Columna de teología litúrgica dirigida por Mauro Gagliardi
ROMA, viernes 5 de marzo de 2010 (ZENIT.org).- El artículo de hoy de nuestra columna – escrito originalmente en inglés y que termina citando un texto de J. Ratzinger, traducido por primera vez al italiano del original alemán – muestra la importancia de la Plegaria Eucarística de la Santa Misa. El artículo invita a todos los fieles, pero en particular a los sacerdotes, a reconocer en el Canon de la Misa el corazón y el culmen de la vida cristiana (Mauro Gagliardi).
El corazón y culmen de la Santa Misa
La Plegaria Eucaristíca, conocida en la tradición oriental como Anaphora (“ofrenda”), es verdaderamente el “corazón” y el “culmen” de la celebración de la Santa Misa, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica [1]. En la tradición romana, la Plegaria Eucaristíca tomó el nombre de Canon Missae (“Canon de la Misa”), expresión que se encuentra en los primeros Sacramentarios y que se remonta al menos al papa Vigilio (537-555), el cual habla de la prex canonica [2].
La Anáfora o Canon es una larga oración que tiene forma de acción de gracias (eucharistia), conformada al ejemplo de Cristo mismo durante la Última Cena, cuando Jesús tomó el pan y el Cáliz y “dio gracias” (Mt 26,27; Mc 14,23; Lc 22,19; 1Cor 11,23). San Cipriano de Cartago (muerto en 258), uno de los testigos más importantes de la tradición latina, proporcionó una formulación clásica del vínculo inseparable entre la celebración litúrgica y el acontecimiento de la institución de la Eucaristía en el Cenáculo, cuando enfatizó que el celebrante debe imitar de cerca los actos y las palabras que el Señor usó en aquella ocasión, y de los cuales depende la validez de los sacramentos [3].
El Santo Padre Benedicto XVI expresó esta verdad esencial de la fe en una homilía pronunciada en París, durante su Visita Apostólica de 2008:
“El pan que partimos es comunión con el Cuerpo de Cristo; el cáliz de acción de gracias que bendecimos es comunión con la Sangre de Cristo. Extraordinaria revelación que proviene de Cristo y que se nos ha transmitido por los Apóstoles y toda la Iglesia desde hace casi dos mil años: Cristo instituyó el sacramento de la Eucaristía en la noche del Jueves Santo. Quiso que su sacrificio fuera renovado de forma incruenta cada vez que un sacerdote repite las palabras de la consagración del pan y del vino. Desde hace veinte siglos, millones de veces, tanto en la capilla más humilde como en las más grandiosas basílicas y catedrales, el Señor resucitado se ha entregado a su pueblo, llegando a ser, según la famosa expresión de San Agustín, "más íntimo en nosotros que nuestra propia intimidad" (cf. Confesiones, III, 6.11)” [4].
Las palabras concretas del “agradecimiento” de Cristo – excepto las de la institución, con las cuales el Señor estableció el Sacrificio de la Nueva Alianza – no nos han sido transmitidas y por ello dentro de la Tradición Apostólica se ha desarrollado una variedad de ritos que están históricamente asociados con las sedes primadas más importantes, que se nombran en el sexto canon del Concilio de Nicea (325): Roma, Alejandría, Antioquía y, un poco más tarde, Bizancio [5].
Elementos esenciales de la Plegaria Eucarística
Los elementos esenciales de la Plegaria Eucarística se presentan sintéticamente en el Catecismo:
- En el Prefacio, “la Iglesia da gracias al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. De este modo toda la comunidad se une a la alabanza incesante que la Iglesia celeste, los ángeles y todos los santos cantan al Dios tres veces Santo” [6].
- En la Epíclesis, la Iglesia “ora al Padre para que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición) sobre el pan y el vino, para que se conviertan, por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo y para que aquellos que participan en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas sitúan la epíclesis tras la anámnesis)” [7].
- En el corazón de la Plegaria Eucarística, es decir, en el relato de la institución, “la eficacia de las palabras y de la acción de Cristo, y el poder del Espíritu Santo, hacen sacramentalmente presentes bajo las especies del pan y del vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido ofrecido en la cruz de una vez por todas” [8].
- Al relato institucional sigue la anámnesis, en la que “la Iglesia hace memoria de la Pasión, de la Resurrección y de la Vuelta gloriosa de Jesucristo; ésta presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él” [9].
- En las intercesiones, se “manifiesta que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en la comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos, y todos los obispos del mundo con sus Iglesias” [10].
