7. “Eterna
es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136
mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la
misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un
profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con
Israel una historia de salvación. Repetir continuamente “Eterna es su
misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo
del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor.
Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la
eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No
es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grande
hallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.
Una
bula no es un estudio teológico. Por eso el documento papal sólo con gran
brevedad recuerda algunos de los pasajes bíblicos que subrayan el valor
prioritario que las Sagradas Escrituras dan a la misericordia de Dios en la
relación con el hombre. El Papa se limita a citar al libro de los salmos, pero
podrían aumentarse los textos hasta el cansancio tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento; consúltese cualquier estudio de teología bíblica, por ejemplo
el “Vocabulario de Teología Bíblica” de X.L. Dufour, Herder 1966, término
“Misericordia”.
Del
uso repetido del salmo 136 (135 en la enumeración de la Vulgata latina) en las
fiestas más grandes del pueblo israelita, saca Francisco estas hermosas
conclusiones, que además son muy verdaderas: “Es como si se quisiera decir que
no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre
bajo la mirada misericordiosa del Padre”. O dicho de otra forma, también muy
inspirada: “Parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo
para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera
decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará
siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre”. En la oración oficial de la
Iglesia (el Oficio Divino que obliga a todos los sacerdotes y a religiosos que
por regla han asumido con la Iglesia ese compromiso) el “gran hallel” se recita
con frecuencia, cada dos semanas.
Antes
de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el
evangelista Mateo cuando dice que « después de haber cantado el himno »
(26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos.
Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua,
puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la
misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión
y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir
en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para
nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este
estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su
misericordia”.
Si
desde la creación y a lo largo de la historia del Pueblo de Dios todo había
sido dirigido por “la Misericordia”, cuando llegó “la hora”, en el momento
culminante de su misión Jesús cobró fuerza de su amor y misericordia para con
el hombre. Por eso cantó el hallel desde lo más hondo de su ser y “por eso se
asemejó en todo a sus hermanos (se hizo hombre) para ser misericordioso y Sumo
Sacerdote fiel en lo que toca a Dios para expiar los pecados del pueblo” (Heb
2,17). Por eso se llamó Jesús, “porque salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt
1,21), y así lo cantaron tanto María como el padre del Bautista (v. Lc 1,50-54.
71-78).
P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.
Director del Blog.
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