IV Domingo de Cuaresma - A: Jesús cura a un ciego de nacimiento



P. Adolfo Franco, jesuita.

Juan 9, 1-41.

Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado para que esté ciego: él o sus padres?» Jesús respondió: «No es por haber pecado él o sus padres, sino para que unas obras de Dios se hagan en él, y en forma clarísima. Mientras es de día tenemos que hacer la obra del que me ha enviado; porque vendrá la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Dicho esto, hizo un poco de lodo con tierra y saliva, untó con él los ojos del ciego y le dijo: «Vete y lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir el Enviado).» El ciego fue, se lavó y, cuando volvió, veía claramente.
Sus vecinos y los que lo habían visto pidiendo limosna, decían: «¿No es éste el que se sentaba aquí y pedía limosna?» Unos decían: «Es él.» Otros, en cambio: «No, es uno que se le parece». Pero él afirmaba: «Sí, soy yo.» Le preguntaron: «¿Cómo es que ahora puedes ver?» Contestó: «Ese hombre al que llaman Jesús hizo barro, me lo aplicó a los ojos y me dijo que fuera a lavarme a la piscina de Siloé. Fui, me lavé y veo.» Le preguntaron: «¿Dónde está él?» Contestó: «No lo sé.»
La gente llevó ante los fariseos al que había sido ciego. Pero coincidió que ese día en que Jesús hizo lodo y abrió los ojos al ciego era día de descanso. Y como nuevamente los fariseos preguntaran al hombre cómo había recobrado la vista, él contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo.» Algunos fariseos, pues, dijeron: «Ese hombre, que trabaja en día sábado, no puede venir de Dios.» Pero otros decían: «¿Puede ser un pecador el que realiza tales milagros?» Y estaban divididos.
Entonces le preguntaron de nuevo al ciego: «Ese te ha abierto los ojos, ¿qué piensas tú de él?» El contestó: «Que es un profeta.»
Los judíos no quisieron creer que antes era ciego y que había recobrado la vista hasta que no llamaran a sus padres. Y les preguntaron: «¿Es éste su hijo? ¿Y ustedes dicen que nació ciego? ¿Y cómo es que ahora ve?» Los padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego. Pero cómo es que ahora ve, no lo sabemos, y quién le abrió los ojos, tampoco. Pregúntenle a él, que es adulto y puede responder de sí mismo.»
Los padres contestaron así por miedo a los judíos, pues éstos habían decidido expulsar de sus comunidades a los que reconocieran a Jesús como el Mesías. Por eso dijeron: «Es mayor de edad, pregúntenle a él.»
De nuevo los fariseos volvieron a llamar al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Confiesa la verdad; nosotros sabemos que ese hombre que te sanó es un pecador.» El respondió: «Yo no sé si es un pecador; lo que sé es que yo era ciego y ahora veo.» Le preguntaron: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?» El les dijo: «Ya se lo he dicho y no me han escuchado. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
Entonces comenzaron a insultarlo. «Tú serás discípulo suyo. Nosotros somos discípulos de Moisés. Sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos ni siquiera de dónde es.»
El hombre contestó: «Esto es lo extraño: él me ha abierto los ojos y ustedes no entienden de dónde viene. Es sabido que Dios no es cucha a los pecadores, pero al que honra a Dios y cumple su voluntad, Dios lo escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
Le contestaron ellos: «No eres más que pecado desde tu nacimiento, ¿y pretendes darnos lecciones a nosotros?» Y lo expulsaron.
Jesús se enteró de que lo habían expulsado. Cuando lo encontró le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del Hombre?» Le contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Tú lo has visto, y es el que está hablando contigo.» El entonces dijo: «Creo, Señor». Y se arrodilló ante él.
Jesús añadió: «He venido a este mundo para llevar a cabo un juicio: los que no ven, verán, y los que ven, se volverán ciegos.»  Al oír esto, algunos fariseos que estaban allí con él le dijeron: «¿Así que también nosotros somos ciegos?» Jesús les contestó: «Si fueran ciegos, no tendrían pecado. Pero ustedes dicen: “Vemos”, y ésa es la prueba de su pecado.»
Palabra del Señor.