Desde la antigüedad tardía hasta la reforma litúrgica efectuada tras el Concilio Vaticano II, el Canon Missae era la única Plegaria Eucarística del Rito Romano, y es aún así para la forma extraordinaria de este rito, celebrada de acuerdo con el Missale Romanum de 1962. En la editio typica del Misal, publicada en 1970, el Canon Romano se ha conservado con algunas modificaciones secundarias (y con la reducción de los gestos ceremoniales) como la primera de cuatro Plegarias Eucarísticas. Las nuevas Plegarias Eucarísticas contienen elementos tanto de la tradición latina como de las orientales. Sucesivamente se han añadido al Misal aún otras Plegarias Eucarísticas.
El Canon Missae se remonta a la segunda mitad del siglo IV, periodo en el que la liturgia latina romana comenzó a desarrollarse plenamente. En su De Sacramentis, que consiste en una serie de catequesis dirigidas a los nuevos bautizados en torno al año 390, san Ambrosio cita de forma extendida pasajes de la Plegaria Eucarística utilizada en ese tiempo en su ciudad [11]. Los pasajes citados representan las primeras formulaciones de las oraciones Quam oblationem, Qui pridie, Unde et memores, Supra quae, y Supplices te rogamus del Canon que se encuentra en los primeros Sacramentarios romanos.
En la más antigua tradición romana, el Canon inicia con lo que nosotros llamamos Prefacio, un acto solemne de agradecimiento a Dios por sus innumerables beneficios, especialmente por su obra de salvación. El Sanctus fue introducido en un momento sucesivo, separando así el Prefacio de las plegarias que siguen. Es una característica propia del Rito Romano que el texto del Prefacio varíe de acuerdo con el tiempo litúrgico o en la fiesta celebrada. Las colecciones más antiguas de Misas recogían diversos Prefacios, que se habían reducido mucho ya al principio de la Edad Media, de modo que el Missale Romanum de 1570 mantenía sólo once. Sucesivamente se añadieron otros, y ciertamente representa una de las ganancias del trabajo más reciente de reforma litúrgica el haber enriquecido el corpus de los Prefacios eligiéndolos de las fuentes antiguas [12].
La plegaria sacerdotal
Como escribió Juan Pablo II en su Carta Apostólica Dominicae Cenae en los primeros años de su pontificado, la Eucaristía es “la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y junto con ella” [13]. La Plegaria Eucarística es verdaderamente la plegaria sacerdotal por excelencia porque, como enseña el Concilio Vaticano II, el sacerdote ordenado “realiza el sacrificio eucarístico en el papel de Cristo y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo” [14]. El sacerdote, que recibiendo el sacramento del Orden ha sido conformado a Cristo Sumo Sacerdote, actúa y habla representando a Cristo Cabeza. Es por esta razón – escribe Juan Pablo II en su última Encíclica Ecclesia de Eucharistia – que “en el Misal Romano está prescrito que sea únicamente el sacerdote en recitar la Plegaria Eucarística, mientras el pueblo se asocia a él con fe y en silencio” [15].
En la consagración de la Eucaristía, el sacerdote ordenado no actúa nunca por sí solo, sino siempre en y con el Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, cuyos miembros, a través de las virtudes infundidas de la fe y de la caridad, participan en la acción de Cristo Cabeza, representados por el sacerdote ministro. El Papa Pío XII, en su Encíclica Mediator Dei, afirma que también los fieles “ofrecen la Víctima divina, si bien en un sentido diverso” respecto a como la ofrece el sacerdote ministro. Esta enseñanza está confirmada por referencias a los escritos sobre la Misa del papa Inocencio III y de san Roberto Bellarmino. Pío XII llama la atención también sobre el hecho de que las plegarias litúrgicas de ofrenda están a menudo en primera persona del plural, como sucede también en diversas partes del Canon de la Misa [16]. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, sigue la Mediator Dei cuando proclama que los fieles, al participar en el Misterio de la Fe, o sea, en la Santa Eucaristía, “den gracias a Dios, ofreciendo la Víctima inmaculada no sólo por las manos del sacerdote, sino junto con él, y aprendan a ofrecerse a sí mismos” [17]. Como enseña también la Constitución Dogmática conciliar sobre la Iglesia, los fieles, en virtud de su sacerdocio real, participan en la ofrenda de la Eucaristía” [18]. A través del carácter indeleble que recibieron en el Bautismo, los fieles participan en el sacerdocio de Cristo y por tanto también en la ofrenda sacrificial que Él hace de dí mismo al Padre en el Espíritu Santo.
