Esta Cuaresma




José-Fernando Rey Ballestero, sacerdote


Artículo de Infocatólica





Esta cuaresma no puede ser una cuaresma más. No permitamos que se una al número de cuaresmas perdidas, barnizadas quizá de penitencia, pero vacías de determinación. Ésta debe ser la Cuaresma de nuestra verdadera conversión.



Esta cuaresma debe ser silenciosa. El ruido y la palabrería son enemigos de la oración, y, sin oración, no puede haber Cuaresma. Sólo en el silencio se escucha a Dios, y es esa escucha la que nos permitirá conocer el camino. Por eso, de entre todos los ayunos que podemos practicar en estos días, no olvidaremos el ayuno de ruido y palabrería.



Esta cuaresma debe ser sincera. Durante sus primeros días, llevaremos a cabo un profundo examen de conciencia que nos sitúe ante nuestro verdadero pecado. No me refiero ahora a esos pecados que siempre llevamos a la Confesión: no sabríamos qué confesar si no fuera por ellos, ¿verdad? Ahora me refiero a eso que los autores espirituales llaman el “defecto dominante”, esa raíz emponzoñada que está detrás de todas nuestras culpas. Tenemos que enfrentarnos a nosotros mismos con ojos limpios, sin excusarnos ni justificarnos, y responder, honestamente, a la pregunta sobre nuestro defecto dominante. Después, pediremos la gracia de una verdadera compunción. No vendría mal llorar nuestra traición, nosotros, que tantas veces lloramos nuestras frustraciones.



Esta cuaresma debe ser penitente. Conviene hacer, al menos, una buena confesión sacramental al comienzo de la Cuaresma, y otra antes de la Semana Santa. Pero, entre esas dos confesiones, cada día debemos postrarnos y pedir perdón a Dios por todos nuestros pecados. No estaría de más recoger, incluso, los pecados de nuestra vida pasada, y extenderlos ante la mirada misericordiosa de Dios. Esos pecados dejaron huella en nosotros, y, al bañarlos nuevamente con lágrimas de dolor de amor, la Gracia sanará las heridas que causaron en el alma.



Esta cuaresma debe ser combativa. ¿De qué serviría tanta oración, tanto examen, tanta contemplación, si después no luchamos con todas nuestras fuerzas para erradicar el pecado y cambiar de vida? ¡Es tan fácil pasar, de la más elevada contemplación, a las “contemplaciones”! Dios no permita que ello suceda este año. Como fruto del examen de conciencia, deben surgir verdaderos y concretos propósitos de cambio; no muchos, bastará con tres o cuatro. Pero debemos hacer todo cuanto esté en nuestra mano para llevarlos hasta el final.



Esta cuaresma debe ser evangélica. ¿Cómo convertirnos, en qué convertirnos, para qué convertirnos, si no nos encontramos con el Señor? Y ¿Dónde lo encontraremos, si no es el Santo Evangelio? Así llenaremos el silencio cuaresmal: con la meditación fervorosa y sosegada de las escenas evangélicas que convierta el Desierto en escenario de la soledad gozosa del alma con Jesús.



Esta cuaresma debe ser eucarística. No puede cruzarse el desierto del ayuno sin el maná de la Eucaristía. Las propias fuerzas no bastan; es necesario el Alimento Celeste. Por ello, durante estos cuarenta días procuraremos comulgar con fervor cada jornada. Y será esa Comunión la que nos fortalezca para llevar a cabo la tarea de nuestra conversión.



Esta cuaresma debe ser, finalmente, la Cuaresma de Jesús. Él, y no nosotros, debe ser el protagonista de nuestra conversión. Si la Cuaresma no es tiempo de Amor, si no se enciende el corazón con el Fuego del Espíritu, será fría y estéril. Tomaremos la mano de la Virgen, y a Ella le pediremos que nos lleve hacia su Hijo. Porque la Cuaresma, esta cuaresma, contra lo que muchos temen o piensan, debe ser muy alegre.





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Tomado de: http://infocatolica.com/?t=opinion&cod=5579





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