Que Jesús nos de la vista, para que veamos todo como lo ve Él.

San Juan narra en estos versículos la curación del ciego de nacimiento. Y como en todos los milagros de Jesús que él narra, extrae una lección; es el estilo evangélico de San Juan. Los milagros son el marco en que se desarrolla una importante enseñanza de Jesús. Lo importante en San Juan es la enseñanza, más que el prodigio.

Ya desde el principio de la narración se manifiesta la intención del Evangelista al escoger este milagro: ante el ciego los apóstoles hacen una pregunta a Jesús: ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciese ciego? (esta pregunta correspondía a las creencias que entonces tenían en Israel), y Jesús responde (con esto empieza a manifestarse la intención de este signo): No pecó él, ni pecaron sus padres, sino que todo esto es para que se manifieste la gloria de Dios. Aquí está dando el sentido de todo el milagro, y de todos los milagros. El milagro lo hace Jesús para que se manifieste la gloria de Dios.

Y en el milagro, tanto por parte de Jesús, como por parte del ciego, y de alguna forma por los fariseos críticos del milagro, se señalan tres conceptos: la luz, la fe y la ceguera. Esta es la enseñanza más específica de esta curación milagrosa. Sorprendente; pero que pretende cuestionar a esos que se consideraban sabios en Israel, y a los que Jesús califica de “ciegos, guías de ciegos”.

Jesús es la luz del mundo. Es una afirmación fundamental. Y esto quiere decir que en El todo tiene su sentido, que con su luz todo adquiere vida; que sin El no se comprende la vida, el mundo, ni nada de lo que sucede. Que El es la luz para los ojos, y que quien no lo acepta está en tinieblas. Un mundo sin Jesús, es una cueva oscura. Muchos podrían pensar que esta es una afirmación exagerada; es una pena que haya muchos a los que la luz de la fe no les haya llegado, y por eso no aceptan esa afirmación de Jesús.

El ciego, con ceguera de los ojos corporales, va a sufrir dos curaciones: la curación de la ceguera corporal, y la iluminación de la fe, que es la meta final de la curación corporal. Es un hombre que se deja iluminar, que no pone resistencia a la luz, y que al final ya iluminado hace una estupenda afirmación de fe, cuando Jesús le pregunta si cree en el Hijo del Hombre: “Creo, Señor”, y se postró de rodillas.

Por contraste están los fariseos, que no tenían ceguera corporal, pero que tenían una tremenda ceguera espiritual, y por lo que parece es una ceguera sin curación posible, porque ellos no querían ver. No quieren aceptar la evidencia que se desprende del milagro, y para oponerse a la evidencia ponen razones, que el ciego ignorante (así lo califican ellos) descubre como inconsistentes, y sin fuerza. Son como alguien que para negar la existencia del sol se tapase fuertemente los ojos con las dos manos.

De nuevo estamos en el proceso de la cuaresma, que nos conduce a la luz de la Pascua que es Cristo; ya con este milagro se nos adelanta el momento maravilloso en que Jesús resucitado ilumina las tinieblas. Y  en este proceso de conversión, se nos pide que pasemos de las tinieblas a la luz. Significa abrirse a la fe, rendirse ante la luz, y no anteponer nuestras razones y prejuicios (como hacen los fariseos ante la evidencia de la curación del ciego) a la enseñanza de Jesús.

Creer en Jesucristo resucitado es el acto fundamental de la fe cristiana; por eso dirá San Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. La actitud del ciego nos enseña lo que significa este acto de fe; confiesa diciendo: creo, Señor, y además adora, se postra en tierra. Es el sometimiento a la verdad de Dios, lo que nos pide la fe. Es la enseñanza básica de este milagro: aceptar la luz de Cristo, para no estar ciegos.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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