8. Con
la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor
de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la
de revelar el misterio del amor divino en plenitud. « Dios es amor » (1 Jn
4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el
evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la
vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona
gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo
único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores,
hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el
distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es
falto de compasión.
Por
eso quien no conoce su misericordia, no conoce a Jesús: ni lo que fue en su
vida terrena ni lo que es hoy para con todos los hombres. Sus dos últimas
apariciones, las del Sagrado Corazón a Sta. Margarita María de Alacoque y del
Señor de la Misericordia a Sta. Faustina Kowalska, aprobadas por la Iglesia
como legítimas, las dos proponen como lo primero y fundamental la fe en la
Misericordia infinita del Señor y la eficacia redentora y santificadora para
sacar del pecado a los pecadores y para la santificación de aquellos que “van
de bien en mejor subiendo” (en lenguaje
de San Ignacio de Loyola).
Jesús,
ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y
extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa
compasión por ellas (cfr. Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los
enfermos que le presentaban (cfr. Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el
hambre de grandes muchedumbres (cfr. Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas
las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de
los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la
viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por
el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo
de la muerte (cfr. Lc 7,15). Después de haber liberado el endemoniado de
Gerasa, le confía esta misión: « Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la
misericordia que ha obrado contigo » (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se
coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los
impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada
cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo
la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano,
para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del
Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió:
miserando atque eligendo[cfr. Hom. 21] Siempre me ha cautivado esta expresión,
tanto que quise hacerla mi propio lema.
Los textos son claros y elocuentes; sin embargo no me
resisto a añadir el comentario del mismo Jesús por las críticas de los fariseos
a la aceptación del banquete que le ofrece Mateo en su casa tras su conversión
y llamada: “No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan a
aprender qué significa: misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he
venido a llamar justos, sino pecadores” (Mt 9, 12s. y ==).
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Director del Blog.
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