Para mejor gustar la liturgia del Jueves Santo
1. La cena pascual
La liturgia se centra en la cena de Pascua en que Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía. Jesús celebró la Pascua judía con solos sus discípulos. Se celebraba en recuerdo de aquella primera Pascua en Egipto que recordaba cada año la última plaga de la muerte de los primogénitos egipcios y la salida libertadora de los judíos. Aquel cordero inmolado era símbolo de Cristo, el primogénito sacrificado por la salvación de su pueblo, toda la humanidad. Su sangre liberó a los primogénitos judíos de la muerte, como la de Cristo liberaría a todos los hombres. Entonces el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud egipcia, como los hombres de su esclavitud del pecado y de Satán.
2. La última cena de Jesús
Esa cena sabía Jesús que era la última Pascua que celebraba en su vida mortal y quiso hacerlo con sus discípulos. Los cristianos que hoy van a esta Eucaristía son los discípulos actuales de Jesús y deben sentirse tales y así invitados. En esa ocasión Jesús instituye la Eucaristía, la Misa, como sacrificio, como alimento, como misterio y garantía de su presencia, y como exigencia de unidad entre sus discípulos. La Iglesia sabe que está ante las horas más duras de su Maestro, pero también agradece profundamente a Dios por la grandeza de su amor que se muestra tan claro estos días, por la sabiduría y omnipotencia que en los misterios de la Eucaristía y de la Redención de nuestros pecados han comenzado ya a obrarse. Por eso la misa tiene Gloria, durante el cual resuenan alegres y solemnes las campanas, y que el pueblo debe acompañar cantando con entusiasmo. Jesús mismo llamó a estos misterios la hora de su glorificación y la del Padre (v. Jn 17,1-5).
3. La misa del día
La primera lectura es el texto de la primera pascua y su institución. La segunda lectura da fe de la celebración de la Eucaristía ya desde el principio de la Iglesia. El evangelio recuerda la gran exigencia del amor mutuo, que Cristo pide a sus discípulos y renovó esa noche de palabra y con el gesto del lavatorio de los pies. Es mandamiento que no debe olvidarse ni perder exigencia ni apremio.
Por eso el celebrante, tras la homilía, realiza el gesto simbólico del lavar los pies a un grupo de sus hermanos.
La misa continúa normalmente. Pero, tras la oración final, no hay bendición final ni despedida. Se traslada procesionalmente al Señor sacramentado al monumento, para que desde allí continúe acogiendo las expresiones de amor, agradecimiento y peticiones de los que sabe que le aman. Todos los altares se desnudan. El culto y la adoración se concentran en el Monumento durante este día y hasta la acción litúrgica del Viernes Santo.
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