Lucas 7,36-50
La pecadora arrepentida nos hace entrar en el Corazón del Señor lleno de misericordia y amor.
La pecadora arrepentida nos hace entrar en el
Corazón del Señor lleno de misericordia y amor.
Esta
es la historia de una persona que, fatigada de una vida tan vacía y llena de
males, busca con afán ser salvada y que al fin encuentra un Salvador. El Evangelio de hoy nos narra así la
transformación del corazón de esta pecadora, al entrar en contacto con Jesús.
Pero
todo sucede porque la mujer, sin duda inspirada por Dios, primero reconoce que
es pecadora, que su vida no está bien. Y esto es sumamente importante, porque
muchos no se transforman porque estando en el barro, no reconocen que el barro
es sucio, y piensan que “todo está bien”. No se atreven a hacer una verdadera
exploración de sus conciencias; y algunos incluso han ido más lejos, han
invertido sus valores. Piensan que en sus vidas todo está bien, que no hay nada
que cambiar.
La
mujer que está a los pies de Jesús, no sólo reconoce el desastre que es su
vida, hace mucho más: descubre además que sola no podrá cambiar, que necesita
ayuda, y necesita que la transformen por dentro, y entonces sin titubeos y con
gran valentía irrumpe en casa del fariseo, interrumpe el almuerzo de los
comensales sin ningún temor, y se arroja a los pies de Jesús. Ahí en este
Hombre especial ha descubierto la fuente de la paz, y el manantial de la pureza
que a ella también la va a purificar.
Como
está decidida a todo, con tal de salir de esa vida anterior totalmente
enfangada, lleva consigo sus perfumes, sus adornos, sus besos, y con esos
mismos objetos que le servían para adornar su pecado, ahora los va a utilizar
para entregarlos en los pies del Señor; todo lo que antes era utilizado para
pecar, ahora lo convierte en don y ofrenda para Dios. Por eso riega con
lágrimas los pies de su Salvador, los llena de besos, los seca con sus
cabellos, y los perfuma con su mejor perfume. Cuántos besos de esa mujer habían
sido falsos, cuántas veces sus cabellos habían sido instrumento de seducción, y
sus perfumes habían servido de corrupción. Todo eso, ahora va a servir para
rescatarla, por el amor con que se entrega y con que suplica perdón.
En
contraste con esta verdadera ofrenda, de este acto de amor puro y ardiente,
está la actitud del fariseo; y Jesús se lo reprocha, ya que el fariseo muestra
su peor faceta, la de juez implacable que condena sin conocer lo que hay en el
corazón de esta mujer. Y por eso se escandaliza y piensa “si éste fuera profeta
sabría qué clase de mujer es la que le está tocando”. Jesús ante esta condena
de una mujer que busca purificarse, sale en su defensa y reprocha al fariseo:
Tú has sido poco considerado como anfitrión: No me has dado agua para lavarme
los pies, no me has dado el beso de saludo, no me ungiste con aceite.
Es
bueno reflexionar en el contraste de estas dos personas: el aparentemente
bueno, que es simplemente el cumplidor mecánico de unas reglas religiosas, pero
en las que no pone su corazón, y la pecadora que ha quebrantado gravemente los
mandamientos de Dios, pero que ahora entrega su ofrenda y su vida a los pies de
Jesús. Y, ante este ejemplo, la reflexión nos podría llevar a pensar, cómo deberíamos
hacer cada uno de nosotros para entregar todo a los pies del Señor: nuestras
lágrimas, nuestro perfume, nuestros besos. Todo absolutamente todo, convertirlo
en ofrenda para el Señor, como señal de nuestro amor.
El
camino de la conversión es el amor, por eso el Señor le dice al fariseo, que a
esta mujer se le ha perdonado mucho porque ha amado mucho. Este amor debe ser
auténtico y se muestra en la donación de todo. Hay que darse totalmente para
mostrar el amor: el amor hay que manifestarlo con las obras.
Con
todo esto el Señor nos deja una afirmación importante para nuestra vida frágil
de caídas y pecados: Jesús puede perdonar los pecados. Por eso el final de la
narración queda subrayado por esa pregunta que se hace la gente que participaba del banquete: «¿Quién es éste que
hasta perdona los pecados?»
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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
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