Cristo nuestro que viviste en la tierra; y los hombres, vestidos con toga de farsa y teatro, te enviamos a la muerte.
Tu nombre, repetido como un eco sin final, anida en la arboleda de gargantas que hacen colas en su noche, pidiendo que amanezcas en su vida.
Venga a nosotros tu mensaje donde el perdón se hace abrazo y el AMOR que clavamos en la cruz quedó entre nosotros sin fecha de entierro, mientras haya un solo hombre que tenga el coraje de vendar en tu nombre el dolor de los demás.
Hágase tu camino en las dudas y las sombras de quienes apoyamos nuestras manos en los muros que se caen.
Danos hoy el hambre de esperarte en cada esquina y aunque andes disfrazado en nuestras calles, veamos tu cara en todos los que andamos ensayando el viejo oficio de ser hombre.
Perdona la risa artificial de nuestras fiestas. Perdona nuestras frases de cumplido. Están hechas de léxico barato sin rozar siquiera la verdad.
Perdona nuestros brazos abrazando el rencor y la venganza.
Perdona los clavos que ponemos a aquellos que se niegan a decir “amén” a nuestra ficticia autoridad. “No sabemos lo que hacemos”.
Perdona nuestro corazón en arritmia grave porque no late al compás de nadie.
Perdónanos por haber arrancado en tu Evangelio la página que no nos interesa o nos resulta difícil de cumplir…
Perdona nuestros brazos abrazando el rencor y la venganza.
Perdona los clavos que ponemos a aquellos que se niegan a decir “amén” a nuestra ficticia autoridad. “No sabemos lo que hacemos”.
Perdona nuestro corazón en arritmia grave porque no late al compás de nadie.
Perdónanos por haber arrancado en tu Evangelio la página que no nos interesa o nos resulta difícil de cumplir…
Déjanos caer en la tentación de sentir tanta alegría con los alegres y tristeza con los tristes que lleguen a sorprenderse hasta preguntar ¡¿por qué?!
Déjanos caer en la tentación de dejar a los pies de tu mirada un ramo de flores por todo lo que nos diste, y otro ramo de perdón por todo lo que te negamos.
Líbranos de los harapos con que vestimos nuestra alma: la hipocresía y la fatuidad.
Líbranos de todas las admiraciones que ponemos a nuestro “yo” y de todas las interrogantes que ponemos a los demás.
Líbranos de todas las admiraciones que ponemos a nuestro “yo” y de todas las interrogantes que ponemos a los demás.
¡Sólo así podremos decir AMÉN!
P. José Mtz. O. Cap.
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