarse y sanarse cuando tengan que despedirse porque uno de los dos se muere. Entonces sería tarde; y ya no serviría para nada.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo SJ por su colaboración

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