Esta enseñanza del Magistero de la Iglesia ofrece también el fundamento para una renovada y más profunda comprensión de la participatio actuosa (participación activa) de los fieles en la liturgia, participación que no solo es exterior, sino que también y sobre todo es interior. Desde esta perspectiva se entiende también mejor porqué desde la época carolingia hasta la reforma del Vaticano II, y también hoy en la forma extraordinaria del Rito Romano, el sacerdote celebrante reza el Canon en silencio. Como explicó el entonces cardenal Joseph Ratzinger, haciendo así no se niega la comunión ante Dios:
“No es cierto en absoluto que la recitación en voz alta, ininterrumpida, de la Plegaria Eucarística sea la condición para la participación de todos en este acto central de la Celebración eucarística. Mi propuesta de entonces era: por una parte, la educación litúrgica debe hacer que los fieles conozcan el significado esencial y la dirección fundamental del canon; por la otra, las primeras partes de cada oración deberían ser pronunciadas como una invitación a toda la comunidad para que, después, la oración silenciosa de cada uno haga propia la entonación y pueda llevar la dimensión personal a la comunitaria, y la comunitaria a la dimensión personal. Quien ha vivido personalmente la unidad de la Iglesia en el silencio de la Plegaria Eucarística ha experimentado qué es el silencio verdaderamente pleno, que representa a la vez un grito fuerte y penetrante dirigido a Dios, una oración rebosante de espíritu. Aquí nosotros rezamos verdaderamente juntos el Canon, como también en la unión con el cargo particular del servicio sacerdotal” [19].
Para los sacerdotes, la Celebración de la Eucaristía es el momento más importante de la jornada. Todas las demás actividades, cualquier otro aspecto de su existencia sacerdotal, debe estar íntimamente conectado con la ofrenda del Santo Sacrificio. Aquí encontramos el corazón del sacerdocio, es más, de toda la naturaleza sacramental de la Iglesia, como dijo bien el entonces teólogo Joseph Ratzinger:
“Para que el acontecimiento sucedido en un tiempo pasado se haga presente, deben por tanto ser pronunciadas las palabras: Esto es mi Cuerpo – Esto es mi Sangre. Pero en estas palabras se supone que habla el Yo de Jesucristo. Solo Él puede decir estas cosas; son Sus palabras. Ningún hombre puede pretender declarar el Yo de Jesucristo como propio. Ninguno puede decir aquí de forma apropiada 'Yo' y 'Mio'. Y sin embargo, esto debe decirse, si el ministerio salvífico ya no es un pasado lejano. Por eso se puede decir a partir de un munus [Vollmacht] que nadie puede darse a sí mismo . Un munus que ni siquiera la comunidad o muchas comunidades pueden transmitir, sino que solo puede fundarse en la autorización 'sacramental' dada a toda la Iglesia por el mismo Jesús. [...] Y esto es exactamente la 'Ordenación sacerdotal' y el 'Sacerdocio'” [20].
Notas
[1] Catecismo de la Iglesia Católica [=CCC], n. 1352.
[2] Papa Vigilio, Ep. ad Profuturum, 5: PL 69,18
[3] Cipriano de Cartago, Ep. 63,16-17: CSEL 3,714-715.
[4] Benedicto XVI, Homilía durante la Celebración Eucarística en la Explanada de los Inválidos, París (13 de septiembre de 2008).
[5] Cf. Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, Cinisello Balsamo 2001,pp. 155-166.
[6] CCC, n. 1352.
[7] CCC, n. 1353
[8] Ibid.
[9] CCC, n. 1354.
[10] Ibid.
[11] Ambrosio de Milán, De Sacramentis, IV, 5,21-22; 6,26-27: CSEL 73,55 e 57.
[12] En su Carta a los Obispos de todo el mundo para presentar el Motu Proprio sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970 (7 de julio de 2007), el Papa Benedicto XVI indica que el Misal antiguo podría ser enriquecido con la inserción de “nuevos santos y algunos de los nuevos prefacios”.
[13] Juan Pablo II, Carta Apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980), n. 2.
[14] Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, n. 10.
[15] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003), n. 28.
[16] Pío XII, Carta Encíclica Mediator Dei (20 de noviembre de 1947), nn. 85-87.
[17] Concilio Vaticano II, Constitución sobre Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 48.
[18] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 10.
[19] J. Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, p. 211.
[20] J. Ratzinger, Das Fest des Glaubens. Versuche zur Theologie des Gottesdienstes, Johannes, Einsiedeln 1993 (III ed.), pp. 84-85 (= J. Ratzinger, Theologie der Liturgie. Die sakramentale Begründung christlicher Existenz, Gesammelte Schriften 11, Friburgo, Herder 2008, p. 626).
[Traducción del italiano por Inma Álvarez]
Fuente: ZENIT
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